sábado, 31 de mayo de 2008

Un ciclón llamado "Vic"

No sabría muy bien cómo explicar lo que sucedió esa mañana de domingo, pero lo voy a intentar. La pantalla de televisión de aquél bar emitía los prolegómenos del Gran Premio de Mónaco de Fórmula 1. Yo esperaba a la hermana de un amigo y a su marido -guardaré estricta reserva acerca de sus nombres: su hermano, y su cuñado, es el único amigo que me queda en el PP, creo, y los testimonios de afecto en estos momentos que corren en que todos sus militantes se miran con más recelo que el de costumbre pueden perjudicarle-. Pepi y Manolo me hablaban de Madrid como su lugar de adopción preferido y de su decisión de no regresar al País Vasco -es la nuestra, tierra de expulsión cuando antaño lo fuera de acogida.
Pepi, que me llamaba con ocasión del fallecimiento de mi hija, derramaría sobre mis oídos una verdadera tormenta de sensibilidad y de cariño que entonces yo sentí en la manera de una cercanía insólita. Así que cuando concluía la conversación y me decía Pepi que la llamara cuando me encontrara en Madrid le dije que lo haría y registré esa intención en el lado de la memoria que contiene los compromisos que adquieres y además quieres cumplir. Es verdad que me dijo en esa ocasión que me presentaría a una chica, pero no es menos cierto que esa circunstancia duró en mi cabeza el tiempo que la noche ofrece al sueño la tregua de un organismo en derrota: apenas unos minutos.
Así que "Vic" llegaría al establecimiento como ciclón arrastrado por un tornado de signo inverso -se diría que a veces los remolinos aéreos devuelven a la tierra algunas de las mejores presas que antes habían cobrado. También Peter Pan venía del País de Nunca Jamás o Mary Poppins bajaba de algún lugar del cielo empujada por el viento del este.
Llegaría como un ciclón y se dedicaría a saludar como esas chicas que se van corriendo porque se dan cuenta de que están abusando de la paciencia del conductor del autobús y de los pasajeros: uno y los demás quieren llegar a tiempo -somos todos como el conejo de Alicia, seres corredores que siempre tenemos prisa por llegar... a ninguna parte.
Así que cuando "Vic" me saludaba y se sentaba en la silla que quedaba libre a mi izquierda, rescaté entonces el recuerdo de la promesa formulada por Pepi. Y entonces "Vic" comenzó a hablar. Yo me imaginaba con un paraguas -como el gran Brassens- que lo ha robado en la casa de un amigo y se dispone a combatir la intensa lluvia de esa mañana armado de ese tan oportuno instrumento. Decía don Georges que le ofreció protección a una guapa y desvalida joven que chorreaba ya de humedad y desaliento. Y Brassens escribió entonces una de sus más bellas composiciones:

"Un p'tit coin d'parapluie,
Contre un coin d'paradis:
Je n'perdais pas au change,
Pardis!"

Llovían en cascada las palabras de "Vic", pero no de la manera en que lo hacen los seres que anudan -como si de una emisora de radio se tratara- sus parlamentos sin permitirte interrumpir su doctísima intervención. "Vic" admite que matices, preguntes u opines. Se queda callada medio segundo para reflexionar y devuelve la pelota de una manera directa. Luego continúa con su conversación.
Pronto descubría que tampoco es que fuera así. Pepi y Manolo nos abandonaban para su comida dominical en familia y "Vic" y yo ocupábamos sus puestos para una charla a 2. Colegí de pronto que los ciclones y las tormentas son escenarios pasajeros en la primavera de este Madrid en que el sol no se consolida mientras que los pantanos se llenan.
No desaparecía su encanto, sin embargo. Y las palabras de los 2 encajaban en un "puzzle" de informaciones mutuas que esa mañana empezamos a jugar.
El minuto de la vida es muy intenso a veces, por eso se escapa como el agua entre los dedos. Como el agua de la lluvia de la canción de Brassens, que veía a su encantadora amiga de un rápido paseo:

"Il a fallu qu'elle me quitte,
Après d'm'avoir dit 'gran merci'
Et je l'ai vue, toute pétite,
Partir gaiment vers mon oublie".

Y si los caminos van hacia países diversos -siempre con el permiso de don Georges- uno quiere pensar que ni la lluvia ni el ciclón se fueron para siempre esa mañana de domingo en que Fernando Alonso perdía el Gran Premio.
Tampoco se iba "Vic" -espero- alegremente hacia mi olvido. Quizás porque -lo decía Borges- el olvido es la muerte. Y -al contrario que el maestro argentino- hay días en que me gustaría que esa vieja señora esperara eternamente.

jueves, 29 de mayo de 2008

Liberalismo y regeneración democrática

(Charla dada en el aula de cultura de Valmaseda el 22 de mayo de 2.008)
Es para mí una satisfacción tener la oportunidad de desarrollar estos temas precisamente en Valmaseda, que fue en la República y en el tiempo en que estuvo vigente la Constitución de 1.876 -es decir, hasta la Dictadura del general Primo de Rivera, en la Restauración- cabeza de la circunscripción electoral de las Encartaciones y la Margen Izquierda y en la que resultaría elegido el liberal Gregorio Balparda. Se daba el caso que el partido socialista no presentaba candidatura -o la que presentaba carecía de renombre- en esa circunscripción, del mismo modo que la derecha vizcaina hacía lo mismo en Bilbao, facilitando de ese modo la obtención a Prieto de su acta de diputado. Para los que pensamos en la posibilidad de una actuación común entre socialistas democráticos y liberales y lo venimos llevando a la práctica desde hace 1 año desde UPyD, ese desistimiento electoral que pretendía impedir el auge del nacionalismo en la versión de Ramón de la Sota constituye un precedente histórico de no poca importancia.
Una charla que se ofrezca sobre estos 2 conceptos obliga a una especie de de-construcción, como se dice ahora de los restauradores con éxito. A lo mejor seremos capaces de obtener el sabor final del guiso si conocemos los ingredientes del mismo y la manera en que se han integrado los mismos con el paso del tiempo.
Empezaré con lo más difícil: el componente liberal del plato que vamos a intentar preparar. ¿Qué es el liberalismo?, ¿qué significa ser liberal? Mi amigo Germán Yanke me contaba hace ya bastantes años que, un día, en casa de un amigo este le hablaba de sus 2 hijos: "este no da la lata -le decía-, es bastante tranquilo; en cambio, este otro es diferente, es más liberal". ¿Es liberal el más inquieto, el más tarambana? Don Indalecio Prieto, que era según sus palabras "socialista a fuer de liberal", también decía que era socialista... de cintura para arriba, por lo que se presume que lo liberal -su ideología inicial- podía derivar en libertina con toda facilidad.
Pero anuncio ya que no es ese tipo de liberalismo el que voy a desarrollar en esta intervención. La palabra "liberal" es seguramente una de las más polisémicas que existen. Una palabra que, por cierto, tiene "copy right" español; procede de la Constitución de 1.812 y tiene un significado específicamente nacional: liberalismo como una posición política enfrentada al carlismo, progreso contra reacción, igualdad de todos los españoles en el cumplimiento de las mismas leyes frente a los Fueros que eran un producto del régimen feudal, del Antiguo Régimen. Porque ahora parece que los Fueros lo fueron sólo vascos o vasco-navarros, cuando lo cierto es que los había en todo el territorio español, porque era el modo en que se organizaba este país en aquél entonces. Y había frentes en las guerras carlistas en muchos puntos de España además que en las provincias vasconavarras, como en Cataluña, por ejemplo. Precisamente por eso el liberalismo que se enfrenta al carlismo y a sus herederos, los nacionalistas, que todos miran hacia atrás, no puede sino constituirse en una ideología de ingredientes -por seguir con el símil culinario- progresistas.
Respeto que me digan que el liberalismo es otra cosa, pero yo voy a plantear aquí mi opinión leal. Habrá quien considere que ser liberal es pedir menos Estado, hasta el punto de que ni siquiera exista un sistema de Seguridad Social y que los enfermos mueran en las puertas de los hospitales porque carecen de seguro médico o que se privaticen las cárceles. A estos "campeones del liberalismo" les llaman los estadounidenses "neo-con" o "neo conservatives", los nuevos conservadores. En lugar de eso, los norteamericanos consideran liberales a las izquierdas del sistema, de modo que el Senador por íllinois, Barack Obama, está más a la izquierda que la Senadora por Nueva York, Hillary Clinton; y ambos bastante más a la izquierda del también Senador -pero por Arizona- John McCain, del Partido Republicano que, ese sí, milita en las filas del conservadurismo.
En realidad interesa más la forma en que se manifiesta el pensamiento liberal en Europa y más en concreto en el Reino Unido, donde los partidos responden desde siempre a intereses sociales. No ocurre lo mismo en la España de la Constitución "liberal" de 1.876 -otra contribución a la polisemia del término, aquí "liberal" debe leerse como pre democrática, en una Comstitución "pactada" entre la soberanía popular y el Rey, no "otorgada" por este ni "impuesta" al mismo-. En España, liberales y conservadores representaban en la práctica los mismos intereses.
En el Reino Unido los liberales representaban los intereses de las clases urbanas emergentes -en contra de los intereses rurales de la "gentry", en una especie de vasallaje "light", que representaban los "tories"-. Eran, los liberales, la izquierda del sistema, hasta que aparecieron los laboristas.
Precisamente Gregorio Balparda intentaría hacer algo de eso, militando como hizo en la facción izquierdista del grupo liberal en el Congreso de los Diputados que dirigía don Santiago Alba. Alba, que fue ministro de exteriores -de Estado, se decía entonces- en el último gobierno constitucional de don Alfonso XIII, y al que el dictador Primo de Rivera le atribuyera todas las responsabilidades de la guerra de Marruecos. Exilado en París, Alba recibía noticia del saqueo policial de su casa y escribía al Rey pidiendo su intervención -no en vano había sido su ministro- pero don Alfonso prefirió mirar para otro lado. Andando el tiempo, a la conclusión de la Dictadura, el Rey quiso pedir el concurso de Alba para que soportara el ala izquierda de un nuevo sistema. Viajó don Alfonso a París y tuvo que soportar la doble humillación de recibir a don Santiago en el hotel Meurice -y no en la embajada, territorio español- y la negativa del político.
Algo parecido intentaría el Rey con Cambó -que había servido con eficacia en gobiernos mauristas- para que soportara el ala derecha de su pretensión-, pero le pidió que dejara de ser nacionalista, a lo que el político catalán se nego, alegando para ello motivos de salud.
En el continente europeo los liberales han ocupado generalmente el centro del espacio político, propugnan un sistema abierto, pero reconocen la necesidad de un sistema de protección social para acoger a los que se quedan en el camino, a los que no llegan. No abogan por un capitalismo o una derecha compasiva, como los conservadores, afirman y apoyan la extendión del Estado del Bienestar.

