miércoles, 28 de octubre de 2009

Maura y Ferrer en el centenario de la Semana Trágica. intervención en la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País. 22.10.09

Quiero empezar agradeciendo el sentido de la oportunidad con que ha actuado la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País –asociación a la que me honro en pertenecer- al organizar este acto. Cien años después de que se produjera la ejecución de Ferrer Guardia y el cese por don Alfonso XIII del su hasta entonces Primer Ministro don Antonio Maura parece necesario un encuentro como el que celebramos ahora.

Pero en este capítulo de agradecimientos debe extenderse necesariamente a mi amigo de ayer y de siempre Javier Otaola que tuvo la idea primera para la organización de este acto y que la ha seguido teniendo pese a las dificultades que se le han presentado. Quienes conocemos a Javier sabemos que no es persona que se arredre ante los obstáculos y que es hombre de recursos. Gracias a él, sin ningún género de dudas, estamos aquí. Y estamos para lo que espero constituya un ejercicio positivo de puesta al día de hechos que ya son parte de la historia.

Y como están en la historia espero también que no dispongan ya de la virulencia que tuvieron y que los podamos explicar ahora desde la serenidad. Entiendo que la, tantas veces traída y llevada “memoria histórica” no debe convertirse en un instrumento arrojadizo de los unos contra los otros, en esas “dos Españas” que al decir del poeta nos habían de “helar el corazón”: entre otras cosas porque en realidad es el mismo mantenimiento de la confrontación de ayer lo que nos sigue doliendo hoy, lo que nos “hiela el corazón”, a pesar de que el tiempo haya pasado y ya no debería ser fuente de desesperanza. No deberíamos repetir con Auden esos dramáticos versos :

Apenas queda nada en pie
más que los suburbios de la discordia.

Cien años después empezaré por decir que renuncio a ser en este debate el representante de alguien que eventualmente pudiera aparecer como verdugo, como tampoco creo que el señor Font haya venido aquí a ser representante de la víctima. Es verdad que Font es presidente de la fundación que lleva el nombre de uno de los dos ejecutados a consecuencia de la Semana Trágica –quizás el más significativo- y que yo mismo soy biznieto del político mallorquín bajo cuyo “gobierno largo” –el que va desde 1.907 a 1.909- ocurrieron los hechos de los que se derivaría dicha ejecución. Ni creo que lo son hoy ni que lo fueron en su día –víctima y verdugo-, al menos el uno respecto del otro. No hubo un gobierno Maura que mandó ejecutar a Ferrer Guardia, porque el fundador de la “Escuela Moderna” fue juzgado y condenado en un proceso celebrado de acuerdo con las leyes de la época: pero tampoco se puede negar -a la altura del momento que analizamos- que Francisco Ferrer hubiera utilizado a lo largo de su vida todos los medios que tenía a su alcance –y desde luego no sólo los medios legales- para conseguir el advenimiento de su sociedad ideal.

Es importante entonces que hagamos el esfuerzo de entrar en el túnel del tiempo y ponernos las gafas de hace cien años si queremos conocer algo respecto de los hechos y de las personas que actuaron en esa época. El mismo supuesto de la ejecución de Ferrer no sería comprensible hoy en día, cuando está generalizada en la sociedad española la convicción respecto de la inutilidad y de la monstruosidad de la misma pena de muerte que acabaría con los días del anarquista barcelonés. No ocurría así en la época. Y sirva de ejemplo de lo que digo que precisamente en los debates parlamentarios que seguirían al trágico verano de 1.909 el propio Pablo Iglesias –amparado por la protección que le confería su acta de diputado- afirmaba que no vacilaría en llamar al atentado personal contra don Antonio Maura de repetirse hechos como los transcurridos. Excuso decir que no son esas las posiciones que defiende el Partido que fundara don Pablo en los tiempos que corren en la actualidad, tiempos en que el debate político no ha perdido precisamente la virulencia que siempre tuvo.

España era a principios del siglo pasado el escenario del debate regeneracionista. Desde Joaquín Costa –que, situado en el republicanismo moderado- reclamaba un “cirujano de hierro” que extirpara los males de la nación, hasta el propio don Alfonso XIII que en enero de 1.902 afirmara en su Diario personal que “Yo puedo ser un Rey que llene de gloria regeneracionista a la patria. Pero también puedo ser un Rey que no gobierne, que sea gobernado por sus ministros, y por fin, puesto en la frontera”. Estas últimas palabras de un oximorón profético: sería un Rey que gobernó a sus Ministros y que lo hizo traspasando claramente los límites del poder moderador que la vigente Constitución le conferían, y que –quizás por eso- sería puesto en la frontera.

