jueves, 7 de enero de 2010

De los espacios a compartir

Ocurría en aquella década prodigiosa de los años `60, que culminaría con una explosión, sin precedentes en los países capitalistas, de una juventud airada que pedía soluciones imposibles a unos poderes públicos que ya por aquel entonces empezaban a resultar aburridos. Un filósofo de origen alemán y de situación americana, Herbert Marcuse, que dio en convertirse en unos de los referentes priivilegiados de esas revueltas estudiantiles, escribiría un ensayo cuyo título era más que revelador: “El hombre unidimensional”.
Que el ser humano disponga de una sola dimensión, según el autor citado, constituía una de las más significativas perversiones del sistema capitalista, que reducía a la persona a la sola condición de lo que esta pudiera representar en esa sociedad limitada y restrictiva.
Nada tengo que decir respecto de las consecuencias de semejante tesis: la abolición del sistema que basaba sus postulados en la economía de mercado y su sustitución por el socialismo, perfeccionado, eso sí, respecto del entonces vigente en los países del Este de Europa. Mucho más cuando hace ya 20 años que se hundía el muro que separaba uno del otro sistema. Pero sí me interesa apoyarme en esta tesis para evocar otra de signo muy diferente.
Y la empiezo a desarrollar, aunque sin ánimo de agotar el asunto.
Más allá de lo que decía Marcuse, lo cierto es que la sociedad que vivimos nos conduce de forma más o menos inevitable a situaciones que bien pudiéramos definir como endogámicas. Y resulta curioso que en un mundo tan intercomunicado como es este, en que la red es el sistema, seamos muchas veces incapaces de establecer relaciones que excedan de esos pequeños espacios en los que nos encontramos.
Así, la empresa se desarrolla en el mundo que le es propio, lo mismo que la política o la cultura, en actitudes que parecen más bien pugnar con su carácter más ontológico. Será su obligción, pero no sólo ella: el político sabe que su existencia deriva de la capacidad de obtención de un número suficiente de votos que le permitan ejercer una función representativa, previa a cualquier tarea de gobierno; pero debería ser consciente de un elemento adicional y de no poca importancia: como diría don Miguel de Unamuno a los Millán Astray y comapañías más o menos gráciles que le increpaban al grito. que era todo un oximorón, y que decía “¡Viva la muerte!”, con el certero “Venceréis, pero no convenceréis”. Poruqe se trata más de convencer que de vencer, más de ofrecer soluciones que de seguir las encuestas. Y la victoria política siempre llega después de las estrategias ambiciosas que consisten en resolver los problemas de fondo. Claro que no es este el tiempo de estos políticos, sin embargo.
Algo parecido cabría advertir respecto del mundo de la empresa. Bien entendido que estos son tiempos más que difíciles para este mundo, y son muchos los que -como decía la canción “los que están vivos son los sobrevivientes”-. En cualquier caso, sin embargo, habría que decir que el objetivo de la empresa no consiste sólo en ganar dinero. Y no me refiero únicamente a crear puestos de trabajo o a la función social que tiene–y sobre la que se está insistiendo de forma muy adecuada en muchos casos-, que también. Como diría el filósofo y novelista bilbaino se trata más bien de convencer. Y ahí el mundo de la política no es un asunto baladí.
Ya se sabe que existen verdaderos especialistas en la obtención de favores. No me refiero sólo a los que se producen a través de la simple y estricta prevaricación. Están los que protagonizan los “lobbies” y los más diversos gabinetes de influencias –aunque en nuestros pagos resulten menos transparentes y reciban nombres diferentes-. Me refiero a la tarea que consiste en implicar a la empresa en los proyectos de futuro que tarde o temprano la política deberá desarrollar. No en el regate corto, en la subvención, que son escenarios convenientes y necesarios cuando se producen, sino en esquemas de estrategia a medio o largo plazo.
A veces siento una cierta nostalgia por los capitanes de empresa de principios del siglo pasado, para quienes la política no era sino una expresión más de su propia condición de ciudadanos. Un Martínez Rivas, un Sota, por referirme a grandes empresarios vascos –que es el terreno que mejor conozco- situaban la política como un medio más en el que debían situar su influencia y muchas veces lo hacían con toda naturalidad presentándose a las elecciones. Y Bergé –por poner otro ejemplo- no era sólo amigo de Maura y empresario, sino jefe también del maurismo en Vizcaya.
Nostalgias aparte, se trata de un tiempo que está pasado y que no volverá, aunque algunos coletazos pueda dar aún y que están en la mente de todos los adictos a las memorias antes de que el memoriado haya de verdad concluido su trayectoria vital. No creo que el empresario común quiera hacer de la política su actividad futura. Pero sí que el “zoon politikon” aristotélico es cierto, que constituye un deber y que la empresa no tiene solamente la dimensión que le es propia, sino que debe implicarse en la vida de su país y de su órbita de influencia.

2 comentarios:

Antonio Valcárcel dijo...

Los prototipos de los llamados hombres renacentistas que saben de todo los sigue habiendo también, ahora, en la política. Lo difícil es predicar y cumplir lo que se dice. En cuanto a los grandes empresarios que fueron motores de progreso de la economía no deberíamos de olvidar a las manos que construían y hacían productivas sus empresas; fueron legiones de hombres y mujeres que la memoria histórica ha sido incapaz de recuperar de las cuencas minera, etc.
En una ocasión mientras celebraba unos ejercicios espirituales en Islabe leí algo referente a un miembro de la familia Ybarra y quedé asombrado del gran corazón que poseía y la magnitud de sus obras pías que sería profuso ahora enumerar.
En su obra " El doctor Areilza, médico de los mineros" de Josu Montalbán, escribía: "ENTONCES, COMO AHORA, LAS LEYES NO ERAN SUFICIENTES PARA GARANTIZAR LA JUSTICIA, Y LA CARIDAD ACUDIA A SU AUXILIO, FUERON EN NOMBRE DE DIOS O COMO TRIBUTO A LA PROPIA CONDICIÓN HUMANA".
¿Llegaran tiempos en los que la caridad de los ricos no conformará a los pobres y los pobres vomitaran de sus estómagos vacíos una especie de hiel que lo anegará todo?
Lagos verdes de desesperanza desde la Isla de Patmos.

Sake dijo...

No está en la naturaleza humana recibir caridad, la felicidad está en el que dá, el que recibe gratuitamente y no puede devolver el regalo, se sentirá mal. Participar en la creación de leyes que afectan a toda la sociedad es a lo máximo que puede aspirar todo ciudadano sea empresario o trabajador.