viernes, 21 de enero de 2011

Intercambio de solsticios (122)

¿Aparecería Cardidal finalmente? Ers dudoso. Ya Jacobo Martos no sabía muy bien quién era él mismo en esos momentos. ¿Una especie de Reina Madre? ¿un “Primus inter pares” en el ingobernable distrito de Chamartín?
Lo que tenía muy claro era lo que no era: un presidente ejecutivo de la organización de aquel barrio.
Y todo había ocurrido muy deprisa. Los electores se llevaban a aquel desastre de Zapatero y le proporcionaban una mayoía justa al Partido Popular. Este se veía obligado a pactar con los nacionalistas –como siempre- y estos no le dejaron hacer el programa que se intuía desde por lo menos año y medio antes que estaba en sus papeles más secretos. Era como si le dijeran: tú puedes caer, pero no te vas a cargar la estructura del Estado.
¿No pudo Rajoy o en realidad no quiso hacerlo? En su fuero interno Martos se apuntaba a la segunda de las tesis. Rajoy no era el hombre para ese momento, el “cirujano d hierro” por el que clamara Joaquín Costa, que era lo que España pedía a gritos.
Y cuando se acabó la caja y nadie quiso acudir en rescate de un país destrozado por las convulsiones internas, con una segunda o tercera o cuarta crisis que se cargaría todo el proyecto de Europa, los gobiernos se parapetaron detrás de las barricadas que formaban ahora las fronteras nacionales. Sólo un año después de que la derecha tomara el poder eran las hordas quienes acababan con él.
Pero es que ya España había dejado de existir bastante tiempo antes como un proyecto común y compartido –como a Martos le gustaba repetir-. Algunos momentos fugaces nos advertían de que existía algo más que una suma heterogénea y desconcertante de naciones: la selección española, por ejemplo. Pero acaso fuera también eso un destello apenas insignificante.
Él estaba en Madrid. En ese pueblo en el que decididamente dio Cristo las tres voces. Pasto ahora de los nuevos bagaudas de la delincuencia rural. Y había que volver al concepto primitivo de la ciudad, de la ciudad como espacio de protección de sus habitantes, de la ciudad como ente capaz de prestar los servicios, de la ciudad como origen de la civilización moderna…
Así que se apañaron con el piso que un viejo compañero de partido les cedía con tal de que lo conservaran como pudieran y se lo entregaran un día. Cuando los desastres hubieran pasado. ¿Pasarían? ¿concluiría toda aquella pesadilla?
Pero Elisa, su mujer, rezongaba a menudo. “En el fondo, Jacobo, los niños ya son mayores y se organizan como pueden. A nosotros nos habría venido mejor marcharnos a Bruselas”, le decía.
Pero nunca se sabía cómo acertar. ¿Estaba mejor Rajoy en Portugal? ¿escondido en algún balneario de la costa y rememorando los peores momentos de su presidencia?
Un toquecito en la puerta le sacaba de su ensimismamiento.
- Adelante –ordenó parsimonioso Martos.
Se abrió la puerta y por ella entraba. Efectivamente era Leoncio Cardidal.

1 comentario:

Sake dijo...

No hace mucho éramos una nación ahora arrastrados por los desafortunados acontecimientos sólo éramos un barrio anarquico y dictatorial ¿y yo quién era? alguien a quien no merecia la pena esforzarse por nada.