La pérdida de las colonias en 1.898 daría lugar a todos los discursos que hacían referencia a la decadencia de España y a la consiguiente necesidad de su regeneración. Pero -todo hay que decirlo- hubo en la escena política de aquel tiempo quien se empeñaría en trabajar con resolución por la reforma de un sistema que ya empezaba a presentarse como caduco incluso para aquel tiempo y quien no entendía nada de lo que traían los tiempos.

Supongo que el sr. Pont hará la glosa que corresponda a Ferrer Guardia. Yo creo que debo hacerla principalmente de don Antonio Maura. Y puesto a hacerla estoy convencido de que Maura era uno de los pocos políticos de la época que entendieron los males del país y se aplicaron a su reforma. Es verdad que el balance de su tiempo político no puede quedar resuelto con la palabra “triunfo”. Generalmente ocurre así con muchos de los personajes de la historia. Y no sólo en España. En este sentido, muchas veces pienso que los españoles somos el pueblo más auto-crítico que registran nuestros actuales pagos en cuanto a los con-nacionales de otros países de nuestro entorno, de modo que si alguien no se hubiera referido a una determinada “leyenda negra” española es seguro que la hubiéramos inventado nosotros mismos.

Discípulo de Giner de los Ríos, don Antonio Maura iniciaría su labor gubernativa en el Ministerio de Ultramar. Lo hizo desde un gobierno liberal -el de Sagasta- y cuando militaba en la filas de la facción de su cuñado Gamazo. Guarda noticia de su paso por ese ministerio el diario de sesiones y su proyecto de ley para la autonomía de Cuba y de Puerto Rico en el mes de junio de 1.893. Es verdad que si analizáramos ese propósito –el de la autonomía- desde nuestros ojos de hoy nos parecería ingenuo y carente del más mínimo sentido histórico considerar el autogobierno de aquellas provincias como una solución adecuada para las necesidades de los que allí tenían de decidir sus propios destinos. Pero no lo era en la época. Cuba demandaba precisamente su autonomía y era la total cerrazón de la mayoría de los gobernantes españoles ante esa petición la que obligaba a los criollos locales a organizarse y a pedir la simple salida de España de la conocida “isla bonita”. Hubo entre ellos quien declaraba que, de haber prosperado el proyecto presentado por don Antonio, el propio sentido de los revolucionarios hubiera, si no desaparecido, si debido ser aparcado durante algún tiempo. Y fue el Parlamento de Cuba, años después, en 1.925, cuando tuvo noticia del fallecimiento del político español, quien guardaría un minuto de silencio en homenaje a su persona.

Pep Martí recuerda –y no de manera incidental- que Maura fue defensor del republicano y masón Morayta. Y nohay que olvidar que a los masones se les acusaba de partidarios de la independencia de las colonias. Tampco que Ferrer Guardia asimismo lo fuera.

Poco tiempo después, Maura sería principal responsable del Ministerio de Gobernación –el actual Ministerio del Interior-, pero esta vez bajo la presidencia de Silvela. Maura había pasado al Partido Conservador junto con el resto de la minoría gamacista que hasta entonces había convivido en el partido liberal –“hoy la libertad se ha hecho conservadora”, diría-. El viejo partido del “pastor” Sagasta se veía confrontado a todo tipo de capillas e intereses diferentes y quizás hasta Canalejas no fue capaz de presentar una posición unitaria. Quienes abogaban por una “revolución desde arriba” –otra de las frases más características de Maura- pensaron que era posible su acometimiento desde un partido unido que no dejara de lado –sino al contrario- la política de reformas. Don Antonio se encontraría además bastante más a gusto con el señero católico que habitaba en don Francisco que con el maniobrero político que había en don Práxedes.

Quizás convenga dedicarle un minuto a esta cuestión. La política española no se resolvía en aquel tiempo desde la vieja nota de la derecha-reaccionaria y la izquierda –los liberales eran la izquierda del sistema- progresista. Quizás tampoco ocurra eso en nuestros días. Los conservadores estuvieron unidos bajo Silvela y con Maura hasta más allá de 1.909, los liberales serían incapaces de articular un programa político propio, más allá de sus diferentes facciones. Por eso seguramente un Rey intervencionista como lo era don Alfonso estuviera mucho tiempo más cómodo con estos últimos.