El segundo de los conceptos a desarrollar en esta charla se refiere a la regeneración democrática. Se trata de una expresión que cuenta con alguna tradición en España. Con la pérdida de las colonias -a finales del XIX- nuestro país se ve forzado a cerrarse sobre sí mismo y a repensar su futuro. No se trata de una situación de crisis en lo económico, no al menos en el corto plazo, los capitales realizados en las colonias retornan a España y se aplican a sociedades para la inversión -es el caso del Banco Hispanoamericano, por ejemplo- pero sí es cierto que nuestro país deberá repensar su proyecto. Entonces surge el concepto de regeneracionismo y la necesidad de impulsar su desarrollo. Lo plantea Joaquín Costa, pero no existe oposición a esa idea. Del Rey para abajo toda España es regeneracionista, lo que pasa es que -parafraseando a Orwell- algunos eran más regeneracionistas que otros. Don Alfonso XIII observaba el proyecto de España en una perspectiva fundamentalmente de carácter económico y republicanos y socialistas -en el otro extremo- pretendían que para regenerar España hacía falta traer la República.
Hoy nos referimos a la regeneración democrática que, por lo tanto, tiene un alcance político. 30 años después de aprobada la Constitución podemos reflexionar sobre sus elementos positivos y los negativos de la misma -porque es preciso reconocer que también hubo de estos últimos-. Los constituyentes del '78 asistían a su trabajo conscientes de que España no podía fallar en esa nueva cita histórica. La democracia tenía que abrirse paso de forma definitiva en nuestro país después de 2 siglos de asonadas y guerras civiles. Por eso crearon un sistema de democracia formal que concedía muy corto espacio a la ciudadanía, una especie de "despotismo democrático ilustrado". Se importaba, por ejemplo, el concepto de la moción de censura constructiva, procedente de la Ley Fundamental de la Alemania occidental, que nacía del pavor histórico ante el nazismo y la guerra en una nación dividida. La estabilidad se convierte en un elemento fundamental y un Gobierno no puede caer si en el mismo acto no existe una mayoría suficiente que lo sustituya.
Pero es que el ciudadano cuenta muy poco en nuestra democracia. Los partidos políticos tradicionales incumplen de modo sistemático el mandato constitucional que los convertía en instrumento para la participación. Cada vez más cerrados, las decisiones se adoptan por reducidas camarillas de personas que sólo recurren a los órganos más amplios para que estos -compuestos de manera mayoritaría por cargos públicos cuyo puesto, y cuya vida, dependen de esa ubicación- ratifiquen las decisiones previamente adoptadas. Las listas que se presentan a la consideración de los electores son cerradas y están bloqueadas. Los partidos ya no acuden al procedimiento de las primarias para seleccionar a sus candidatos. Y un caso paradigmático de lo que digo se produce en el Partido Popular en el que ni siquiera un 4% de sus afiliados ha participado en la elección de los compromisarios a su próximo Congreso.
Regenerar es abrir las listas y no bloquearlas, exigir por ley que los candidatos que presenten los partidos pasen por el test de elecciones primarias y que en su seno se ejercite la democracia interna. Una democracia de ciudadanos y no de meros votantes de un determinado partido.
Desde Unión, Progreso y Democracia estamos intentando sumar la regeneración con la democracia, de la misma forma en que estamos integrando el liberalismo con el socialismo democrático.
Les voy a referir una anécdota que expresa la evidencia de lo que digo. Es un caso que sucedió en Gran Bretaña. El caso se refiere a una señora que vivía de una modesta pensión y con familiares a su cargo. Su única diversión consistía en ver la televisión, pero eso paga impuesros en ese país y la señora de nuestra historia no los pagaba, de modo que su deuda fiscal se fue ibxrementando hasta alcanzar proporciones penales. Fue conducida a una comisaría de policía donde se le ofreció la posibilidad de realizar una llamada telefónica. La señora pidió hablar con su diputado de circunscripción, lo que constituye ya nuestra primera sorpresa, visto desde nuestra perspectiva española: ¿a quién se le ocurriría en España llamar a un diputado en esas circunstancias? El diputado se puso al teléfono -segunda de nuestras sorpresas- y provocó un debate para incluir ese asunto en el orden del día de una próxima sesión plenaria. Los diputados votaron a favor. Llegó el día del debate y el diputado defendió su propuesta de excepcionar a esta señora del ámbito de aplicación de la ley en tanto que el Ministro de Hacienda manifestó la necesaria generalidad de la norma. El diputado ganaría la votación y la señora saldría de la cárcel.
Una democracia de ciudadanos pone en valor la figura del representante y establece la credibilidad de un sistema. Y a eso pretendemos llegar desde un partido que cree en la democracia y la practica internamente y que está empeñado en que nuestro país se parezca cada vez más a nuestro proyecto: una democracia de ciudadanos libres e iguales ante la ley.

domingo, 25 de mayo de 2008

El edificio

Bastante cerca de donde creo que vivo
Se encuentra un edificio en ruinas,
Alguien ha puesto en su derredor
Unas vallas protectoras amarillas
Para que la gente no resulte afectada
Por algún pedazo de cormisa
Que se desprenda de su estructura.

Las autoridades municipales dudan
Acerca de si resulta mejor
Aplicar la piqueta y utilizar la excavadora
Hasta reducirlo a un amasijo de escombros.
Pero algún alma de poeta oculta
Entre los polvorientos pasillos
De las Casas Consistoriales ha dicho
Que en esa casa habitaron, juntas,
La ambicuón y la derrota,
El amor y su contrario,
Lo generoso y lo mezquino.
Hsy algún blasón antiguo en sus paredes,
Y si te atreves a penetrar en su interior
Descubrirás salas polvorientas
Donde algún día, alguna orquesta,
Interpretara viejos valses vieneses.
Lo cierto es que en los días ventosos
De sus ventanas que se abren y se cierran
Escucho el ulular de un sonido que recuerda
Los versos tristes de Leonardo, el judío:
"I have tried, in my way, to be free".

Sólo por eso, quizás, algún modesto
Ciudadano que tal vez use mi nombre
Se ha propuesto poner en marcha
Una iniciativa popular, con el propósito
De rehabilitar ese edificio y acondicionarlo
Para que nuevas vidas vivan
Entre sus paredes fortalecidas.
Existe la vaga esperanza en que florezcan
Otras historias de amor que llenen
De un inmenso cariño sus dormitorios,
Conversaciones inacabables,
Horas dedicadas a la lectura,
Canciones de Cohen, Brassens y las tuyas
Sonando en modernas cadenas musicales
Y las películas que siempre quisimos compartir.
Está en mi mano, está en tu mano,
Conseguir que el arquitecto del Ayuntamiento
Eleve un proyecto que aprueben los concejales
Para que algún día, en mi vagar cotidiano
Por esos lugares donde creo que vivo
Intuya la presencia de un robusto andamio
Y albañiles, encofradores y operarios
Pululen por entre sus deteriorados pisos
Y lo pongan a punto, dignamente,
Para que suenen esas canciones
Que acompañen el discurrir suave
De los nuevos amores,
Entre esas paredes
Que no fueron entregadas
A la piqueta, a la excavadora,
Sino a la esperanza renacida.

Madrid, mayo de 2.008

jueves, 22 de mayo de 2008

Es sábado. Hace muy mal tiempo. Ayer nevó y tardé algo más de dos horas y media en volver de Vitoria –el desatino de los rectores de la autopista, unido a la falta de actividad de la Ertzaintza mantuvo los peajes reducidos a la unidad. De modo que no bastaba a drenar la afluencia de coches-. Pilar me recibe simpática, pero en seguida su rostro se contrae. No quiere que hagamos nada –no sabe expresar lo que quiere o yo no puedo comprenderla-. No sabe si es mejor desconectar o no la cassette que suena en su aparato; no quiere que le ponga otra; que le peine; que le hable de su madre; de Bècaud –nuestro perro, el suyo al cabo-; de Villa-Pilar, su casita en Burguete... Me lanza pedorretas hasta que se le caen las babas por la comisura de sus labios. Me dice: “¡Que te den...!” Y yo medito sobre la ineducación de Pilar, algo así como les ocurre a muchos niños de su generación, aunque peor que ellos seguramente. Y me pregunto si en esta paternidad que tengo, construida -¿destruida?- a base de encuentros meramente episódicos se encontrará la causa de este rechazo. Pero me consuelo pensando que a mi suegro –que la visita a diario- le ocurre lo mismo.


Y pienso a veces sobre el sufrimiento. Como si fuera posible integrar en la normalidad el raro hecho de que tu hija se encuentre pegada a una cama de hospital, probablemente para toda su vida. Y recuerdo esos bellos versos de Luis Rosales, en “La casa encendida”:

AHORA QUE ESTAMOS JUNTOS
y siento la saliva clavándome alfileres en la boca,
ahora que estamos juntos
quiero deciros algo,
quiero deciros que el dolor es un largo viaje,
es un largo viaje que nos acerca
siempre vayas a donde vayas,
es un largo viaje, con estaciones de regreso,
con estaciones que no volverás nunca a visitar,
donde nos encontramos con personas,
improvisadas y casuales,
que no han sufrido todavía.
Las personas que no conocen el dolor
son como iglesias sin bendecir,

