martes, 19 de enero de 2010

Intercambio de solsticios (54)

Historia de Adelfa (6)

"Una mañana fuimos yo y mi madre a Bata a vender cosas y (…) había un policía y dice que nos conocía a mí (…) y a mí. Dice mi madre: “(…) es que ella no me quiere ver a mí también, porque ella no es nadie. A (…) 11 años, ni un comisario (…) la golpearon y la pusieron en venta (…) al aeropuerto. Y al llegar al aeropuerto, pues, subí en una especie de avioneta, algo que yo no había visto, al menos en la vida real.
Bueno. Llego a Libreville. Era como 2 horas (…) vestido normal, un poco mailta, porque yo no había estado vestida tan bien. Yo ya tenía la angustia, yo ya era más familiar del bosque que de otra cosa (…) y a ver a mucha gente, pero a mí ya no me era familiar eso. Entonces, cuando yo llegué ahí encontré a mucha gente, había mucha gente viajando, vi a muchos aviones buenos. (…) era que el señor había ido a Guinea. Negoció con el ministro de (…) Le dijo: “Le ofrezco un tren en Plancien (…) que es un barrio, que podéis construir vuestra embajada (…) impuesto En el aeropuerto vino a buscarme, él personalmente con un chófer. Era la primera vez que yo lo había visto en mi vida. Como él habla “pan” (?), como yo también, entonces me dijo en mi idioma: “Ahora sí que te voy a matar por dar tanto dolor de cabeza. ¿Tú no sabes que en este país no manda la mujer? ¿Y tú quién eres para mandar a la gente?” Bueno, yo no discutí porque ni siquiera lo conocía. Me ató él mismo dentro del coche, y llegamos a su casa. Me dice: “Esta es tu casa también. Pero, antes de ser tu casa, te voy a dar un ejemplo para que no vuelvas a hacer lo que estás haciendo con tu hermana. De hecho, tu hermana está en la cárcel y a tu cuñado le he sacado del trabajo, hasta que tú volvieras”. Me quedé atada. Salió. Le fue a dejar al chófer. Él vino solo. Ya había ido ya la gente que estaba. Empezó a golpear (…) una paliza de miedo, vamos (…) Me es muy doloroso contarlo, porque no es muy agradable. Me quedé sin consciencia (…) Total, no me acordaba qué tal me quedé. Pero si que sangré en la nariz (…) Todo, muy mal. Me dejó en una zona muy pequeña, donde él guardaba la (…) Y él cerró la puerta (…) Por la mañana, cuando se fue a trabajar, dijo que nadie abriera la puerta, porque yo estaba allí, y pasé todo el día dentro y toda la otra noche, y por la mañana siguiente me sacó como si de un toro se tratase. “Ven. Te vas a duchar ahora mismo porque te lo ordeno (…) me tengo que duchar?” “Porque lo digo yo”. Voy al baño y vi que no podía moverme nada. Yo tenía hinchados todos los ojos. Y él personalmente llenó la bañera de espuma y de no sé qué otras historias. Y me dejó y me dijo que yo me asomara a la bañera, porque era la primera vez que yo me asomaba a una bañera tan grande. Me dijo: “Tú te pones aquí. Dentro. Y no te mueves”. Tenía un agua calentísima. Pero yo no sentía el calor del agua, porque yo tenía el cuerpo hecho polvo. Entonces vino con un señor. Me sacó de la bañera. Me dijo: “¡Levántate y vente aquí!” Vino él. Me dio un trozo de tela. Me destapé un poco. Me sacó en (…) brazos, y (…) aquel señor era un médico, y era familiar suyo, y dijo: “Esa chica no puedes seguir guardándola aquí dentro. La gente de Guinea, su familia que vive aquí, tampoco sabe dónde está. Tenemos que hacer algo, pero la tienes que llevar a una clínica, porque está muy mal. Tiene muchas contusiones en la cabeza. Además tiene una hemorragia, pero muy pequeña. De todas formas hay que llevarla a un sitio”.
Me llevaron por la noche a una clínica. Y me lavaron la nariz, me lavaron los ojos, me lavaron las heridas (…) Me dieron mucha medicación. Sobre todo a mí me dieron (…) Me quedé toda la noche con (…) Porque, según los médicos, me deshidraté. Más de 24 horas sin tomar nada. Y me quedé sin (…) nada, lo que es agua en el cuerpo.
Bueno. Al día siguiente era materia reservada. Nadie sabía que yo estaba ahí, en el hospital. Nadie sabía nada. Me llevó a su hogar, con la enfermera (…) Y ya tenía yo un poco de tetas, un cuerpo bastante formado, como ya de ser mujer. Y él, caliente (…) No sabía qué decirle, si bien o mal. Porque si yo decía “bien”, yo mentía; y si decía “mal”, no sabía qué decirle. De todas formas, yo estaba muy preparada, porque mi madre me había hablado (…) de los hombres.
Sube. Viene el tío. Ahí (…) la policía. Bastante. Me preguntaba: “Tú. ¿Ya no estuviste la primera vez?” Yo, calladita. Y dijo: “Si tú ya estás callada, es porque quieres decir sí”. Y dijo: “Bueno, y (…) actividades sexuales”. “¿Yo? Ni idea”. Yo no decía nada, porque yo no sabía de qué estaba hablando él (…) Pues empezó aquella tarde a meterme manos, tocarme (…)"

El papel terminaba diciendo: "Fin de la primera cinta".

1 comentario:

Sake dijo...

Oh humanos si sois tan desgraciados con las costumbres atrasadas de vuestros pueblos, con la ferocidad que os rodea, mujeres hombres veniros aqui. En mi pueblo tenemos reglas más humanas, somos más dulces y compartimos lo que tenemos. En mi pueblo los bienes materiales los compartimos y lo que más valoramos son la justicia y el buen trato, trato humanitario. Hermanos del mundo oprimido venid con mi pueblo ¡seremos un bálsamo para vosotros!.