Como Ministro de la Gobernación don Antonio Maura tuvo el cometido de organizar las elecciones generales de 1.903. En su convicción de trabajar por el “descuaje del caciquismo”, que era una de sus principales convicciones y la tarea más urgente para dotar de contenido y liberar todas las energías existentes en la Constitución de 1.876, Maura determinaría que aquellas fueran unas elecciones limpias y así dictó las instrucciones oportunas a los gobernadores civiles. El resultado de las mismas, medido en términos de una sobrerrepresentación de los republicanos -de acuerdo con lo que acontecía usualmente en la época- llegó a preocupar en Palacio. La Regente había creído que el sistema estaba bien como estaba y que no era preciso insuflarlo de espíritu y hechos liberalizadores.

Pero el paso del político mallorquín por el Ministerio de Gobernación nos ofrece otra de las características de su personalidad. La eliminación de los “fondos de reptiles”, así llamados, con los que los gobiernos de entonces pagaban y domesticaban a la prensa, explican el inmaculado concepto de la política que él tenía. “Yo para gobernar sólo necesito luz y taquígrafos”, llegaría a decir.

Maura sería nombrado Presidente del Consejo en las postrimerías del año 1.903. Duró poco ese empeño pues tuvo que tropezar con ese Rey que no quería verse dominado por sus Ministros y que recabó para sí la función que la Constitución no le proporcionaba de elegir al Jefe del Estado Mayor del Ejército. Don Antonio se plantaría y dimitía de la Presidencia.

A este respecto, interesa destacar con María Jesús González, en su biografía sobre el político mallorquín, que “Maura fue durante toda su vida un decidido civilista, opuesto a cualquier intervención directa de los institutos armados en las decisiones políticas, incluso en años anteriores a 1909, había manifestado en más de una ocasión la necesidad de apartar al Ejército de la cuestiones de orden público interno y de poner en marcha las reformas necesarias para modernizarlo, adecuarlo a sus fines y al mismo tiempo romper su aislamiento con la vida civil”.

Y llegamos al llamado “Gobierno largo” de Maura que concluiría precisamente a raíz de la Semana Trágica. Entre las preocupaciones de don Antonio se podrían citar sin duda las siguientes:
- El “descuaje del caciquismo” .al que ya he aludido- y la democratización de la vida local que tienen su expresión en el Proyecto de Ley de Régimen Local,
- La preocupación social, que manifiesta en todos sus gobiernos y que se expresa en leyes como la de huelga, de descanso semanal, la creación del Instituto Nacional de Previsión –que es la primera piedra en España del sistema de Seguridad Social- y la creación de la inspección del trabajo.
- Las leyes que abogaban por la creación de una Marina de guerra con capacidad para repeler las agresiones que sufriera nuestro país y que diera lugar a la creación de los astilleros que aún hoy en día siguen abiertos y proporcionando empleo a muchos miles de trabajadores.

Maura desarrollaría por lo tanto una gran acción política y legislativa en este gobierno que concluiría en octubre de 1.909, cuando don Alfonso XIII aceptaba una dimisión que el titular de la Presidencia del Gobierno en ningún momento había presentado. Es verdad que hubo después tres ocasiones en que don Antonio aceptaría del Rey la nominación como Primer Ministro, pero ya estas se correspondían más a la función que el mismo personaje calificaría de “apagafuegos” o incluso de “Ministerio de monserga”. Marginado del poder por los diferentes gobiernos liberales, temido por el Monarca por su pertinaz dignidad en el desempeño de sus funciones constitucionales, arrojado a la cuneta por sus iguales en el partido –era el caso de Eduardo Dato, a quien el Rey llamaba “Eduardito” en tanto que se dirigía a Maura como “don Antonio”- Maura viviría sumido en el ostracismo de su tiempo y de su propia amargura. No haría él ningún esfuerzo por aclimatarse a las temperaturas que traían esos tiempos políticos. No era él hombre de pactos y componendas, sino más bien lo que hoy calificaríamos como un político de convicciones y no de consenso. Algunos años más tarde, cuando la solución maurista no obtuvo la mayoría deseada no fue capaz él de pactar con Dato para crear un gobierno de perfiles quizás no tan acusadamente reformistas, pero sí capaz de asumir una tarea resuelta a cambiar el país.