miércoles, 21 de mayo de 2008

El valor de las cosas

Alfonso es el concesionario de una de las playas de Sitges. Este fin de semana ha hecho mal tiempo, incluso en el especial microclima que existe en esta localidad de la costa de Cataluña llovía con insistencia sobre el pueblo. Mi apatamento, convertido en refugio, me acogía junto a mis libros, mis canciones, mis escritos y mis recuerdos.
Sólo el domingo por la tarde pude hacer el Paseo Marítimo, cuando me encontré a Alfonso. Estaba muy cerca de "su" playa. Me habló de sus proyectos y de concejales, porque sus proyectos tienen que ver con el Ayuntamiento.
Y como por casualidad -Sitges es un pueblo de mar que se vuelve sobre la playa. Parafraseando a John Connolly podríamos decir que un pueblo que ha perdido la atracción del mar es un pueblo que se ha perdido a sí mismo, lo que no ocurre con Sitges-. aparece junto a nosotros una pareja que evoluciona en bici: es un concejal del PP. Hablamos de lo que toca y lo que toca son los nombres: María San Gil y Mariano Rajoy, Jaime Mayor y Esperanza Aguirre, José María Aznar. Y los catalanes. Tienen revuelto el partido. Me presenta a su mujer y me dice que fue candidata a concejala por su partido y que, prácticamente cerradas las listas, le pidieron que cediera su puesto... a un constructor. Así son los partidos tradicionales, les digo: involucionan de la endogamia a las corruptelas.
Alfonso me sugiere la posibilidad de comer el día siguiente lunes. Y compartimos una paella junto a un mar lluvioso en un día triste y gris. Uno de esos días que se dirían predestinados a la confidencia.
Y la conversación navega desde la política hasta los negocios de la playa y luego se detiene ante la vida. Alfonso me cuenta que tiene 38 años y que hasta los 33 salía con chicas y alternaba en los bares. Tenía éxito. Alfonso es uno de esos galanes de película: moreno ya en esta descabellada primavera que atravesamos, el pelo peinado con raya en la mitad y en aparente desarreglo, ojos negros y grandes, nariz recta -con una ligera tendencia a curvarse- y unas manos con dedos fuertes y alargados.
Un día Alfonso decidió parar. Esa actividad no le llenaba y se dedicó a reflexionar. Y en su meditación volvía Alfonso a su infancia, allí donde se redescubren los pensamientos que son puros porque no han aprendido aún a impostarse, porque todavía no han conocido el precio adulterado que tiene la mentira.
Fue un viaje interior que se remontaría a sus fuentes, limpias como el cristal, de la niñez. Alfonso supo de la vida en el viento que mueve las hojas de los árboles y en las hojas mismas; se emcionaba ante lo que expresaba una piedra cualquiera que encontraba en el camino -Alfonso podría haber escrito algo parecido al poema que León Felipe dedicara a un canto: "como tú, que no sirves ni para ser piedra", pero que derribaría al dictador de su sitial.
Alfonso hizo el viaje hacia dentro y ganó la serenidad. "Ya no conozco el sufrimiento", proclama desde la falta de reserva de sus 38.
Le digo que su excursión personal tiene la característica de lo que sugieren las filosofías orientales. Allá donde las preguntas no se formulan hacia ese Ser que se sitúa tantas veces a una infinita distancia de lo que somos, unas pobres y diminutas existencias. Porque todas las respuestas están donde se encuentran todas las preguntas: en nosotros mismos.
Alfonso piensa que la muerte es lo mismo que la vida, porque esta no se puede entender sin aquélla. Y aunque Alfonso ha regresado a las posiciones teístas, al menos ha cerrado el círculo de sus convicciones y se encuentra relajado y feliz.
Y lo cierto es que en este muchacho que planta sombrillas y desplaza hamacas bajo el ardiente sol del Mediterráneo he encontrado más sabiduría que en muchos profesores de Universidad, más sentido de la realidad que el de muchos políticos consagrados, más pragmatismo que el que tienen muchos empresarios de éxito.
Porque Alfonso aprendió a los 33 a distinguir entre el valor y el precio y esa eso es algo que muchas personas se mueren sin advertirlo siquiera.

lunes, 19 de mayo de 2008

Epílogo

Había tomado la decisión de no dormirme hasta que tomara el vuelo hacia Budapest, a las 6 de la mañana, así que había que engañar al sueño. En contra de mis costumbres cené bastante y tomé un café. Luego me encerré en mi habitación, ley y escribí -probablemente alguno de los capítulos de esta narración- hasta las 11 de la noche en que empecé a hacer la maleta. Las maletas se hacen más fáciles cuando se regresa a alguna parte, aunque esta se llame ninguna parte. No era este el caso, sin embargo. Para mí, Madrid es una ciudad balsámica para todas las heridas interiores que inflige la vida. Pero la maleta se resistía a cerrarse, quizás como su dueño quería permanecer deambulando por las callejuelas de la parte vieja de Jerusalén, conversando con María, o con el señor Mustafá, con Saad o con la madre de los Aghazarian.
Me ducho y salgo de la habitación. Presento mi tarjeta de crédito, pero no me la aceptan –en realidad no aceptan ninguna tarjeta de crédito-. Con los euros de que dispongo y los shekels sobrantes consigo pagar la factura del hotel. Pero ya no tengo dinero para afrontar la carrera del taxi hasta Tel Aviv.
Se lo digo al taxista -un tipo fornido de unos 60 años que fue profesor de boxeo de Osha- y este se detiene junto a un cajero automático. Muy poco esperanzado introduzco mi tarjeta en la ranura y tecleo mi número en clave. Por fortuna funciona.
Ya en el aeropuerto de Tel Aviv, sobre la 1 de la mañana todas las ventanillas están cerradas y los asientos ocupados por pasajeros que esperan. De modo que me siento sobre mi maleta haciendo honor a la superstición rusa –antes de emprender un viaje hay que sentarse, preferiblemente sobre tu maleta-.
Sobre las 2’30 suenan unas risas, se oyen carreras y un grupo de muchachos derriban las delimitaciones interiores hechas con tiras de goma que conducen a los pasajeros a las diferentes ventanillas de embarque. La policía interviene. Hay un momento de caos incontrolado. Todo el mundo agacha la cabeza y algunas policías femeninas nos piden que nos alejemos de ahí. Cosa que hacemos.
Luego me dirijo a la ventanilla de mi compañía aérea, Malev, la húngara. Una policía comprueba mi pasaporte y mi billete y me formula las preguntas de rigor para ella.
- ¿Apellido.?
- Maura
- ¿Destino?
- Budapest y luego Madrid.
- ¿Lleva algo que le hayan regalado?
- No. He comprado alguna cosa, pero no llevo nada que me hayan regalado.
- ¿Sabe usted algo de hebreo?
Me quedo algo sorprendido ante esta última pregunta y le contesto que no.
Pasa la maleta principal por el detector de metales, Facturo y paso después hasta 5 controles distintos más antes de llegar a la puerta del avión.
Ya son algo más que las 6 de la mañana cuando pongo la cabeza en el repaldo de la butaca del avión antes de cabecear un sueño irregular durante 3 horas y media.
El viaje ha concluido.

sábado, 17 de mayo de 2008

Nuestra narración puede ayudarles a ser libres

La hora del desayuno recuperaba su normalidad esa mañana a las 9. María llevaría desde las 7 hablando con distinta gente y traía algún periódico que hojeaba mientras tomaba su vaso de café. Le propuse liberarla de sus funciones como guía para ocuparse de sus asuntos profesionales, pero ella declinaría mi ofrecimiento. Hoy viernes es el día de Europa y es festivo en la misión.
No sé cómo pero lo cierto es que nuestra conversación matutina derivaba hacia la Última Cena y la institución en ella del sacramento de la consagración. María ha estado en alguna casa judía en la que el cabeza de familia reparte el pan y el vino con las mismas palabras de Jesús: "Tomad y comed porque esto es mi cuerpo". Lo que nos lleva a desmitificar la transubstanciación como elemento primigenio de la religión establecida por Jesús -o si esta fuera en realidad una nueva religión- y a replantear la función de la Iglesia en su mediación religiosa -lo que también demostrarían los evangelios apócrifos de Judas Iscariote.
La siguiente etapa del día será el recorrido que producirá el remate de la Vía Dolorosa, recorrida entre turistas sudorosos y agotados ya de buena mañana,. El Santo Sepulcro está "protegido" por un puesto de control de la policía israelí, fijado -¿fijo?- en el interior de la iglesia que lo guarda. El gesto se sitúa en la misma longitud de onda del desprecio gratuito ejercido contra los musulmanes en la explanada de las mezquitas. Y eso que la civilización cristiana no se encuentra en guerra contra la judía. Es igual, todos -incluídos los descreídos- somos gentiles.
Tomamos un zumo de naranja en un punto donde los musulmanes se dirigen hacia su mezquita para rezar quizás otra más de las oraciones imposibles por la paz, porque Dios casi nunca se encuentra en los lugares donde lo buscamos.
En la tienda de Osha él no está, pero sí Saad su pariente -hermabo, cuñado... en la cultura árabe la familia se abre hasta los más insólitos recovecos y hasta se confunde con la amistad-. María le pregunta a Saad sonre lo que opina acerca de los acontecimientos. Saad dice ser optimista. Ha leído el periódico y cree que las noticias sobre el Líbano no van del todo mal. María se extraña y desarrolla su habitual tesis de la deriva a peor, a la ausencia de solución final, de los acontecimientos. Saad se mueve excitado por la exigua tienda. Es un orador, vehemente y de calidad. "Llevamos 60 aós de ocupación -dice con expresión y tonalidad de tribuno-. ¿Está eso bien?" No contestamos. Pero Saad sabe que se trata de un silencio que otorga, así que prosigue: "Esto es un polvorín. Tardará un día, una semana, un año... o mil años. Pero estallará". Y esa parece ser su buena noticia de esta mañana de primavera en la Jerusalén tomada, porque Saad -como todos- sabe por experiencia que el éxito u el fracaso -como decía Steinbeck- dependen solamente del estado de tu ánimo. "¿Y qué podemos hacer hasta entonces? Vosotros -dice Saad deteniendo su disertación y poniendo su mirada sobre María-. Vosotros tenéis que contar lo que estáis viendo. Lo que está bien y lo que está mal. Pero contarlo". Y María recita su lección como una colegiala sorprendida en un desliz: "No. Nosotros tenemos que monitorizar el puesto fronterizo de Rafah". Pero Saad no le deja escapatoria. Si nos queréis ayudar, de verdad, tenéis que hablar, viene a decir.
Y María toma de alguna parte de la tienda tres pulseras de cuentas blancas de diferentes grosores y los coloca delante de ella, sobre una de las alfombras de Osha. Su cabeza rubia ante nosotros, momentos antes de que -vuelta ya- su cara observe la mirada fija de Saad, compone una escena digna del mejor Lecarré. Es una nueva "chica del tambor" que escucha con atención las palabras -que tienen el sonido de las instrucciones- del amigo al que sólo quiere ayudar.
Y nos vamos a Belén.

Una vez visto el lugar del nacimiento de Jesús, damos un paseo por una ciudad abatida por el desánimo y el horror después de la segunda Intifada. Las tiendas con las persianas bajadas y que nunca volverán a abrirse, si prosigue esta situación.
Más tarde, tomamos una apetitosa hamburguesa palestina. Nos saluda un chico bien vestido, las gafas negras. Es amigo de María. "Luego venís a visitar mi tienda", dice. Y lo hacemos. Después de comprarle un rosario para mi madre, nos dice: "Es mi primera compra del día, creedme".
Tiene a 14 personas a su cargo", me cuenta María. Antes, durante el inevitable café, le diría a María que no, que sus hijos no iban a la escuela. Y sus ojos le decían que no, no se lo podía permitir.
Uno no sabe muy bien qué hacer con esta gente, si dárselo todo o agachar nuestras cabezas.
La salida de Belén se produce en el escenario de la explicación final: es el nuevo muro del Berlín de todos los tiempos. "Si, pero no te olvides que este va a tener 700 kilómetros", me susurra María. Unos muros grises a modo de paredones de cárcel, con sus torretas y sus vigías. Muros en los que se empiezan a ver "graffittis" que ahora piden "Stop the wall!", pero que mañana derivarán en cantos a la desesperanza, como el que debe cantar esa joven Aghazarian que vive unida a otro joven del que le separan 8 años sin verse.
Y como a los niños les separan de sus escuelas -"there are no children in the morning, Míster Cohen", a las madres embarazadas de los que no saben ¡ay! si es que serán algún día sus hermanos de los hospitales que las atiendan el día del parto. Y a los agricultores de sus tierras, a los hombres de sus negocios. A los amigos de sus amigos.

