viernes, 26 de septiembre de 2008

El lehendakari en su laberinto

La historia de los países encuentra a sus protagonistas y estos pretenden encontrar un lugar en sus libros, en una suerte de personajes en busca de autor o de autor a la búsqueda de personaje, que viene a ser lo mismo.
Porque la historia y sus protagonistas practican el juego del escondite en los recovecos de sus cruces de caminos. A veces se cruzan, y surge una figura que adquiere un inusitado rango; otras simplemente no se encuentran, y el megalómano sujeto que se creía poco menos que el centro del universo apenas puede aspirar al leve gozo de tumbar su cuerpo en el diván de un psicoanalista.
Juan José Ibarretxe encontraría su puesto en la historia de una manera casual. No fue alumno aventajado -a decir de alguno de sus profesores-; apenas demostró nada en su trabajo privado y se proyectaría a la alcaldía de Llodio, sillón que dejó para que lo ocupara un militante de Herri Batasuna. Parlamentario vasco, dirigió dignamente las tediosas sesiones de la Comisión de Hacienda y Presupuestos desde la que ascendería a la vicepresidencia del Gobierno vasco cuando José Antonio Ardanza daba sus últimas bocanadas políticas. Hombre de pacto y de prudencia, Ardanza ya no podía protagonizar desde Ajuria Enea la vertiginosa carrera soberanista que conducía al nacionalismo vasco hacia el pacto de Estella; por lo mismo que resultara enormemente útil en otro tiempo, cuando el PNV necesitaba de una persona controlable después de cortar el camino a un Garaikoetxea que pretendía hacerse con el control del gobierno y del partido que lo viene sustentando.
Pero Juan José Ibarretxe no había sido elegido por su perfil político, sino por su pretendido dominio de la economía. Y si uno puede disponer de los cuadros estadísticos del EUSTAT, puede muy bien pensar -lo decía Disraeli- que existen 3 clases de mentiras: las mentiras, las torpes mentiras y las estadísticas; y de ese modo gobernar asignando recursos en una prolongada etapa de bonanza económica.
Pero a un ensimismado Ibarretxe, que gestionaba la economía en tanto que la política se dirigía desde Sabin Etxea -la sede de su partido- le sorprendió, pasmado y sin reflejos, la ofensiva de ETA contra los concejales constitucionalistas. Ahí estuvo sin reflejos, "groggy" y a punto de tirar la toalla -por lo visto le salvaría que no sólo no arrojaran la toalla por él sino que le organizaran una vergonzosa manifestación en su apoyo superpuesta a la convocada en memoria de Fernando Buesa y como repulsa de su salvaje asesinato y el de su escolta.
Eran los tiempos de la unidad entre el PP y el PSOE, cuando le presentábamos sendas mociones de censura, que no triunfarían pero que a cambio obtendrían más votos en contra del lehendakari que a su favor.
Entonces Ibarretxe convocó elecciones. Jaime Mayor y Nicolás Redondo se dieron el abrazo en el Kursaal en presencia de Fernando Savater y el pánico se extendería como un reguero de pólvora en las filas nacionalistas y de todos sus partidos y gentes.
Ibarretxe resurgía de sus cenizas y se convertía en la solución a una alternativa que proyectamos con trazo grueso. Salvaría "in extremis" la derrota -con 7 escaños prestados por el nacionalismo radical más pesebrista- y se reinventaría a sí mismo como nuevo líder de un soberanismo nacionalista.
De la chistera de ese Ibarretxe renovado salen los 2 conejos, que son uno sólo en realidad: su plan y su referendum. El primero servía para que, a base de victimismo y de una oposición dividida, su partido ganara las anteriores elecciones; el segundo le podría servir igual si no fuera porque el cruce de caminos de la historia y su personaje parecen empezar a bifurcarse. No se trata de nada nuevo, sin embargo: hubo un nacionalismo de Garaikoetxea-Arzallus, otro de este con Ardanza; el de Ibarretxe con Arzallus y el apenas nacido del lehendakari con su antiguo Consejero de Industria Josu Jon Imaz. Hoy, todo parece indicar que el nacionalismo está en perpetuarse a sí mismo, aunque sea ahora de una forma un tanto sorprendente: aceptando incluso su sobrevivencia con un lehendakari socialista.