Hay una frase cuya cita me van a permitir ustedes. Resulta bastante descriptiva acerca de la personalidad del cinco veces Primer Ministro de la Corona: “Gobernar no es despachar los expedientes, y ver pasar y caer las hojas del calendario; gobernar no es desear las cosas buenas, y a la menor resistencia abandonarlas; gobernar no es escuchar el ruido de la calle para seguir todos los himnos y todas las marchas; gobernar es tener un concepto perfectamente claro de lo que se persigue y una voluntad firmísima de llegar a lo que se quiere, al punto de hacer la existencia ministerial solidaria de la obra que se va a realizar”.


Habría también –como digo- otros gobiernos, tantos como tres. Uno de ellos el que cesaría en noviembre de 1918. Cuando se produjo la crisis definitiva del gobierno Maura, ese gobierno del que él mismo solía decir que sus trabajos “se desarrollaban entre tantos equilibrios, genuflexiones y ceremonias que más que un gobierno parecía un minué”. El mismo gobierno en que, por cierto, estamos en Vitoria, se producía una concentración de todos los políticos significativos de su tiempo, aquel en que fuera nombrado Dato como Ministro. Quien, al recordar la azarosa composición del gabinete a un amigo le decía como conclusión: “Estoy en Estado” .-que era el nombre del Ministerio de Exteriores de entonces-. “No me extraña, le respondía su interlocutor, “con lo que le han hecho a usted…”

En todo caso, esos tres gobiernos presididos por don Antonio Maura después de un largo exilio interior en lo que se refiere a la primera función ejecutiva, serian los que correspondieran a la frase del político, según la cual, “por mí no quedará”; una expresión que encerraría ya más una connotación de desánimo que de resolución en la acción política.

Maura era por lo tanto un gobernante que entendería el regeneracionismo español con todas las consecuencias, si bien era cierto que el sistema –desde el Rey hasta la gran mayoría de sus componentes- no aspiraba realmente al cambio sino màs bien a una pequeña adaptación a los nuevos tiempos. Ese sistema que para don Antonio consistía en “continuar sesteando, pero cambiando de postura”. Daba igual que esos “cambios de postura” consistieran en la apertura a los republicanos moderados –como ocurriría con don Melquiades Alvarez o don Miguel de Unamuno- o de un guiño a los militares –desde la causa de la dimisión de don Antonio en su primer gobierno hasta la presentación de Primo de Rivera por el Rey a su homónimo italiano como “este es mi ´”Duce´”.-. se parecía esa España de principios del siglo pasado al cínico personaje de Lampedusa para quien “era preciso que cambiara todo para que todo siguiera igual”. Previendo, casi 20 años antes de que eso ocurriera, que las realidades no asumidas regresarían para tomarse su particular venganza, Maura explicaría en una nota preparada para alguno de sus generalmente infructuosos despachos con don Alfonso XIII que de no modificar el estado de cosas vigente España estallaría de forma irreversible en los desórdenes que la llevarían a la contienda civil.

Junto con sus enormes virtudes es cierto que don Antonio tenía sus pegas. Quizás la más más significativa de ellas sería la que cita José Alvarez Junco en su “Mater Dolorosa”, según la cual Maura no advirtió que la iglesia catolica tenia una veta no sólo antiliberal sino antinacional, al disputar al Estado el terreno de la educación.

Llegados aquí diré que no cumpliría el que creo que es deber principal de esta intervención si no hiciera alguna referencia a la Semana Trágica del verano de 1.909.

Se produjo esta en Barcelona. En esa ciudad que a decir de Friedrich Engels, ya en 1.873 era la ciudad del mundo con más combates de barricadas en su historia. Y el hecho sería, como decía Tayllerand, peor que un crimen, un error. El gobierno lo vivió simplemente como un episodio de orden público y se aprestó a cumplir la ley, la que existía entonces. Maura no era –ya lo hemos dicho- un político de concesiones.

Por el otro lado nos encontramos con Francisco Ferrer. ¿Quién era el personaje?, ¿cuáles eran sus pretensiones?

A decir de Joaquín Romero, cuya principal obra “La Rosa de fuego” todavía constituye el mejor de los textos que se han escrito sobre la Semana Trágica, el fundador de la Escuela Moderna se ceñía a la concepción tradicional del anarquismo, según la que habría cuanta violencia hiciera falta para quebrantar la resistencia de la burguesía. ¿Habrá sangre?, preguntaba y se contestaba a sí mismo: sí, mucha.

Con independencia de las buenas intenciones educativas de su escuela, está demostrado que Ferrer –a quien la fortuna le había sonreído- albergaba en su centro educativo las reuniones en que se decidían lo que se venía en denominar las “moléculas anarquistas”, pagaba los gastos de viaje de los terroristas perseguidos –y a veces también sus municiones-. Y –siempre de acuerdo con lo expresado por Romero, pero también por otros historiadores- prepararía con Mateo Morral el atentado contra el Rey en 1.906. Morral, en ese cruce permanente que produce el factor humano, estaba enamorado de Soledad Villafranca, a la sazón compañera sentimental de Ferrer.