Mi despedida de Osham tiene el sabor agridulce de todas las despedidas. Es simpático y es amigo. Pero uno no sabe muy bien si en este mundo de verjas y muros es posible creer en el reencuentro. Uno las palmas de las manos a la altura de la cara -como hacen los árabes- y volvemos al hotel.

"Lo he pasado muy bien", le decía a María cuando me iba a hacer la enésima maleta de mis enésimas huídas. Y le decía mal. Pero se lo pondría en un correo que le escribía a mi regreso a Madrid. "pasar es un verbo que transita. Y la verdad es que algo de mí se ha quedado entre vosotros".

jueves, 15 de mayo de 2008

Cuarto día. Los componentes españoles de la misión europea. Documentación de los palestinos.

Mi despertador me juega una mala pasada y no suena. De modo que la hora de encuentro en el comedor del hotel convenida la noche anterior "a partir de las 7,30" resulta bastante laxa en su concreción: llego a las 8,15.
Hay un rumor en el sentido de que el puesto fronterizo de Rafah va a abrirse de nuevo con ocasión de la prúxima visita de Bush a la zona. María está inquieta, no obtiene información de fuentes de la Unión Europea y las busca en otros paraderos. En su opinión, es posible que se trate de un acuerdo entre los Estados Unidos y Egipto. La Unión Europea cuenta muy poco en esta zona. Llega Solana, hace una declaración; llega otro líder europeo y hace otra de signo distinto. Y no pasa nada.
Hablamos de lo que significa la frontera y de su carencia. Y es que la vida sigue fluyendo, aún con dificultades. Existen más de 2.000 túneles por los que circulan personas, animales y mercancías. Todos incontrolados. Es evidente que sería mejor abrir el puesto fronterizo pero eso tiene su dificultad: a pesar de su victoria electoral, la Unión Europea no quiere reconocer a Hamás como interlocutor y todos los actores en esa escena se observan con recelo.
Hoy se celebra el 60º aniversario de la creación del Estado de Israel. Cuando llega el taxi al recinto del museo la verja está cerrada, lo que me parece una manera peculiar de celebrar tan importante fecha para los judíos. Por las calles de la ciudad proliferan las banderitas con la estrella de David ondeando desde las ventanillas de los coches. Vuelvo a la ciudad vieja donde me abandono en sus calles durante una hora larga. Míster Mustafá, uno de los comerciantes amigos de María me invita a un té.
Antes de la comida tomo un zumo de naranja en el bar Samara, mi establecimiento de referencia -todos los españoles disponemos de al menos un bar donde realizar nuestras habituales consumiciones-. A 2 pasos de mí se sientan 2 hombres que conversan en español. Vagamente escucho que se refieren a Pamplona y al "lauburu". Un aire vecino a mi tierra se ha colado en esa parte del medio oriente.
Me dirijo al restaurante armenio donde vamos a comer. Casi al mismo tiempo entran los 2 hombres españoles que había visto en el bar. No era muy difícil colegir que se trata de 2 de los miembros españoles de la misión europea en Rafah.
Llega María. No ha recibido los mensajes en que le decía que el museo estaba cerrado y que me encontraba ya en ese restaurante.
Nos sentamos a la mesa. Las 2 personas con las que me había encontrado son Francisco Vidal -"Curro"- que es Jefe de Operaciones de la misión y Alfonso Díaz, miembro de la Guardia Civil. Luego llegará el portavoz de la misión de la UE en Ramala.
La comida tiene sabor a despedida. Para finales de este mes la misión se reducirá a 18 personas, aunque todo el mundo piensa en que tendrá continuidad.
El ambiente es más que cordial y observo que Palestina ha entrado en el corazón de todos los comensales para quedarse. "Hay muchas maneras de trabajar por esta gente", dice Alfonso, que volverá a Lanzarote a mantener el orden en las algaradas nocturnas de su Puerto del Carmen.
La despedida es larga. Y muy cerca de donde el General británico Allemby pasaba revista a sus tropas cuando llegó a Jerusalén vemos al armenio Aghasarian que es hombre extrovertido. Luego nos tomamos un café al aire libre.
Después María y yo nos vamos al museo armenio. Una cultura enraizada en la historia de esta ciudad, de un grupo poblacional que declina suavemente.
Y nos volvemos a dejar llevar por las callejuelas de Jerusalén. Los paseos por esta ciudad abigarrada tienen la cualidad de lo interminable, de lo circular. Una representación de ese mundo de nuestro siglo que coincide, pero no siempre convive. Los turistas con su pretensión de cumplir un agotador programa; los judíos ortodoxos, tocados con sus ridículos sombreros y asfixiados dentro de sus abrigos y trajes de paupérrima calidad, cuya mirada jamás se cruza con la tuya... Y los demás, cristianos de los diversos ritos, descreídos... Los demás, que deseamos una solución de paz, por lo menos eso, en un siglo que ya se adentra en el final de su primera década y ya va amortiguando la esperanza que algunos ponían en él.
El presidente de la asociación de comerciantes tiene una tienda de ropa en la que se surte María. Durante el inevitable café esta le propone que utilice Internet para comercializar sus productos. "Lo tengo todo a punto -asevera-. Pero haría falta utilizar un banco israelí para las transacciones"..
El recelo es la más pequeña de las posibilidades en esta tierra de odios recalcitrantes y cabe perfectamente además en esta última posibilidad.
Torciendo la callejuela está la tienda de Osha, un palestino que vive junto a su amplísima familia junto a la Puerta de Damasco, en la ciudad antigua. Osha me habla de los salvoconductos que se ven obligados a utilizar los palestinos. El que me muestra es de color azul y se emite para los que viven en esa ciudad. Los que habitan en la franja oeste tienen un documento de color naranja y los reputados como "peligrosos" por las autoridades israelíes disponen de un documento de color verde. Los palestinos carecen de pasaporte. En el caso de que se vean precisados a abandonar el Estado de Israel deberán solicjtar un "laissez passer" válido sólo a los efectos del viaje solicitado.
Cuando María y yo nos volvemos a sumergir en la diversidad cultural de la calle pienso en clasificaciones. En su "mundo feliz", Huxley estsblecía números de orden para las distintas clases de seres genéticamente condicionados y en "Blade Runner" la Tyrrell Corporation creaba también robots en serie para propósitos diferentes. También los ganaderos marcan a sus animales.

miércoles, 14 de mayo de 2008

La capilla ardiente y la calle

Este día 14 de mayo es día de duelo en este país que se escribe con letras de España. Hablo con Rosa Díez y con Juan Luis Fabo por la mañana y esta me dice que por la tarde tiene previsto asistir a los actos que se celebren en repulsa del atentado que se ha llevado hoy por delante a un miembro de la Guardia Civil, de nombre Juan Manuel Piñuel. Un hombre que volverá a su Málaga natal encerrado en una caja de pino y al que ETA le ha robado la ilusión de construir una casita en su pueblo de origen, que ha dejado a una viuda que se llama Victoria y a un hijo de 5 años.
Los recuerdos son muchos y me llegan a la cabeza de forma confusa. Principalmente se sitúan en Burguete, esa localidad navarra vecina a Roncesvalles donde compañeros de Juan Manuel me protegen desde que estoy amenazado por la banda y sus amigos me hacen llegar advertencias en forma de ataúd dibujado en una carta de “felicitación” navideña. Son hombres que tienen actitud de servicio, que trabajan con pocos medios, que los suplen con la buena voluntad y el ánimo que a otros puede faltarles.
Y son hombres enteros. Como el sargento que manda el puesto de Burguete y me dice ante mi llamada de pésame:
- Hoy nos ha tocado a nosotros.
Finalmente el cadáver de Piñuel recibirá cobijo en la Subdelegación del Gobierno de Álava, donde Rosa y yo quedamos en vernos esa tarde.
Yo llego unos minutos antes y la espero del lado de la escalinata de acceso al primer piso donde se vela el cádaver. Justo en el lugar por donde ella no va a pasar. –A veces pienso que basta con que un hombre crea que una mujer va a hacer una cosa determinada para que haga justamente la contraria-. Nos quedamos observando la situación. Guardias civiles escoltan el cadáver de su compañero en un féretro cubierto por la bandera española y un tricornio colocado encima de la enseña nacional, junto a ellos se sitúan un miembro de la Policía Nacional y otro de la Ertzaintza.
Impresiona contemplar los rostros de estos hombres que sufren en silencio la pérdida de un compañero, que tienen los ojos brillantes de la contención de esa lágrima que no veremos brotar, quizás hasta que todos nosotros nos hayamos marchado, quizás hasta que entre ellos puedan dar rienda suelta a sus sentimientos. Y esa fortalñeza me hace pensar más aún en la indignidad del mal causado, en la inutilidad del sufrimiento infligido, en el dolor de una familia destrozada ya y para siempre. Y mis pensamientos de ese largo rato me recuerdan las palabras de la señora de Aghazarian, aquéll,a cristiana armenia de 85 años que nos narraba las desgracias personales y familiares vividas en esa casa y me decía mirándome con fijeza a los ojos:
- Siempre tenemos que mirar al lado en el que existe un sufrimiento mayor que el nuestro.
- Y ese sufrimiento se llama hoy Victoria, la viuda del agente asesinado.
Le ofrecemos nuestro pésame que ella agradece. Apenas resulta consciente ella de lo que se le viene encima, de la dificultad de rehacer su vida, de los problemas en la educación y cuidado de ese niño de 5 años que le ha dejado Juan Manuel, de las lágrimas que hoy contiene y que aún le quedan por derramar…
Tenemos derecho a que esto termine, a que las “victorias” del futuro lo sean las de la libertad y no tengan nombres de mujer o de algún familiar asesinado por la banda. Queremos victorias que no sean víctimas y libertades que triunfen sobre la barbarie.
Pero tenemos que trabajar para eso. Rosa Díez me lo dice en la concentración a la que asistimos y que se produce en la plaza de Correos de Vitoria, a 2 pasos de la Subdelegación.
- Aqui hay más escoltas que ciudadanos.
Y yo asiento. Y veo cómo pasa la gente de largo ante nosotros y me siento como esos actortes-estatua que posan en las avenidas de las ciudades a cambio de unas monedas.
Es verdad que las desavenencias entre los partidos polítiocs han abierto una rendija lo suficientemente amplia como para que por ella se cuele la gangrena de la desconfianza y la indiferencia. Pero no es menos cierto que a muy pocos metros de ahí está el cadáver de un hombre que –desde la levedad de unos apellidos casi anónimos, pero desde la grandeza de una actitud de servicio hasta el final- ha muerto por la libertad
De todos.
Incluso de esos que pasan indiferentes ante nosotros.

