lunes, 4 de enero de 2010

Intercambio de solsticios (49)

Alexis de Tocqueville, ese aristócrata francés procedente del Ancien Régime y que se había reconvertido -"déguisée"?- en demócrata, escribía acerca de su conocimiento en primera persona de los usos y las instituciones americanas: "Las naciones pequeñas han sido en todas las épocas la cuna de la libertad política. Sucede que la mayor parte de ellas perdió la libertad al agrandarse, lo que demuestra a las claras que se debía a la pequeñez del pueblo y no al pueblo mismo".
¿Nos hacía falta volver al origen para recuperar la civilización que habíamos perdido? ¿Para volver al individuo dejando atrás la tribu? ¿O, como escribió Updike, volver a coser la manzana al árbol?
Todo era posible. Pero los teóricos hablaban de otros tiempos, de otras épocas. Estas eran diferentes. Los hombres habían abandonado su condición de gente y apenas si podían reconocerse en la gregaria esencia del rebaño o de la manada. Porque se trataba más bien de los lobos del Leviathan de Hobbes que de un conjunto de ovejas pastoreadas por un perro, eso que se podía observar en las abandonadas calles y plazas de lo que un día fue Madrid.
Era ahora la lucha por el principio de las cosas, la recuperación de los valores, de los básicos: del derecho a la vida, por ejemplo. Jorge Brassens había vivido algo de eso en sus anteriores tiempos en el País Vasco, cuando la mitad de la población y sus dirigentes preferían mirar hacia otro lado cuando un reducido grupo de asesinos -disfrazados, eso sí, con ropajes de políticos liberadores- extorsioban y mataban. Reproducían de esa manera el mundo del "Pogrom" y del "Gulag". La humanidad no siempre progresaba de un modo invariable y constante. Hacía falta para ello la voluntad y el coraje. Un proyecto de civilidad asumido y a desarrollar en la vida de cada uno. Nada está dado. Sólo el punto de partida. El de llegada dependía de otros factores, entre ellos y muy principalmente de nosotros mismos, de nuestro compromiso con la dignidad.
¿Democracia? ¿Separación de poderes? ¿Imperio de la ley? ¿Estado de Derecho? Eran términos políticos que apenas si en un tiempo significaban algo. Todo aquello empezaba a degenerar cuando -como diría Polibio- la democracia derivaba en demagogia, que fue cuando los partidos se enseñorearon de la democracia española: nombraron a sus diputados, unciéndoles a sus siglas, como los bueyes a sus arados: eligieron a los jueces por un procedimiento similar y unas consecuencias equivalentes; silenciaron a la prensa y a los partidos "outsiders" que criticaban y proponían alternativas a este sistema.
Fue cuando Jorge Brassens se instalaba en Madrid, poco antes de que todo eso ocurriera, en esa pesadilla que estaba siendo el 2.013...
Frente a ellos se alzaba ya el edificio de la antigua estación de Chamartín.

1 comentario:

Sake dijo...

Y uno se pregunta ¿podemos realmente hacer algo en el devenir de los acontecimientos?, o somos simples comparsas de los tiempos y a lo único que podemos aspirar es a ser portavoces de ésos tiempos. Yo no tengo la respuesta.