miércoles, 19 de enero de 2011

Intercambio de solsticios (120)

Bilbao, 11 de febrero de 2003.

Querida Lorsen:

Retomo mi correspondencia contigo después de un largo viqje a China. Rafa Balparda me dijo que Lu Pi, su amiga estaba en Shanghai con una empresa vasca, como intérprete, y que le dejaban la vuelta abierta durante unos días. Coincidía con el final del año chino, que es el 31 de enero –se pasan unos quince días de fiesta con ese motivo-. Por cierto, este 2003 es el año de la cabra, que es mi signo y, según Lu Pi, todo lo que me proponga me saldrá bien. Desde luego estoy convencido de que no será tan malo como el pasado. Pero vuelvo al viaje. ¡Te puedes figurar! Yo no tenía –como sabes- ni siquiera pasaporte, ni menos aún visado para entrar en China, no sabía cuánto podía costar el viaje... El caso es que me saqué la documentación y las visas se quedaron atrapadas en Burgos –nevaba- el día anterior a nuestra salida-. Pero al final, como por arte de magia, conseguimos volar para Shanghai.
Iba a tener una cena con tu hermano Enrique precisamente el día de nuestra salida. Le llamé y me dijo que no importaba porque ni Paty ni Elisa podían desplazarse a Bilbao. Creo que ya te he contado que las perlas de tu madre se las quería regalar a nuestras sobrinas.
La noche anterior cenamos los Aznar –Mónica y Alejandro- y los Ortiz de Urbina en Jolas Toki. A las dos amigas tuyas les regalé un pañuelo de Hermès. A Dolores se la llevaban a Estados Unidos para que La intervengan. Isabel me ha prometido que me llamaría a la vuelta. Jorge habló mucho de medicina con Mónica, con lo que estaba entusiasmado.
Shanghai es una población enormemente interesante. Te hubiera gustado conocerla y yo habría disfrutado de tu compañía –entre otras cosas- para hacer una vida menos consumista que la del resto del grupo, especialmente una pareja de amigos de Rafa –él nacionalista bastante furibundo, aunque se ve a sí mismo como un moderado; ella más inteligente, que ha votado ya por dos veces al PP, en contra del criterio de su marido-. ¡Había que ver cómo compraban! Era de reflexión sociológica. Claro que yo se lo decía con mi habitual tono irónico, pero les daba absolutamente igual. Primero comprobaban que podían comprar las cosas a un tercio del valor pedido por el comerciante –que era al menos otro tercio de lo que podría costar aquí. Al principio compraban porque les gustaba. Luego siguieron comprando sólo para comprobar si les aceptaban el regateo: Era como una especie de furor, el consumo por el consumo. De modo que iban y venían con enormes bolsas repletas de bufandas, fulares, pañuelos, relojes falsos... Todo lo que te puedas imaginar. Después, en la última fase de la historia pensaron que podían colocar el exceso de sus compras –o sea, más del noventa por ciento- en Bilbao, y con eso costearse el viaje. Una feliz idea que, por supuesto no me propusieron en ningún momento. ¿Te puedes imaginar? ¡Una chica que tiene un chalé en la Bilbaina vendiendo pañuelos y relojes de imitación en los vestuarios del club! Rafa Balparda no aceptó la posibilidad, pero ellos mantenían su furor comprador.
Había un mercado permanente de antigüedades donde compré varias cosas –un par de cuadros para Lanzarote, una figura de un viejo pescador, un reloj cuyo mecanismo es un pajarito en una jaula que mueve el cuerpo mientras da los segundos...
Fuimos a un museo histórico muy interesante, entramos en el teatro de Shanghai que es como una enorme pagoda china acristalada –representaban el “Amor Brujo” de Falla-, dimos un paseo por el río en un barco y desayunamos en un edificio a cuarenta y cinco pisos de altura, desde donde se divisaba perfectamente la ciudad.
Para los chinos la misma escritura es un arte y por ella empezaron a ejercitarlo. Luego pasaron al realismo, mezclándolo con los caracteres. Se trata de una reflexión interesante: la escritura y la pintura integradas en un solo medio de expresión.
Visitamos un acuario fantástico. Pero ahí me lo pasé mal. No sé por qué noté tu ausencia de una manera verdaderamente profunda, lacerante. Y no creo que tú y yo hayamos visto juntos un solo acuario. Pero sentía punzadas de dolor que me golpeaban el estómago.
Aburrido de tantas idas y venidas a los mercados, me fui al museo de Bellas Artes, donde había una retrospectiva que me parece que vimos ya en el Guggenheim, pero más reducida en el caso chino: arte francés de la época de los sesenta con sus acostumbrados grafittis y alguna producción al estilo de Warhol. En cuanto al arte chino hay que decir que se ha instalado en el realismo comunista, aunque había un par de cuadros que me gustaron mucho y de los que busqué sin fortuna una reproducción: uno era un dibujo de una calle del barrio colonial de la época británica; el otro un óleo de una mujer china desnuda, una especie de muchacha en flor, que diría Proust: una belleza oriental de las que pocas veces se pueden advertir.
He aprendido –siquiera con alguna torpeza- a comer con palillos y al final del día nos dábamos unos masajes terapéuticos que nos dejaban como nuevos. Hay que decir que los chinos son tan escrupulosos en cuanto al aspecto sexual que ni siquiera te hacen desnudarte: sólo te quitas el jersey y los zapatos, y además en cada parte de tu organismo sobre la que trabajan ponen una toalla. Pese a eso tienen tanta fuerza en las manos que ves las estrellas. Incluso te meten el codo entre las vértebras.
En una de las cenas tuvimos una bronca bastante importante, por supuesto acerca de política. Chechu –que es el abogado que te decía- llegó a decir que la política vasca se hacía entre dos bandos de locos –en la mañana anterior me había afirmado su admiración por Arzalluz. Yo le había contestado con toda tranquilidad que a mí ese tipo me parecía un hijo de puta, con perdón de su madre, claro-. “¡O sea que además de víctima, estoy loco! Desde luego que lo tengo bastante bien!”, le dije.
La ciudad está repleta de edificios impresionantes. Altos, pero bien diseñados y distribuidos. Tienen catorce millones de habitantes censados y cuatro o cinco itinerantes. Ese país puede darnos un susto en unos diez años. Pero un buen susto, además.
Total. El viaje ha resultado muy bien, bastante barato, y los consumistas tuvieron que pagar más de cuatrocientos dólares por exceso de equipaje. Creo que volvieron un tanto decepcionados por su táctica, aunque no lo dejaban entrever.
La vuelta a casa nos sorprendía con la malísima noticia del asesinato por ETA de un miembro de ¡Basta Ya!, hermano de una concejala socialista de su pueblo, Andoain, Maite Pagazaurtundua –la amiga de María San Gil en el libro de Calleja-. Pero de eso te hablaré en otro momento. Creo que ha llegado la hora de irme a la cama.

Un beso.

1 comentario:

Sake dijo...

Cómo puede llegar a mezclarse todo y aunque viaje lejos en el espacio alla donde vaya me sigues tu y los trágicos acontecimientos de mi querido Pais Vasco.