martes, 13 de mayo de 2008

Tercer día. Su Excelencia el Sheik y los Aghasarian

María Tellería me había programado para esa mañana una visita muy especial: iba a conocer la explanada de las mezquitas, lugar mítico para los musulmanes -se trata del tercer lugar de peregrinsción en orden de importancia para los seguidores del Profeta-. Situada en el interior de uno de los accesos a la Ciudad Vieja, la explanada podría ser considerada como el epicentro del conflicto judeo-palestino, quizás por eso fue asaltado de manera perfectamente gratuita por Ariel Sharon en el año 2.000.
En orden a facilitar la visita María me había presentado como "diputado español", impostura acerca de la cual ella ya me había advertido. Lo que no sabía era que después del recorrido sería recibido con honores... de no sé muy bien qué. Lo cierto era que el personaje de andar cadencioso, maneras graves y hablar acompasado era nada menos que Su Excelencia el Gran Sheik de ese territorio sobre el que sin embargo carece de responsabilidad política alguna.
La entrada en el recinto tiene mucho que ver con el desprecio y la afrenta permanentes que los judíos ejercen sobre los gentiles y en especial sobre los musulmanes. Un grandote y malencarado policía judío procedente del Este de Europa -según nos explicará nuestro guía- retrasa de forma innecesaria la entrada al espacio religioso de los mahometanos que se dirigen allí con la intención de orar. Nuestro acceso también se ve confrontado a sucesivas llamadas y confirmaciones. Da un poco igual, hace una mañana espléndida y la vieja ciudad de Jerusalén se muestra bellísima a este lado de la ciudad antigua.
María se cubre la cabeza con un pañuelo y atravesamos finalmente el cordón policial.
Haram al-Sharif nombre árabe que significa el Noble Santuario -o como es mas conocido en España la Explanada de las Mezquitas- es uno de los lugares más importantes para las religiones musulmana, judía y cristiana.
Para el judaísmo y el cristianismo, en esta colina se encuentra la roca sobre la que Abraham -patriarca de los pueblos semitas- iba a sacrificar a su hijo Isaac, pero según narra la Torah, Dios le detuvo e hizo de este muchacho el origen de su pueblo elegido. Sin embargo, según el Corán no fue Isaac sino Ismael -otro hijo de Abraham- el que iba a ser sacrificado y por lo tanto el pueblo elegido seria su descendencia, los actuales musulmanes.
También es importante para los cristianos en porque algunos de los momentos más importantes de la vida de Jesús se narran en dicho templo. Para los musulmanes adquiere una nueva importancia religiosa al situarse en este punto el lugar en el que Mahoma ascendió al cielo tras su viaje desde la Meca a Jerusalén.
Una vez visitado el impresionante recinto me dice María:
- Ahora nos van a presentar al Sheik.
Lo cierto es que se trata de un hombre que hace honor a su título. Más bien ancho dispone de un porte magnífico. Al andar impone un suave balaceo a su organismo y su pie parece como si quedara suspendido en el aire antes de caer con suavidad en el suelo.
Entramos en un recinto semi restaurado en el que todavía el cemento domina buena parte de su estructura. Nos sentamos en unas butacas situadas en ángulo recto. El Sheik mirando hacia la puerta y nosotros 3 -María, el guía y yo mismo- a su derecha. A mí me pide que me siente en la primera de las butacas. Luego llega el traductor, un hombre afable que -según María- es persona influyente en la comunidad musulmana de Jerusalén. El Sheik parece necesitar de traducción, sin embargo: en el breve paseo que nos damos hasta el recinto en el que va a tener lugar nuestra reunión me habla en un fluido inglés.
Su Excelencia nos ofrece un café muy amargo y da comienzo a nuestra conversación.
El Sheik me habla del Rey Don Juan Carlos y que le habló de la belleza e importancia de algunas mezquitas españolas. "No tanto como estas", debió contestarle nuestro Rey.
Me relata después el Sheik algún fragmento de la historia del recinto. El traductor me pide que le formule alguna pregunta sobre cualquier cuestión de mi interés.
Le pido que me ofrezca su opinión sobre la situación política que se vive en Palestina. El Sheik es tajante:
- Esto es una ocupación -contesta.
Todos nosotros somos muy conscientes de lo que está diciendo Su Excelencia. Y especialmente esa semana en la que se conmemora el 60º aniversario de la creación del Estado de Israel.
Mi segunda pregunta se refiere a si considera que existe alguna solución al conflicto. Según el Sheik cabe la posibilidad de la existencia de los 2 Estados -de modo que reconocería la existencia del Estado de Israel-. Pero pide que cese la ocupación.
Nos despedimos de nuestros amables anfitriones sin abandonar la Ciudad Antigua.
María es un personaje popular en las abigarradas callejuelas comerciales de la ciudad. La invitan a café -y como yo voy con ella también resulto invitado- y se abre una conversación que no siempre el comerciante en cuestión pretende que concluya en negocio.
Pasamos por una de las calles cuando una señora morena, alta y fuerte saluda a María. Se trata de Magdalaine Aghazarian, una cristian armenia que nos invita a... tomar un café en su casa. Aceptamos y subimos las escaleras. Allí está su madre, que se encuentra en la mitad de sus '80, unida a su butaca como si se tratara de una lapa. Magdalaine nos enseña el piso, abierto a izquierda y derecha desde un pasillo central. Es una casa limpia y ordenada, cómoda, aunque justa y sin pretensiones.
Nos sentamos a tomar el café, que serán 2. El salón de Aghazarian es como un escenario por el que fluyen incesantes las visitas. Magdalaine llegaba con una amiga y con nosotros 2. Luego aparecería una hermana y después una tía. Todos llegamos con la lengua fuera a este piso que dispone de una azotea desde la que se puede observar una de las mejores vistas de Jerusalén.
Y todo el mundo tiene un drama que contar. La madre Aghazarian que a su padre le cortaron la cabeza, , la hermana -que es una especie de Bette Davis a lo armenio- nos narra fatalidades sin fin y la de Magdalaine me la cuenta María cuando salimos de su casa. Una hija suya tiene un novio sirio con el que lleva 8 años sin verse, cuesta poco trabajo imaginar los sinsabores y las lágrimas derramadas frente a la pantalla del ordenador en este amor que sólo tiene como escenario la virtualidad de los correos electrónicos. Los hombres somos muy refinados en la práctica del tormento psicológico.

Pero es que la comunidad armenia, tradicional en Palestina, está desapareciendo de manera gradual de Israel. Esa parece el lugar común de encuentro entre los no judíos -los gentiles-: sobran los palestinos, los árabes israelíes, los armenios cristianos y los cristanos ortodoxos, los católicos... Esos 7 millones de judíos se bastan y sobran para lo que pretenden, al parecer.
¿Y qué pretenden? Según María no hay ninguna estrategia de la política judía más allá que aguantar hasta las próximas elecciones. Pero ya tienen alguna: expulsar a los que no son como ellos. Como todos los nacionalistas han reformulado el "nosotros" por el "no a otros".
Y María cuenta la historia de los palestinos, hacinados y sin servicios, encarcelados en su propio país. Se ven obligados a arrojar sus basuras al mar. De 50 a 60 millones de litros que se depositan en ese mar tan nuestro que es el Mediterráneo y que "muchos días huele mal", según María. La proporción del desastre ecológico provocado por las malas políticas lleva camino de alcanzar récords históricos.
Esa tarde tenemos una cita con Nigel, un inglés del Yorkshire que es el responsable de estrategia y análisis con que cuenta la misión de la Unión Europea destacada en Rafah y, por lo tanto, compañero de María. "Los 2 somos los únicos civiles de la misión", me dice.
Nigel es un hombre fuerte y alto, y cuenta con el sentido del humor que les es común a todos los ciudadanos de su país. Se echa las manos a la cabeza cuando María le cuenta la anécdota de "casa Aghazarian". Ninguno de los 2 presumía la existencia de una tan extensa familia.
Visitamos el Monte de los Olivos y nos dirigimos hacia el "American...", donde se acostumbra reunirse María con periodistas de todos los medios de comunicación. No resulta extraño, por lo que me dicen, encontrarse por allí a Tony Blair -que ha convertido el establecimiento en su cuartel general- o a Abú Mazen. Allí nos tomamos un refresco y le pido a Nigel su opinión respecto del conflicto israelo-árabe.
Asistimos después a una tertulia literaria, divertida, aunque larga. El traductor de los que intervienen en árabe al inglés es el afamado señor... Aghazarian. ¡El mundo es un pañuelo!... y Jerusalén, descontada de turistas, debe ser por lo que dicen un pueblo. Este Aghazarian, con el que nos encontraríamos también el día siguiente es un reconocido traductor -lo ha hecho con Chirac y otros- y es tan grande como simpático.
La tarde concluye tarde, con una cena. Hay días intensos como semanas y semanas anodinas como horas. Pero no me duermo sin hacer una reflexión sobre el sufrimiento, en tanto que en el bar de abajo suena estridente la música española del "lailo-lailo". Porque la palabra sufromoento, junto con la palabra ocupación, es la palabra que más ideas me sugiere en este viaje por la vieja Palestina, hoy poblada de estrellas de David que conmemoran el 60¨aniversario de la ocupación. Nunca he creído en que sea útil compartir el sufrimiento: de hecho no se comparte, pero estoy de acuerdo con la madre de los Aghasarian, enjuta y clarividente, hablando desde su tribuna particulsr que es la butaca del salón de su piso:
- Es bueno observar cómo sufre la gente. Eso ayuda a darle perspectiva a tus sufrimientos.
No podría tener más razón.

