miércoles, 2 de marzo de 2011

Intercambio de solsticios (139)

Y las visitas se producían con el cariño y la inteligencia de algunos, como su tía Carolina –Carol- Lope de Rueda, que junto a la cama de Javier decía a este:
- Vendré a la clínica, sobrino. Y si te puedo ver estará fenomenal, pero si estás descansando no me importará nada, porque yo te siento. Del otro lado del tabique sabré que estás ahí, reponiéndote y a través de esa pared te mandaré un beso muy grande.
Muy en Lope de Rueda, Carol, había dado con la cuestión. No se trataba de verle a cualquier costa, de exprimir de él una palabra que ya él no pudiera expresar, de agotar sin necesidad alguna al paciente… Porque, en una u otra parte de esa clínica, desde tu propia casa o tu oficina, llevábamos muy dentro a Javier, con ese dramatismo que tienen los finales de las vidas, pero también con esa paz que él mismo nos estaba transmitiendo a todos.
Y es que el caso de Javier Arriaga era muy similar al de Pilar Brassens, la hija de Jorge. Con la diferencia de que, en este último caso, se había tratado de toda una vida hospitalizada, de manera que esa ejemplaridad que ofrecía Javier, singularmente en esos días, se producía en la niña a lo largo de casi 21 años. Y cada una de las visitas que le hacía a su hija –y fueron muchísimas en esos 20 años- Jorge Brassens, que marchaba al hospital con esa falta de naturalidad que supone el solo hecho de visitar a su hija en un establecimiento sanitario –hay cosas a las que uno no se puede acostumbrar jamás- y volvía de esa visita reconciliado consigo mismo y valorando más las cosas más simples que ofrece la vida. Como decía el primo de Pilar Brassens a su padre:
- No entiendo que la prima Pilar, teniendo tan poco, sea tan feliz.
Claro que el chico volvía enseguida a reclamar una play station para la inmediata Navidad.

Muy poco después de la visita de su tía Carolina, Javier se depedía de sus hijas. Les decía que no debían tener miedo a la vida, sino confianza en lo que esta les pudiera traer. Se lo decían a Jorge Brassens con la simplicidad con que se dice que la mañana está fría y que tal vez se produzca una nevada en Madrid mucho antes de que el invierno se encuentre en plena efervescencia. Aún así resultaba magnífico, por lo que supone salir de esta vida sabiendo lo que dejas detrás: tu mujer, tus hijas, que necesitarían de ti mucho tiempo más, quizás todo el tiempo que las puedas dedicar. Decir adiós, desprenderte de ese lazo eterno, ofrecer ese beso final detrás del cual se te va la vida –como en los versos de Leopoldo Lugones.
No debía resultar fácil. Pero Jorge imaginaba a su primo con esa serenidad que ahora le acompañaba, eligiendo las palabras más cercanas, expresando más el consuelo que la tristeza, sin lágrimas que desbordaran en sus ojos la torrentera que tantas veces se habría producido en sus momentos de soledad. Entero, firme digno.
Y la verdad era que impresionaba la sola observación de ese cuerpo delgado, débil; sus ojeras marcadas, sus ojos que parecían lo único verdaderamente libre de ese organismo. Un solo hombre confrontado a la certeza de su muerte. La cabeza perfecta, el corazón fuerte… y el resto, un monumento al deterioro.
¿Cómo estaría por dentro Javier Arriaga? El hígado destrozado, le decían a Jorge; el tumor se perfila ya en el cerebro, le contaron después. Aún así no había afectado a su inteligencia, a su conocimiento de las cosas y de la gente.
Y ya no se luchaba contra el cáncer. Sólo se trataba de cuidados paliativos, de morfina para los dolores. Toda la que fuera necesaria para que no sufriera, pero tampoco es que tuviera necesidad de unas dosis excesivas de este calmante.
Y la quimioterapia, que le dejaba el cuerpo materialmente hecho un rastrojo de sarpullidos y picores. Le daban una crema de aloe vera que le suavizaba los ardores, pero que le volvían con la misma pertinaz frecuencia y con la sensación de que ya no le abandonarían jamás. Que sólo se irían con la muerte.

1 comentario:

Sake dijo...

Tus ojos me interrogan, me preguntan, esos ojos en ése cuerpo tan deteriorado buscan una respuesta y yo te miro y callo porque ¿que podria decirte?, cuando eres tu el que tantas respuestas me has dado.