La colaboración del anarquismo de la época con los republicanos era meramente táctica, como cabe suponer: sólo querían que adviniera esa forma de gobierno y que se le fuera de la mano a los propios republicanos. Seguramente, el comportamiento anarquista durante la II República y la guerra civil dan buena prueba de esa práctica política.

Por lo tanto, la diferencia entre esas “moléculas anarquistas” y el terrorismo de nuestros días sería harto compleja de trazar. Y la aplicación a quienes en ellas se encontraban de la ley antiterrorista no menos justificada que en nuestros tiempos.

Yo no pretendo ser juez de procesos individuales. Unos y otros muertos han enterrado a sus muertos. Lo cierto es que la Semana Trágica se saldaría con el balance que se conoce desde el punto de vista de muertos y heridos en algaradas callejeras y en ejecutados y encarcelados. Políticamente no resultaría en exceso significativa: el republicanismo de Lerroux obtendría menos votos en las siguientes elecciones de diciembre que las que había obtenido en el mes de mayo inmediatamengte anterior a la Semana Trágica. Hubo, eso sí, una consecuencia política: el cese de Maura

Hay siempre una distancia -a mi juicio infinita- entre las actitudes de cambio, se denominen estas “revolución, revolución desde arriba” –como la llamaría Maura- o simplemente reforma. Y esa distancia se encuentra en los métodos para llevarlas a cabo. Cara y cruz de una misma moneda, de alguna manera unidos en la misma suerte política y vital, Ferrer y Maura intentaron cambiar el sistema en el que habían nacido. Los dos fracasaron, uno murió en el pelotón de ejecución en Montjuich, el otro de muerte natural mientras pintaba una acuarela en Torrelodones. A los dos les perviviría el régimen que quisieron modificar. Pero no por mucho tiempo, al menos en el caso de este último: después de la Dictadura vendría la guerra civil y de esta 40 sombríos años, haciendo realidad las más negras de las profecías de don Antonio.

Hoy todavía algunos creemos en la necesidad de autentificar un sistema que está cerrado y permanece opaco para buena parte de los españoles. Pero esa es otra historia y al menos no parece que se resolverá como en la Semana Trágica con sangre de reformadores o de revolucionarios.

2 comentarios:

Sake dijo...

Debemos conocer la Historia y no precisamente para repetirla. :)

Antonio Valcárcel dijo...

Libertad, Igualdad, Fraternidad.

¿Francisco Ferrer y Guardia fue masón? Javier Otaola lo es:
¿La Real Sociedad Bascongada de Amigos del País?
Al fin y al cabo que importan las etiquetas cuando por las ideas y el ideario de pretender cambiar la sociedad o quizás el mismo mundo, uno puede llegar a ser pasado por los tamices de las diferentes inquisiciones. Fueron muchos los masones ejecutados y otros exiliados y efectivamente tenían en contra las leyes que imperaban en aquella sociedad donde incluso los honrados miraban para otro lado cuando ejecutaban a humanistas, poetas(...):
Comunicaciones remitidas por la Logia Jovellanos de Gijón al Gran
Consejo del Grande Oriente Español reclamando su intervención
para poner fin a la Guerra de Marruecos, evitar el surgimiento de la Guerra en Europa, obtener la libertad del Gran Maestre del
Oriente de Bélgica apresado por los alemanes, reclamando la
Potestad de afiliar y regularizar masones en cualquier lugar de
Asturias donde no hubiera logias, presiones al Gobierno para que
Se respete la libertad de conciencia y los enterramientos
civiles, adhiriéndose a un homenaje al General Joffre y
reclamando publicidad a la favorable acogida que recibieron en Gijón dos masones rescatados de un vapor italiano torpedeado.

Cuatro copias de una circular remitida por la Gran Logia Regional
del Noroeste de España a todos los masones en el territorio de su
Jurisdicción para que se prevengan ante el crecido número de
ciudadanos de derechas que pretenden hacer valer su calidad de masones para eludir responsabilidades políticas ante las autoridades republicanas.

El juego de algunos por alcanzar las dádivas en tiempos difíciles sobrepasa la pura razón dejando disléxicos en las ideas, en aras de conservar sus vidas, patrimonio y bienestar, etc.