Ibarretxe en su laberinto, nuevamente ensimismado y pasmado, quiere seguir su camino como si la historia discurriera por los rieles con la misma seguridad con que lo hacen los trenes. Pero los partidos -sus aparatos- huelen el calor del poder con la misma intensidad con que perciben la vecindad del frío de la oposición. Y están siempre dispuestos a matar si con ello consiguen evitar la pérdida de los gobiernos. Hay algún partido que resulta una excepción a esa norma, pero no se trata de comentarlo ahora.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Era una mañana cualquiera del principio de este septiembre en cualquier plaza de Madrid donde alguna de las paradas acoge a los centenares -¿milares?- de autobuses que recorren a diario el asfalto de la ciudad.
Un Mercedes de gran tamaño -no sabría muy bien precisar su clase- de indefinible color oscuro, sucio, se detiene 4 ó 5 metros por delante de la parada. De él sale una chica de unos cuarentaitantos -desde la altura de mis 53 podría decir seguramente que se trata de una chica joven, pero ya sé por experiencia que la vejez y la juventud constituyen categorías relativas: mejor o peor llevados, son los años los que se introducen en la más incontrovertible realidad-. La chica viste deportivamente: pantalones vaqueros, chaleco rojo y blusa de color azulón. Da un severo e inequívoco portazo y se hunde en el estanco vecino.
No repuesto aún de la escena veo cómo se acerca mi autobús. Es la primera parada así que el conductor espera aún 2 ó 3 minutos antes de emprender su marcha. La chica de los pantalones vaqueros y el chaleco rojo entra en el vehículo. Me dedica una mirada larga y yo me hago a la idea de que ella se ha dado cuenta de lo que yo he percibido unos minutos antes.
La chica vuelve a hundirse, esta vez en las profundidades del autobús que recorre las soleadas calles de Madrid, en este final del verano. Y yo imagino la conclusión deuna historia de amor que termina en el desamor de la dignidad. Ella ya no acepta que él la acerque a su lugar de trabajo y le da su expresivo adiós, cerrando con toda la violencia de que es capaz la puerta del coche. En ese golpe se condensan todas las renuncias a que su vida de pareja la han llevado, las amarguras de los silencios provocados para no formular la inevitable pregunta de "¿por qué?", las interminables noches en que se cuestionaba lo que hacís ella durmiendo con ese tipo del Mercedes ostentoso -una especie de "quiero y no puedo" al otro lado de la cama. Y ella prefiere su dignidad del transporte público, después de comprar su bonobús en el estanco, antes de compartir el flamante asiento delantero del coche que él conduce.
Queda aún por llegar el momento más difícil: el del desenlace final, cuando ella o él tengan que hacer las maletas para abandonar el domicilio conyugal. Ese momento en que uno suspende la camisa que iba a colocar en su equipaje de regreso a no-se-sabe-dónde y observa con una mirada interrogante a su pareja para interrogarle en silencio si todo eso tiene de verdad sentido, si no es posible ya una reconciliación. Para contestarse después que sólo abrirían un paréntesis hasta la ruptura siguiente, que -seguro- será ya la definitiva. Pero las dudas persisten en una vida que casi nunca te devuelve las cosas en la forma de certezas.
Y la chica se detiene en su parada, ausente en sus pensamientos, dolida en su sufrimiento, atrapada por su desamor.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Se trataba de mi segundo encuentro con José Puértolas –es un nombre figurado-, un experimentado diplomático que domina la lengua árabe, comprende el idioma judío y ha sido embajador de España en diversos países árabes y de Africa.
En esta ocasión nuestro café tuvo lugar en una terraza de la calle Orense de Madrid, contigua a la sede de UPyD.
- No me explico que nadie se lo haya comentado al Presidente -dice-. Pero es que la misma denominación de "Alianza de Civilizaciones" está irremisiblemente condenada al fracaso. ¡Si el Corán prohibe textualmente cualquier "alianza" con un infiel!
Puértolas desgrana su opinión acerca de la política exterior española y la que deberíamos impulsar desde Unión, Progreso y Democracia: el conflicto israelo-árabe, la futura presidencia de los Estados Unidos, Africa... toda ella plagada de ausencias y errores por parte de las más elevadas instancias políticas de nuestro país
Y yo comprendo que los intereses de España van por un lado y la política exterior que dirige José Luis Rodríguez Zapatero por el otro.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

