martes, 31 de mayo de 2011

Intercambio de solsticios (189)

Bilbao, 29 de junio de 2003.

Querida Lorsen:

Te escribo el día siguiente a tu séptimo cumplemés y alguno más a tu cuarenta y cinco cumpleaños. Las siete rosas rojas que he puesto junto a tus cenizas aguantan aún.
Esta semana ha transcurrido entre la constatación de que lo que te contaba la pasada no era una ocurrencia más, y otra serie de acontecimientos que te iré explicando a lo largo de esta carta.
No, se trata de una decisión precipitada. Lo hablaba con Eloy García, en Cuba: la vida no debe convertirse en un sinfín de actividades que sólo tengan el sentido de completar tu agenda diaria. Algo así como planificar tu existencia para llegar por la noche a tu casa, agotado, zamparte una pastilla de dormir y esperar a que llegue el día siguiente. No, la vida debe ser un elemento útil, y la utilidad son los demás. Pilar, principalmente, ya que tú no estás. Los demás pueden serlo también los ciudadanos a quienes tú representas, siempre que el partido te siga considerando útil. Pero una vez que todo eso acabe, como tú misma, como mi abuela Eugenia, habrá llegado el momento de marcharse.
Precisamente Rafa Balparda me decía el otro día que si quiero comprar una pistola no pida papeles sino que la consiga en el mercado negro. Sólo doscientas mil pesetas separan el trecho entre la vida inútil y ese más allá que en el fondo no es sino la repetición de lo que no fuimos hace decenas de años.
No quiero darte la monserga sobre este particular. Sólo hacerte ver que la decisión está tomada y que no es producto de una improvisación, que no me encuentro más deprimido que de costumbre –porque la depresión, lo decías tú misma, ¿te acuerdas?, no es sino una proyección cerebral de algo irreal: no se puede estar deprimido por las cosas que pasan verdaderamente; si tienes una mujer que se ha muerto hace siete meses, una hija en el hospital y dos escoltas, ahí no existe espacio para la depresión: eso es simplemente una putada, sin posibilidad de solución, además.
La semana ha resultado movida. Rafa Balparda me solicitó una entrevista con Jaime Mayor que yo le arreglé. En ella le dijo que A. D. había recibido cinco millones de pesetas procedentes de una empresa vinculada a Abra Industrial y que había un transportista que decía ser socio de C. I.. Las aguas están, como te puedes imaginar, bien revueltas, C. I. ha asegurado que tiene un crédito de 40 millones con el BBVA y D. no paraba de hablar con R. C. –el que tiene la melena esa de director de orquesta, pero que ha conseguido un puesto muy importante en la Administración Central.
El otro día fui a recoger a Bècaud en casa de tu padre y tuve una enganchada con Gaby. Yo les anuncié que iba a organizar una misa por ti en Roncesvalles, alrededor del quince de agosto, y que tu misa de aniversario sería en la parroquia de San Vicente. Ella ha contratado –por lo visto- misas todos los 28 de cada mes en Las Mercedes. El caso es que me gritó algo así como:
- ¡Pasa de mí!
Enrique, tu hermano, con Patricia y Macarena vinieron a Bilbao, para su habitual consulta, y comí con ellos. Christian ha pencado una asignatura, y aunque tiene derecho a repesca, ya no le puedo comprar la bici que le prometí –salvo que finalmente apruebe, claro..
El miércoles fue el último pleno antes del verano. Tuve cuatro intervenciones que creo que me salieron bien.
Pilar está muy bien. ¡Ya le han puesto la silla nueva!, aunque no tenga espacio para los brazos. Manda como ella sola, así que le he puesto el título de sargento. Inevitablemente –mi caso ya no es una excepción– nuestra generación ha pasado de la dictadura de los padres a la de los hijos. Por primera vez fue a verla mi hermano Pedro que se quedó muy gratamente impresionado con ella.
Todo huele a verano en estos días. Ya no existe apenas actividad. Pero yo tengo dos viajes a Madrid.
Hoy me encuentro algo mejor de moral que el día pasado. Pero las cosas que he dejado escritas no lo han sido porque sí.

Un beso muy grande, guapa.

lunes, 30 de mayo de 2011

Intercambio de solsticios (188)

- Nada –contestaba el sujeto con el que Vic Suarez se había encarado-. Es esta señora, que me preguntaba por esa persona.
Con un gesto vulgar de su mentón dirigido hacia Sidi Ben Bachat, el policía señalaba al objeto de la pregunta.
- ¿Y usted quién es? –preguntó el jefe de la brigada a la mujer de Brassens.
Vic Suarez se identificó con una cierta dosis de altanería. “Si no te respetas a ti misma, nadie te va a respetar. Menos estos”, debió pensar ella.
- ¡Ah! ¿De modo que es usted la célebre esposa de Jorge Brassens? –afirmaría, más que preguntaría el responsable del grupo.
- Sí –contestó resuelta-. Y espero que deje usted de dirigirse a mí con ese retintín.
El policía debió creer que la palabra utilizada por Vic Suarez era un insulto.
- ¡Aquí no hay ningún retintín! ¡Oiga usted, sin faltar!
Pero su interlocutora estaba lo suficientemente tranquila como para que le sacara de sus casillas aquel sujeto de tres al cuarto.
- Creo que no he faltado a nadie.
- Está bien –aceptaba a regañadientes el tipo grueso esas palabras-. Ya nos ocuparemos de ustedes a su debido tiempo…