lunes, 12 de mayo de 2008

Segundo día. Toma de contacto con Jerusalén

Las campanas de la iglesia vecina a mi habitación tienen un sonido musical a lo diana floreada y dan comienzo a las 7 de la mañana hasta las 9. Un gato maúlla en señal de protesta al final de cada soniquete y parece que fuera un niño exasperado por la falta de atención. Espero en vano la llamada de las 10 y me quedo profundamente dormido. No me despierto hasta 10 minutos antes de las 11. "María tendrá que esperar", pienso preocupado. Pero cuando acabo de arreglarme llamo a su móvil y no coge. Ya no me dan de desayunar en el hotel así que salgo a la calle.
La mañana es espléndida y grupos de turistas montan procesiones junto al edificio que alberga la tumba del Rey David. No pasan ni 5 minutos antes de que se acerque un muchacho para "invitarme a un café" en la tienda de un amigo, aunque no me cuesta demasiado trabajo convencerle de que sólo quiero comer algo. Al final me introduzco en un café-restaurante y me tomo mi desayuno con un buen zumo de naranjas. Le pongo un mensaje a María que me anuncia su inminente llegada.
Aparece María en medio del torbellino de su cabellera rubia. Se disculpa. Una rueda de prensa que dio ayer lunes el general italiano jefe del puesto de la Unión Europea en la frontera de Rafah ha provocado unas interpretaciones que no tienen demasiado que ver con nuestra idea humanitaria de actuación en el conflicto.
María ha organizado ya el programa de mi estancia en Jerusalén. Incluye visitas turísticas, encuentros políticos y literarios y actividades culturales, como la probablemente dantesca visión del Museo del Holocausto, que María no está dispuesta a volver a ver. "Luego debes dejar pasar al menos 2 horas para sobreponerte", me dice. Quedará para otra visita mi baño en el Mar Muerto. María pensaba que mi avión regresaba el sábado a las 10 de la noche y lo hará a las 6 de la mañana. Se diría que este es el viaje de la palabra "volver".
Nos perdemos por las callejuelas de Jerusalén que conforman un gran "zoco" en que todo convive sin mezclarse. Vías estrechas flanqueadas por edificios de piedra evocan el color y el sabor del desierto, alfombras a la salida de las tiendas. Aquí te ofrecen una cerámica, allí está un presunto paso de la "vía dolorosa". ¿Fué en esta cuesta donde el cirineo ayudó a Cristo con su cruz? ¿Se encontró Jesús con su Madre en esta esquina que huele a mirra? Nadie lo sabe y además existen 3 ó 4 lugares alternativos para cada historia.
Jerusalén es ciudad de cuestas con empedrado resbaladizo. Unasrampas sirven para el transporte de las mercancías y para el despiste de los viandantes. Pero Jerusalén es el Los Angeles de dentro de 10 años: un "Blade Runner" árabe colgado en el pasado, porque entre otras cosas nadie le ve futuro, de modo que todo el mundo proyecta sus amarguras sobre el presente. Una fotografía de una callejuela de la "Old City" podría reproducir su paisaje urbano prendido en los polvorientos armarios del tiempo. Las personas representan identidades superpuestas, aguas y aceites que jamás harán el crisol de la integración. Circulan por esas estrechas, resbaladizas y matadoras calles las mujerucas árabes con sus cestas y bolsas, los judíos ortodoxos tocados con ridículos sombreros ciudadanos armenios que no aspiran más a la ciudadanía, turistas que visitan con la lengua fuera los Sagrados Lugares, jovencísimos soldados que se hacen más evidentes con la caída de la noche, musulmanes de gesto reconcentrado y judíos laicos cubiertos con su "capello".
Pero si Jerusalén fuera algo sería uns ciudad árabe. En la estructura de sus calles, en el olor ambiente, en la música o en las llamadas a la oración. Por más que les pese, después de 60 años, los judíos no consiguen más que aportar un color a la paleta general. Los hoscos policías, los judíos o los soldados armados de sus ametralladoras mascando chicle parecen decir: "Todo esto es mío y de nadie más". Y tienen razón, pero sólo a fuerza de arrogancia, dominación y violencia porque la realidad contradice esa tesis.
La conversación se anuda entre las luces y las sombras de esta mañana de primavera. María se lamenta por no haberme podido organizar ninguna entrevista con judíos. "No he conseguido hacer amigos entre ellos -me dice-. Y eso que no hago más que tratar con periodistas de Israel. En cuanto profundizas 5 minutos te das cuenta de que son unos radicales. Y eso que me gustaría que conocieras su punto de vista".
Le comento mi impresión según la cual es la religión judía la que une a esa población. "Lo es más el ejército", asegura. Lo que refuerza más la idea de la ocupación. Cumplen un servicio nilitar de 3 años, lo que significa un determinado concepto de ciudadanìa israelí y conlleva un conjunto de derechos de que otros carecen. Esa palabra, "ocupación", persigue a israelíes y palestinos y es la principal fuente del miedo, del terror, que unos y otros sienten respecto de sus contrarios. Esa necesidad militar es la causa por la que muchas veces los "militares de uniforme" disputan con éxito las decisiones a los "militares civiles".
María me acerca a la tienda de un vendedor de cerámicas que me enseña algunos presuntos escenarios de la "Vía dolorosa". "Esto es como las reliquias del 'lignum crucis'", dice María. A la salida, el vendedor me hace una especie de juramento de sangre. "Eres mi amigo y me puedes pedir cualquier cosa", y María me dice que es verdad. Yo pienso entonces que si alguien sigue la estela de María Tellería se le abren las puertas de esta gente de un modo automático.
Lo compruebo a lo largo de mi visita en este país. El pueblo palestino se desvive por la solidaridad y se ofrece a cambio ella. La compasión -en la forma en que el Dalai Lama emplea esta palabra que significa cercanía, la "compasión" del que comparte porque se pone en el lugar del otro, nada parecido al sentir pena por el sufrimiento del otro, pero desde la distancia.
Visitamos el "Austrian Hospice", donde no había lugar para alojarnos, a pesar de los intentos de María. Es un establecimiento, mitad hostelero, mitad religioso -cuenta con capilla propia- y desde su azotea se disfruta de una impresionante vista de la ciudad.
El atardecer nos sorprende con la habitual toma de posiciones de los soldados judíos sobre las murallas de la ciudad. Nunca me acostumbraré a la visión de unos adolescentes armados hasta los dientes que parecen dotados de una permanente actitud chulesca.
Nos dirigimos hacia el "Muro de las Lamentaciones" cuando, en una calle abierta y sin aceras -como lo son casi todas las de Jerusalén- nos pasan corriendo 2 jóvenes. Suena una sirena. Podría tratarse de un aviso de ataque aéreo, proyectiles quizás, aunque son poco probables aquí, en Jerusalén; pero en realidad pide un minuto de silencio por las víctimas del Holocausto. Esa ambivalencia de las sirenas persigue el terror de toda la población.
En el muro de las lamentaciones -los israelíes disponen de otro muro, del al que me referiré llegado el momento- el Jefe del Estado Mayor del Ejército, Gaby Azquenacy, dirige su palabra a los congregados. Antes de llegar ahí debemos atravesar un "check-point" móvil y, pasados unos metros, un control de metales para la entrada al recinto.
Pasada esta brusca inmersión en un país difícil, el cansancio después de una de esas jornadas atípicas de viaje y transición nos conduce al hotel. En él escribió Selma Lagerlov su libro "Jerusalén" a principios del siglo pasado. Desde entonces parece que no ha pasado por él la piqueta de la reforma. Ni llegará. Lo van a cerrar. Este es un país de todos los demonios -como escribía Jaime Gil de Biedma- y a nadie se le perdona regentar semejante establecimiento a sólo 2 pasos de la torre de David.
Pero el cansancio puede sobre la reflexión y duermo profundamente..

domingo, 11 de mayo de 2008

Tel Aviv y el aeropuerto Ben Gurion. Un taxista despistado. El hotel de Jerusalén

Fue una larga estancia en el aeropuerto. Me instalo en la primera fila de sillas frente a la puerta 17. Pasa un tiempo y se sienta cerca de mí un tipo de unos 40 años que lleva un "capello" judío que le cubre la coronilla. El señor abre un libro encuadernado con pastas duras de color verde y se inclina hacia él. De pronto escucho un bisbiseo-lamentación que sólo podría proceder de él.
Al cabo de un rato, un número no inferior a 10 judíos -según me contará María Tellería el día siguiente- recitan sus oraciones junto a la cristalera que da al exterior del aeropuerto. "No pueden ser menis de 10. Y si eres judío es una descortesía negarse", me dirá María. Me aproximo a Israel desde ese punto de la vieja-nueva Europa.
El embarque es un tanto desconcertante. El caso es que, a pesar de mi vuelo de clase económica, viajo en bussines, lo que me permite ahorrarme la algarabía de la muchachada panameña que ocupa buena parte del avión. Me tomo 2 copas de un aceptable Cabernet Sauvignon que me introduce en un relativo sopor, vecino al sueño.
Lo primero que me sorprende en el aeropuerto Ben Gurion de Tel Aviv es la presencia aislada de unos sujetos que visten de traje negro y se tocan la cabeza con un sombrero del mismo color y de ala ancha que les sienta mal a todos.
Es madrugada -las 4, hora local- y ya se ha formado tal cola frente a las ventanillas de entrada en el país que una policía, rechoncha y bajita, decide habilitar todas las garitas de acceso para todos los viajeros.
Me someto al habitual interrogatprio ante una policía femenina -lo son todas las que cubren esa función a esa hora de la noche.
- ¿Motivo de su estancia en Israel?
- Turismo.
- ¿Dónde va a pasar su tiempo?
- En Jerusalén.
- ¿Forma parte de un grupo o viaja solo?
- Viajo solo.
- ¿Va a encontrarse com alguien?
- Sí. Con una amiga.
- ¿Su nombre?
- María Tellería.
Entonces la policía sella mi pasaporte y un documento que debo entregar a la salida del control.
Mi equipaje aparece en la cinta y me dirijo a la salida. No tengo problema para encontrar un taxi. Es un tipo menudo y afable que se toca la cabeza con una visera. Antes de nada negocia el precio -220 shekels, unos 45€-. Como no sé si es correcto, acepto el precio.
Le digo el nombre del hotel. El "New Imperial", muy cerca de la puerta de Jaffa, dentro de la ciudad vieja. El taxista pone en marcha su red de contactos telefónicos, y después de 6 ó 7 llamadas me asegura que "no problem".
Pero sí lo hay. Da vueltas y vueltas por Jerusalén, rodeando las murallas, que aún en esa noche clara, aparecen impresionantes. Mi taxista no sabe inglés así que me pasa su móvil para que explique a alguien la ubicación del hotel. Aún así no da con el establecimiento. Se enfada.
- Usted no va a un hotel grande, sino a uno pequeño -observa.
Un jovencísimo soldado de patrulla por esa parte de Jerusalén le informa de la situación exacta. Le doy 250 shekels y el taxista se va feliz de concluir una tan difícil carrera.
Se trata de un hotel acogedor, con un gran sabor árabe, que no parece haber sido restaurado desde que lo inauguraron. Lo regenta una familia libanesa, en régimen de alquiler. Próximamente les van a denunciar el contrato La 18 es una habitación alargada, con una zona de estar con sofá y armario vetustos a un lado y un inúsculo cuarto de baño al otro.
Cuando deshago la maleta y me meto en la cama son ya las 6. Y mi cita con María es a las 11.