El curso daba comienzo y se reunía el Comité de Dirección de UPyD en su madrileña sede de la calle Orense. En el orden del día, un repaso de la situación política y la designación de Paco Sosa Wagner en la cabecera de nuestra lista a las europeas.
Y después de la reunión, una parte de los componentes del comité nos tomábamos una bien "tirada" cerveza en una terraza de Madrid.
Me ocurre con las terrazas como con los "juegos prohibidos" que evocan la canción instrumental para guitarra. Es sabido que Bilbao no resulta localidad propicia a las terrazas. Pero a esto es necesario añadir que tampoco a los escoltas les gusta que a uno le dé por sentarse en una de ellas, por lo que en el caso de que lo haga nunca les pido su opinión. Bien es cierto que no practico este módico placer en demasiadas ocasiones, pero está visto que las terrazas... gustarme, me gustan.
Y en esa terraza cercana con la calle Orense se anudaban las conversaciones en el recuerdo de las vacaciones. Uno de nuestros más conspicuos viajeros a lo largo de la geografía nacional, Guzmán -para los amigos, y con su permiso, "Guzmi"- nos explicaba una de sus anécdotas estivales. Había pasado por un pueblo navarro, limítrofe con la provincia de Guipúzcoa, y que no, no era Vera de Bidasoa. Uno de esos pueblos que la simple vecindad geográfica contamina de nacionalismo y de intransigencia, que son 2 palabras que lamentablemente suelen andar de la mano. El desarrollo del viaje debió exigir a la comitiva una parada para estirar las piernas, con visita inevitable al bar más cercano.
Uno se imagina el establecimiento con facilidad. Se trataría seguramente de un local presidido por el ambiente gris propio de la penumbra que provoca una mal resuelta iluminación. En la larga barra, la podredumbre de la madera se une sin solución de continuidad con las grietas que se le abren a los organismos vegetales añejos, de igual manera que las arrugas surcan las caras de los seres humanos que se van instalando en la madurez. Hay algún vaso sobre esa superficie, y hay también un inevitable rastro circular de líquido en su entorno, mancha que nadie parece dispuesto a limpiar. 2 ó 3 mesas y sillas de aluminio se alinean, en triste desconcierto, al otro lado del local. Huele mal, a cerrado, a ausencia de ventilación, y a gente que no se ducha ni se cambia de camisa.
El bar está atendido por un hombre que lleva la edad y la falta de atención de la madera de esa barra. El dueño -no podría ser otra persona, su cara reflejada como en un espejo en las virutas de la vieja superficie sobre la que coloca las consumiciones- charla con tono monocorde y palabras telegráficas con los parroquianos, gente de edad provecta a quienes el vaso de vino o la copa de cerveza le sirven como alivio del tedio, como pasatiempo, más que de conjura de la sed o como práctica de una expansión alcohólica: no hace el suficiente calor para lo primero ni ha llegado aún la hora social en que se permita la bebida para amortiguar las insatisfacciones provocadas por la vida.
Entran "Guzmi" y sus acompañantes. De repente, sus figuras recortadas en el dintel de la puerta de acceso al local revelan su condición extranjera -dicho sea como equivalente a la de "extraños"-. La conversación se interrumpe y sólo se escucha otro ruido monocorde: el de los pesadísimos y torpes moscones que pretenden llevarse a la boca algo dulce, un par de granos de azúcar desparramados junto a una sucia taza de café, por ejemplo.
"Guzmi" advierte las palabras que le llegan en el silencio y las traduce en un significado preciso: "Se trataba de gente refractaria a los españoles, de nacionalistas, casi con seguridad de radicales", nos decía.
Por eso se marcharon sin pedir nada. Pero es que a "Guzmi" le pasa lo que a muchos "urbanitas", que no comprenden muy bien la idiosincrasia de la gente de pueblo. Y es cierto que el nacionalismo es ideología las más de las veces contraria a la apertura y al cosmopolitismo. Pero es que el nacionalismo es precisamente heredero del localismo, por eso Unamuno lo reputaba de "enfermedad que se cura viajando". "Guzmi" y los suyos eran "metecos", extranjeros. Y por eso no necesariamente bienvenidos en ese pueblo que, como en otros tantos pueblos de España y del mundo, las esencias se encuentran en lo conocido, en lo previsible. Y la desconfianza, el miedo, incluso el pavor, en lo desconocido, lo ajeno, lo extraño.
Esa es la paradoja de lo universal que tienen en común la aldea y el campanario. A veces da igual que se encarnen en radicalismos nacionalistas, en todo caso dentro de esa cáscara anida muchas veces el huevo de la serpiente.

