miércoles, 12 de mayo de 2010

Encuentros cubanos (2)

Después de cambiar dinero -los "pesos convertibles" han sustituido a las divisas internacionales- tomamos un taxi.
Ese domingo por la tarde, la carretera aparece limpia y relativamente cuidada. La temperatura exterior supera los 30º y la humedad va generando en nuestros organismos una cobertura pegajosa de sudor que sólo se desprenderá de nosotros en los locales que disponen de aire acondicionado.
El hotel Melia Habana nos recibe con su colosalismo de siempre. Nada ha cambiado, salvo algún rasgo de deterioro en las numeraciones de las puertas de las habitaciones. La sola ausencia de reformas nos advierte que también el turismo está aquí en baja forma.
Hay un mensaje de bienvenida de Oswaldo Payá en mi móvil. Dice:
“Bienvenidos Rosa, Fernando y Antonio. Nuestra casa es vuestra casa. Dejen equipaje en el hotel y vengan a casa esta noche. ¡Qué alegría hermanos tenerles con nosotros! (Luego daba la dirección y firmaba:) Oswaldo y Ofelia”.
. Dudamos de si pedirle que se desplazara al hotel, pero después de hablar con él me dice que prefiere que tengamos una "conversación tranquila" en su casa. Me temo que la plática resulte interminable, pero vamos hacia allá.
Los aledaños de la residencia del portavoz del "Proyecto Varela" están sembrados de grupos de niños y jóvenes que se retiran despreocupadamente cuando nuestro taxi les sortea.
Después de algún titubeo llegamos a la casa. Payá nos recibe en camisa de cuadros de manga corta y pantalones marrones. Su aire de familia es inconfundible: fuerte, algo grueso –se tapa la barriga cuando llega el momento de la foto- y reposado.
El salón de su casa se confunde con el "hall" de entrada. Suelo de baldosas. Alguien conecta un ventilador y el pesado aire de la noche se mueve.
Nos sirven un refresco y tomamos asiento. Junto a Ofelia y Oswaldo van apareciendo sus hijos que seguirán discretamente la conversación y... un perro que Rosa nos dirá que está tuerto.
Oswaldo Payá se sienta en una mecedora y conversa con ceremonia de santón de la disidencia cubana. Sus frases son largas y sus reflexiones constituyen todo un tratado de la experiencia humana de una persona que lleva más de cuatro décadas luchando por la libertad de Cuba.
Recuerda su primer encuentro con Rosa, que tuvo lugar en la ocasión de la entrega del premio Sajarov. Después describe la situación que se vive en la isla. Algo parece flotar en el ambiente: la sensación del cambio. La enfermedad de Fidel, la ausencia de legitimidad y carisma de Raúl, una economía que ya no garantiza ni siquiera lo imprescindible... Y en medio de todo esto el ominoso crimen de Orlando Zapata.
Es un caso paradigmático el de Zapata. Un "negro" -los negros no tienen derecho a la disidencia, porque la revolución los hizo personas, nos dirá Payá que es la reflexión xenófoba del régimen-. Zapata era un activista y por eso fue detenido, preso y torturado. Su huelga de hambre era sólo una expresión de su dignidad personal antes de la extenuación final.
Zapata era un dinamizador del Proyecto Varela. Una iniciativa que trató de explotar las contradicciones del sistema, pretendiendo la convocatoria de un referendum dentro del marco legal que condujera al país a un régimen de libertades. Consiguieron unas 20.000 firmas, hecho insólito en un país totalitario.
El movimiento no se ha convertido aún en partido, pero su portavoz es una de las personas más emblemáticas de la disidencia cubana. Premio Sajarov del Parlamento Europeo 2002 y nominado para el Nobel de la Paz de este mismo año -"cuando te señalan te protegen", dirá Rosa Díez recordando una afortunada frase de otra premiada- Oswaldo Payá se encuentra confrontado a dos líneas opositoras que se retroalimentan mutuamente: el régimen de los Castro y los de Miami. Y ellos creen que es posible una tercera vía que pueda integrar a todos los cubanos, un camino de reconciliación y que analiza la transición española como modelo a seguir. Los cubanos no quieren que se caiga lo que ya tienen: la educación, la sanidad... No quieren perder sus casas. Y sabe que, cuando se ponga en marcha el camino hacia la democracia serán muchos los que se apunten a él, incluso desde los aledaños del régimen. ¿Estaremos preparados?, se pregunta -nos pregunta Payá-. "No os preocupéis -asegura Rosa-. En España nos pasó lo mismo. Ni siquiera sabíamos votar. Pero había un acuerdo muy profundo de construir la democracia. Cuando llegue el momento sabréis cómo hacerlo".
Las palabras de Rosa producen un efecto balsámico en nuestro interlocutor. Y es que están solos, sus conversaciones telefónicas controladas, el acceso a sus correos electrónicos limitado cuando no prohibido. Esa cárcel en que los Castro han convertido la isla les hace intuir -como en la caverna de Platón- que las sombras tienen la forma real de monstruos espantosos. Pero, con serlo, con la práctica que los verdugos hacen de la crueldad, de la delación, del chantaje, del terror... saben que, a pesar de todo, pueden caer lo mismo que se desmorona un castillo de naipes.
Pero el camino es difícil en esa monarquía social-fascista que pasa de Castro a Castro sin solución de continuidad. A muy pocos metros de la casa de Oswaldo Payá unos acólitos del régimen pusieron un cartel que decía:
"En la ciudad sitiada la disidencia es un crimen".
Sólo quince días después colocaron debajo de la frase el nombre de su autor: San Ignacio de Loyola.
Orquestadas y jaleadas por el régimen, las manifestaciones se han sucedido a la puerta de su casa, pero los Payá resisten. Y Rosa dice la cita de Albert Camus, que la acompañó a lo largo de los años de hierro y lágrimas en nuestro País Vasco natal y que repetirá a lo largo de nuestra estancia en la isla: "De los resistentes será la victoria".
"¿Y de la embajada de España que hay?", preguntamos. Oswaldo Payá puede decirnos algo de Carlos Alonso Zaldivar, pero nada sobre el actual embajador. España, el país hermano, no está ni se le espera en esta isla aislada, cerrada y triste de los cubanos que luchan por su libertad.
Son ya las doce de la noche cuando la furgoneta de Oswaldo nos acerca al hotel recorriendo las desiertas calles de la Habana húmeda, calurosa y somnolienta. Hay un olor a gasolina de pésima combustión que se cuela en el recinto de ese coche.
Cuando apago la luz de mi habitación en España son las seis y media de la mañana.

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