sábado, 10 de mayo de 2008

Crónica de un viaje. Primer día. Destino Tel Aviv

Los días de viaje son días de transición. Se deja atrás un determinado mundo que se encuentra encerrado -como por los muros de las ciudades antiguas- en esa misma ciudad, en el pueblo. Y con tu marcha dices un "hasta luego" que suena a "adiós" en tus oídos. No sé cuando volveré, ni siquiera si volveré. Por eso esas despedidas, siquiera abiertas a un relativamente próximo retorno, tienen un cierto sabor a nostalgia. Y, cuando le describía a mi cuñado Willy Lipperheide, en su diminuta pero bien aprovechada casa de Barcelona, que tenía la intención de pasar unos días en Jerusalén, me decía él: "Ten cuidado" y yp le contestaba que en mi actual vida eso carecía de importancia. Willy creyó que me refería a mi existencia de 12 años protegido por los escoltas, pero se equivocaba. Tomaba mi cuñado los datos objetivos y recurrentes de mi vida anterior como una explicación suficiente de mis palabras, como si le estuviera diciendo que da lo mismo un kamikaze de Hamás que una bomba de ETA. La explicación era otra, porque en realidad, no le estaba hablando de la muerte sino de la vida, de una vida sin referencias personales, sin ataduras emocionales. Vivir sin formar parte de alguien, como una vez escribió John Lecarré. ¿A quién le cambiaría la vida si no regreso? Pero no me daba tiempo ni tenía ganas de abordar esa reflexión, así que me despedía de Willy Lipperheide para recoger mi equipaje protegido en la estación de Sans.
Las estaciones y los aeropuertos -como las maletas- son los espacios privilegiados de la transición. Y la vida es un viaje. Lo decía Bergotte, un personaje proustiano de su “Rêcherche”. Ya sea un viaje interior o exterior. Y las maletas son esa parte de tu vida anterior en que preservas lo imprescindible. Claro que "lo imprescindible" varía bastante. T.E. Lawrence -el de Arabia- viajaba con un elemental hatillo por las llanuras francesas y se lavaba la ropa en los arroyos: estaba doblegando su organismo y reduciendo de forma drástica sus necesidades para afrontar la gran prueba de su vida -que solamente intuía-, el desierto. Pero hay quien viaja menos "ligero de equipaje", Georges Brassens decía en una de sus canciones que "dans l'ile dêserte il faut tout emporter".
Pero las maletas somos no, sólo lo que llevamos dentro, sino nosotros mismos. Se lo decía a Montse este fin de semana. "A veces pienso que no soy más que una maleta que huye". Y esa imagen me recordaba la última vez que tuve la oportunidad de ver la exposición de la "Dokumenta", en la ciudad alemana de Kassel. De la estación a la zoma central que alberga las obras de arte, un reguero de maletas abiertas evocaba el concepto de la vida evanescente: ropa vieja y raída, calaveras, tibias y peronés... En esas maletas entrábamos todos: Anneli, mi mujer, que escuchaba interesada mis explicaciones, fue la primera; Pilar, nuestra hija, que nos esperaba en un hospital de Bilbao, acaba de introducirse en su propia maleta-ataúd. Ahora sólo quedo yo.

Se trata de un vuelo con escala. La compañía húngara de bandera nos conduce a Budapest, antes de que algún avión de Malev Airlines nos deposite en Tel Aviv. Sobre el papel -sobre la programación del viaje- dispongo de 6 horas en la capital de Hungría.
Mi imagen del país se asocia inevitablemente al personaje de Tintin en el episodio -si no me falla la memoria- de "El secreto del Unicornio", cuando el joven periodista paga con una moneda falsa la consumición de un plato de "goulash". El camarero que arroja con displicencia la pieza de dinero sobre la mesa se parece bastante al azafato que me recibe a bordo: metro 85 y fornido, sólo le falta el bigote.
Pero recuerdo también la simpática indiferencia de "gentleman" inglés con que Rex Harrison entrega su "fair lady", Audrey Hepburn, a un avezado discíipulo suyo. Este colegirá, con sabiduría euro-oriental, que la arrabalera descendiente del alcoholizado Dolittle -¡qué apellido!- era realmente una princesa húngara.

Budapest nos recibe con lluvia y con 12 grados de temperatura. Aunque haya facturado hasta Tel Aviv, me pongo ante la cinta transportadora de equipajes. No me gustaría que me ocurriera lo de Washongton D.F., hace de esto ya muchos años, cuando mis maletas se quedaron en Nueva York y durante 3 días tuve que poner a remojo mi ropa interior y comprar una carísima camisa que a mi regreso se convertiría en trapos para la cocina. La cinta se pone en marcha a cámara lenta, como si estuviera controlada a distancia por algún fantasma redivivo de la antigua burocracia comunista. Mi maleta no está cuando para la cinta, de modo que colijo que ha sido retirada y puesta en el lugar de los equipajes en tránsito.
Son ya las 18 40 y pregunto por el tiempo que se tarda en llegar al centro de la ciudad y si puedo pagar la carrera en euros. Las 2 respuestas me desalientan. Una hora y no, tiene usted que cambiar.
No conozco el aeropuerto, de modo que concluyo que mi cerveza en alguna cafetería del centro de Budapest esperará a otra ocasión, como me decía Montse tomando carne argentina el sábado pasado en Madrid. Y tiene razón, como casi siempre: no hay que agotar, desasosegado, todas las oportunidades de la vida como si esa fuera tu última ocasión.
El control de metales del aeropuerto está bien organizado, las cestas de plástico tienen por lo menos el triple de capacidad que en España -donde no hay más remedio que cargar el peso hasta que llegue tu turno, haciendo más equilibrios que un funambulista en la cuerda floja-. Un funcionario te ayuda en la misma cinta. A simple vista parece que este es un país burocrático que se toma su tiempo para hacer las cosas, pero las hace bien.
La programación húngara de la salida de los vuelos tiene más que ver con una estructura militar que civil. Apenas son las 19 horas y ya están en pantalla las puertas de embarque de los aviones que saldrán de aquí a las 7 horas de mañana. Y cuando compruebo mi tarjeta resulta que, ya desde Madrid, a las 11'30 tenía asignada esa misma puerta, la 17. Quienes nos transformamos en "correcaminos" -a nuestro pesar- y abonados al infarto de miocardio por los largos pasillos de Barajas podemos pedir alguna diligencia adicional a las autoridades españolas, que tan celosas se muestran a veces de nuestra salud.
Mientras escribo estas notas disfruto de una cerveza nacional -húngara, por supuesto- de medio litro y que me recuerda en su temperatura las que tomaba en Alemania en mis viajes veraniegos. La temperatura de la cerveza guarda una relación directamente proporcional con los quilos. Pero ese no es un problema para mí.

domingo, 4 de mayo de 2008

La UCI fue su mundo

Hoy quiero incorporar a mi blog el artículo que la periodista de "El País" Eva Larrauri ha publicado en ese medio. Una vez más, gracias, Eva, por tu comprensión y afecto.

La UCI fue su mundo
EVA LARRAURI
03-05-2008

Eugenia Pilar nació el 27 de agosto de 1987, semanas antes de lo previsto. El médico que atendía a su madre, Anneli Lipperheide, programó una cesárea cuando descubrió que el feto tenía el cordón umbilical enrollado al cuello, pero no pudo evitar un infarto de médula espinal. Las conexiones nerviosas quedaron dañadas. La recién nacida no podía mover los brazos ni las piernas y respiraba con dificultad. Le dieron 15 días de vida. Al principio, los médicos intentaron que la niña respirara por sus propios medios, pero sus pulmones no le garantizaban el oxígeno necesario, así que la volvieron a conectar al respirador de la unidad de cuidados intensivos (UCI).
El 2 de marzo pasado, Eugenia Pilar murió en la misma sala del hospital vizcaíno de Cruces donde transcurrieron sus 20 años y seis meses de vida. "La UCI de pediatría era su mundo", cuenta su padre, "un mundo muy limitado, pero en el que ella se reconocía útil". Otros niños iban y venían, les daban de alta y no regresaban jamás. Eugenia Pilar seguía allí y era consciente de la diferencia. El respirador no le permitía hablar, pero ella tomaba la responsabilidad de avisar a las enfermeras chasqueando la lengua si pitaban los monitores de otros pacientes, o protestando con toda su energía cuando se iban las visitas. "A veces con palabras se dicen mentiras, pero no con la expresión. En mi niña no había impostura. Sus gestos, su cara, transmitían su afecto, sus enfados y alegrías...".
El padre de Eugenia Pilar se llama Fernando Maura, nació en Bilbao hace 52 años y durante 18 años fue parlamentario del PP en el País Vasco. Abogado de profesión, ahora milita en las filas de Unión, Progreso y Democracia (UPyD), el partido de Rosa Díez. Fue durante la campaña a las pasadas elecciones generales cuando Maura recibió una llamada del hospital de Cruces en el que le advertían del empeoramiento de su hija. Tres días más tarde murió.
Maura, que desde hace 12 años vive con escolta por la amenaza de ETA, siempre lleva consigo las fotografías de su hija sonriente. "Jamás me he acostumbrado. Un padre no puede aceptar que el proyecto vital de su hija sea pasar 20 años en la UCI. No hay nada equiparable a una situación como ésa. Sólo he podido salir adelante porque he cumplido un objetivo: verla feliz".
Le reconforta hablar sobre su hija. "Es un privilegio poder contar la existencia de mi hija en la cuerda floja, es un regalo que me ayuda a vivir. La gente debe saber que se puede ser feliz con muy poco". El relato de Fernando Maura está siempre salpicado de la palabra UCI. Eugenia Pilar creció en la UCI. En la UCI recibió la primera comunión. Y en la UCI recibía las clases de dos profesoras que le preparaban un programa a su medida. También en la UCI se enteró hace cinco años de que Anneli, su madre, abatida por la depresión, acababa de morir. Desde entonces, un dietario servía de guía para organizar las visitas. Los más asiduos, además de su padre, eran su abuelo paterno, tres de sus tías, dos amigas de su madre y una voluntaria de la Cruz Roja.
Hace unos días, nada más enterarse de su muerte, los padres de una niña que había pasado fugazmente por la UCI escribieron en el blog de Fernando Maura: "Tuvimos la suerte de disfrutar de ella durante 25 días en cuidados intensivos, y digo disfrutar porque eso fue lo que [consiguió] Pilar, nos hizo la estancia mucho más fácil y agradable. No sé explicar la fuerza, la vitalidad, la sensación de presencia que Pilar daba. Ya desde la primera noche, Pilar nos dijo cómo [nuestra hija] había pasado la noche, si había llorado mucho o no. Luego fuimos conociéndonos mejor. Tenemos muchos recuerdos de su abuelo, un gran hombre y mejor abuelo; de sus tías, dos chicas que venían de muy buen humor, la disfrazaban y lo pasaban muy bien, y nos lo hacían pasar mejor...".
A Eugenia Pilar le gustaba ver la película de Peter Pan hasta que aparecía el Capitán Garfio, al que detestaba. Su padre cree que se identificaba con el mito. "Sabía que había otro mundo fuera de la UCI, pero para ella era el País de Nunca Jamás, una fantasía, que nunca iba a conocer".
Maura cuenta en su bitácora algunos de los momentos que pasó con su hija. "Una tarde le están dando la merienda; luego le humedecen los labios con una solución líquida para desprenderle los pedazos de piel reseca que se le acumulan en los labios y en la lengua. Sólo después acerco una silla hasta su cama e intento contarle alguna cosa. De repente tuerce el gesto y da comienzo a sus habituales ademanes con los que anuncia que se encuentra incómoda, ¿conmigo, tal vez? Sí, con toda seguridad (...) . '¡Pero bueno!', le digo yo, '¿te has creído que va a ser siempre como lo quieras tú? Me iré cuando me dé la gana...'. Mi escolta tiene la indicación del momento en que he previsto salir del hospital, lo cual procuro cumplir con bastante rigor. Pero mi hija es una niña ordenada donde las haya, y después de la merienda acostumbran a ponerle uno de sus vestidos y la trasladan a su asiento anatómico para que pase en él el resto de la tarde. Y mi presencia y mi actitud de poner una silla al borde de su cama han impedido el habitual desarrollo del orden. La dificultad de comunicación que existe entre Pilar y el resto del mundo conduce la situación a un punto poco menos que irreversible: ella ya no volverá a encontrarse, si no feliz, sí al menos tranquila conmigo. No, por lo menos durante el resto de esa tarde. De modo que consulto mi reloj, y cuando quedan sólo cinco minutos para mi cita con los escoltas salgo de la sala. Pilar no ha querido siquiera lanzarme un beso...".
En agosto pasado, Eugenia Pilar cumplió 20 años en el hospital de Cruces. En las navidades empeoró su estado. A finales de febrero, los médicos comunicaron a Fernando que poco se podía hacer ya por ella. El 2 de marzo falleció, a pocos metros de donde había nacido. "Ya no podía luchar más. Quería encontrarse con su madre. El País de Nunca Jamás era el sitio del reencuentro con ella".