lunes, 8 de septiembre de 2008

En el inicio del curso

Queridos compañeros,

me dirijo a vosotros en el inicio del curso político para tratar de fijar algún criterio sobre lo ocurrido hasta ahora en la vida de nuestro partido y las tareas que tenemos por delante.
Como sabéis, hace de esto poco más de un año, un grupo de personas procedentes de orígenes políticos bastante heterogéneos nos reunimos en un hotel de San Sebastián para analizar tabto la necesidad como la posibilidad de crear un nuevo partido político en la actual escena pública española. En las próximas semanas celebraremos el primer aniversario de la constitución de ese partido.
Unión, Progreso y Democracia presentaría candidaturas en todas las circunscripciones para las elecciones generales de este año,, obteniendo un escaño para Rosa Díez por la provincia de Madrid, a pesar de todas las carencias económicas y mediáticas con que nos encontramos..
Este curso político que se abre ahora contiene 3 decisivos retos políticos: las elecciones autonómicas en Galicia y el País Vasco y las europeas. Tenemos por delante la posibilidad de consolidar a nuestro partido como una organización de implantación nacional, cuya voz pueda estar presente junto a la de Rosa Díez en estos foros autonómicos e internacional.
A nosotros nos corresponde preparar las elecciones vascas que se celebrarán en el escenario de una mentira y un chantaje: la falsedad del nacionalismo vasco que pretenderá convertir estas elecciones en un plebiscito sobre los que estarían a favor o en contra del derecho a decidir de los vascos y la presión moral del voto útil a otras candidaturas que pudieran eventualmente suponer una alternativa de gobierno al nacionalismo. Este nuevo chantaje del voto útil no es sino otra falacia más: todos sospechamos que la "alternancia" que se propone no será sino otra reedición del bipartito nacionalistas-socialistas de otros tiempos, donde el nacionalismo insiste en su apuesta soberanista y el socialismo se acerca cada vez más a sus postulados. El tercer partido en discordia, el PP, ha completado un peculiar giro estratégico según el cual -y en expresión de Mariano Rajoy- estarían dispuestos a pactar con cualquier partido que no estuviera ilegalizado.
Por eso, la entrada de UPyD en el Parlamento Vasco se hace más necesaria que nunca. Y para ayudar a que así ocurra necesitamos de todos. Para cerrar nuestras candidaturas, para integrar los colegios electorales como interventores o apoderados, para apoyar los distintos actos de pre-campaña y campaña electoral...
Pero en un partido como el nuestro, que pretende regenerar la vida política española, queremos buscar el concurso de todos los asociados para aportar ideas y aprobar el programa electoral que presentaremos a estas elecciones. Para ello convocaremos a todos los asociados próximamente a una reunión de cuya fecha y orden del día os mantendremos informados.

Gracias por tu atención y recibe un cordial saludo.

Fernando Maura
Portavoz de UPyD en el País Vasco