© 2008 Diario El País S.L. Prisacom S.A.

sábado, 3 de mayo de 2008

Elogio de la sensibilidad

Hay quienes dejan caer la amistad como si esta fuera una especie de teléfono de la esperanza en forma de pelota que rebotara en la pista de juego. “Si me necesitas, llama”, vienen a decir. De modo que sitúan la bola de su pretendida solidaridad en el campo contrario, confiando quizás en que su interlocutor no la devuelva nunca. Deberían pensar que la llamada a ese teléfono de la esperanza que son los amigos se produce muchas veces cuando la esperanza ya ha renacido, pero encarnada ahora en otros ojos, en una cara diferente, en otra figura…
Ianis Ian cantaba a esa soledad comunicada en su “In the winter”:

“And for a dime I can talk to God,
Dial a prayer,
Are you there,
Do you care?”

Pero Dios no se encuentra a la escucha siempre que lo necesitamos y los ministros de su Iglesia están bastante atareados como para atender a nuestras pequeñas tristezas, así que el mal trago lo pasamos solos las más de las veces.
Pero hay todavía gente que sabe acudir a tu rescate en los momentos en que no te aguantas ni a ti mismo. A Montse le bastaron 24 horas de ausencia de comunicación para intuir que podía ocurrir algo y producir ella misma la esperanza de su voz en mi número de teléfono. Y sólo necesitaría ella las 2 ó 3 preguntas de rigor para adivinar que, detrás de las respuestas habituales que aseveraban una pretendida normalidad se escondía una falsedad real. Lo advertía ella en el tono de voz, en las explicaciones cortas, en la confusión de las palabras. Y en lugar de la inútil compasión que se recrea en la pena me proporcionaba ella las necesarias admoniciones para mi más rápida recuperación. En una palabra: Montse haría esa noche toda una creación de lo que se llama sensibilidad.
La sensibilidad es una cualidad que se deriva de la inteligencia. Proust afirmaba que no podía calificar a su abuela sino de inteligente, dada la sensibilidad que ella demostraba. También lo era mi abuela materna que descubría en un muchacho adolescente los síntomas de una desazón profunda que lo habían llevado al desistimiento en su alimentación, en una especie de triste deriva hacia la nada. Ella arrojaba paletadas de ternura en el agujero en que entonces me encontraba, creando así un espacio de tierra firme que me sacaría finalmente del hoyo.
Eran las mujeres de otros tiempos, predestinadas a cuidar de los suyos y a mantener en orden sus hogares. No aparecen casi nunca en los libros de historia pero su vida ha sido esencial para las generaciones que las siguieron. El Doctor Proust –el padre del novelista- adquirió una cierta notoriedad por el revolucionario tratamiento de la peste que él había ideado, pero la humanidad entera recordará siempre el episodio de aquél beso nocturno que en vano reclamaría de su madre el pequeño Marcel y que le vería sometido a una noche prácticamente en vela.
Las mujeres de hoy pueden optar, pero a veces lo hacen también en beneficio de sus familias. Se niegan a sí mismas la posibilidad de auparse a las representaciones políticas o a los consejos de administración de las empresas importantes y derrochan su inteligencia y su sensiblidad en dar la vida y mantenerla. Delegan en nosotros la lucha por la vanidad, el boato y la publicidad, porque ellas conocen a la perfección lo que alguna vez ha repetido el Dalai Lama, que el “Dharma”no reside en las construcción de los grandes edificios o de las más imponentes estatuas, sino en la vida interior de cada uno de nosotros . Dedicadas a sus hijos o a sus padres las chicas como Montse crean la historia de verdad, la gran y bella historia de la vida privada, que es al cabo la que nos permite existir aún en medio de nuestras contrariedades.
Hacer su elogio es una cuestión de mera justicia. Otros podemos construir bellos discuros o escribir alguna que otra novela pasable, pero son ellas las personas imprescindibles. Sin esas mujeres no sería posible que nos permitiéramos una vida de lujo sin basamento real o de representación sin presencia previa en que muchos hombres andamos metidos.
Por todo eso –y por marcar mi teléfono sin esperar a que yo mismo lo hiciera, en esa noche de todos mis demonios- mi renacida esperanza te da las gracias, Montse.

viernes, 2 de mayo de 2008

Miedo a ETA

Era el año 2.000. Los partidos constitucionales vascos enterraban a sus víctimas ante la general indiferencia del nacionalismo gobernante. No era para menos, se trataba del mismo nacionalismo que, después de aquél asesinato a cámara lenta de Miguel Angel Blanco como lo calificaría Melchor Miralles, huía del acuerdo con las fuerzas políticas democráticas y acudía al encuentro con ETA en Estella.
El PP y el PSE-PSOE acordaron presentar sendas mociones de censura -una por partido, aunque se vivían tiempos de acuerdo no era este tan impotante como para unir los criterios detrás de un solo candidato.
Me correspondió presentar en nombre de mi grupo -el popular- esa moción. Y recuerdo que desgranaría en mi intervención todo el amplio rosario de dejaciones y complacencias que el lehendakari Ibarretxe había hecho patente en la lucha y apoyo a ETA. Ilustré la actitud con un elenco amplio de ejemplos.. Uno de ellos se refería a la manifestación que el lehendakai encabezaría de modo vergonzante cuando los constitucionalistas nos encontrábamos concentrados después del atentado contra el concejal Indiano. En efecto, Ibarretxe prefería el calor de los suyos y huía hacia las calle, lejos de los comentarios en voz baja, los que decían que era un presidente sólo para la mitad del país. Ese Ibarretxe que aceptaría la manifestación de los suyos y se escaparía de los otros -nosotros- cuando protestábamos por el atentado que se llevaría por delante a Fernando Buesa y a su escolta Jorge Díaz.
La mención que hice respecto de esa actitud sacó de sus casillas a Ibarretxe. No tenía previsto -dijo- consumir el turno reglamentario que se le concedía pero mis afirmaciones habían provocado su intervención. Y me acusó de mentiroso.
Ibarretxe tiene una acrisolada fama en cuanto a tratamiento ambiguo del terrorismo se refiere. Por eso no debería extrañarnos que haya realizado esa vergonzosa mezcla entre víctimas del terrorismo y familiares de los verdugos: se diría que todos padecen igualmente la lacra de ETA.
La relación de muchos nacionalistas con ETA es dual. No diré que no condenan sus actos, pero tienen un espacio de su corazoncito entregado a ellos. No en vano, ETA nació del PNV y ese cordón umbilical nunca fue rigurosamente cortado. Además que la política es la lucha por es el poder y ahí los 2 nacionalismos se miran de reojo. Situada la cuestión en estos términos, el PNV no podría aceptar cualquier negociación que otorgara a ETA una ventaja decisiva en una posible contienda electoral porque su eventual y -definitivo- abandono de las armas hubiera permitido un avance en términos de soberanía y/o territorialidad al conjunto del nacionalismo. Por eso querrán estar siempre presentes en la mesa de negociaciones y auto-condecorarse con la medalla de la paz correspondiente en el caso de que a ello hubiera lugar.
Y por eso le tienen miedo a ETA. No por sus bombas y sus atentados sino por la competitividad de poder que tienen establecida.
Y por eso también, la lucha interna que se vive en el PNV lo es entre nacionalistas sin complejos, que creen en los principios éticos que de modo irreversible comporta la democracia y que están dispuestos a combatir a ETA con todas sus consecuencias, y los nacionalistas acomplejados que quieren pactar permanentemente con la banda, no sea que esta crezca demasiado y les expulsen del "aitaren etxea", la casa del padre o, lo que es lo mismo -en versión actual-, el poder en las instituciones vascas.
Lo malo es que quienes están ganando la partida son los segundos, en tanto que los primeros han puesto tierra y océano por medio. Al menos hasta el mes de junio.