El protocolo que tenía entre sus manos Cristino Romerales exigía en primer lugar una petición formal a su homónimo en Chamartín. Una suerte de “teléfono rojo” garantizaba una línea caliente entre los distritos de la antigua Madrid. Se trataba del resultado de la incipiente diplomacia desarrollada por los responsables de exterior de cada una de las Juntas: un éxito que, entre otros autores, se debía a Jorge Brassens.
- Quería hablar con Leoncio Cardidal –dijo Romerales a la carraspeante voz varonil que le contestaba.
- No está –contestaba esa voz casi de manera automática.
- Le llama Cristino Romerales. Dígale que es urgente.
- Se lo diré –declaró la voz antes de colgar sin fórmula de despido alguna.

- Se han llevado a Bachat –informaría Vic a su marido con la expresión preocupada.
- ¡Son unos cabrones!
- Y me han dicho que luego se ocuparán de nosotros… con esas palabras.
Jorge Brassens permanecería callado durante unos segundos.
- ¿En qué piensas?
- Nada. En que este puede ser el principio de su final.

La segunda gestión que planteaba el protocolo de actuación que Cristino Romerales tenía sobre su mesa se refería a la formación del Gabinete de Crisis. Los cargos de sus componentes figuraban en el documento. Ahora sólo hacía falta poner los nombres de sus titulares y pasar el proyecto de decreto a la firma del presidente.
Esa constituiría la preocupación del responsable de interior de Chamberí durante los siguientes minutos.

viernes, 27 de mayo de 2011

Intercambio de solsticios (187)

Eran tres chicos y una chica los que se sentaban en una mesa del VIP’s de Príncipe de Vergara ese caluroso domingo madrileño en el mes de mayo. La despachada joven del cuarteto llevaba la conversación.
- Me parece bien lo del Perú. ¿Sabes lo que viene a costar el billete?
Contestaba el muchacho que se sentaba a su izquierda.
- No menos de 400 euros. Luego está lo de los hoteles y demás…
- ¿Y son muy caros? –volvía a preguntar la chica.
- Eso depende de lo que pidas –respondía su interlocutor.
La joven negó varias veces con la cabeza.
- No, yo no necesito un hotel de cinco estrellas.
(No hacía falta que lo jurara. Tenía ella una expresión levemente desgarrada que se compadecía abiertamente con unas facciones cercanas a la vulgaridad; aunque, ”qui lo sa”?, que se preguntaría un italiano).
- Tenemos que programarlo –declaraba la chica.
Luego desaparecía de la mesa, junto con el interlocutor que le había informado previamente de la situación del viaje y que debía ser su acompañante. La chica llevaba un brevísimo vestido floreado de tirantes, con pronunciado escote en pico, que permitía advertir unos cumplidos pechos, y que dejaba a la vista una buena parte de sus razonablemente estéticas pantorrillas (tal vez un punto gruesas).
En la mesa quedaban los otros dos muchachos, cuyo tono de voz resultaba imperceptible.
Habían encargado un largo pedido de platos a una camarera a la que preguntaban por alguna otra persona que por lo visto trabajaba en el establecimiento: resultaba inevitable, no estaba, su jornada correspondía a otro turno.
Al cabo de sus buenos 10 minutos regresaba la pareja. Y la chica preguntaría con expresión asombrada.
- ¿No hay novedad?
En efecto, no había ningún plato sobre la mesa. Pero no era del todo de extrañar: la tardía hora –sobre las 5 de la tarde-, la intendencia del restaurante no debía estar a pleno rendimiento.
La voz del que se sentaba en el lado opuesto al de la chica se apoderaba de esa zona del comedor. Se trataba de un chico más bien alto, el pelo cortado al raso.
Apareció la camarera.
- Le había pedido una hamburguesa sin mayonesa –dijo el chico haciendo grandes aspavientos e impostando la voz, lo que ponía de manifiesto su condición sexual-. Es la segunda vez que me la traen y se ve per-fec-ta-men-te que tiene mayonesa por atrás. Me la voy a comer, pero quiero que sepan que no es lo que he pedido.
La camarera le observó detenidamente.
- No. Déjela así que aviso al encargado –dijo esta.
- No. Me la voy a comer –inisistía el muchacho, observando el plato como quien no da crédito a lo que ve-. Pero no es lo que había pedido.
Unos momentos después aparecía el que debía ser el encargado.
- Siento mucho lo que le ha ocurrido. La verdad es que deberíamos haber estado más al tanto. Por supuesto que van a preparar otra vez la hamburguesa y… para tratar de compensarles por el error les invitamos a las bebidas y al postre. Y le ruego que disculpen otra vez por el mal servicio.
El cuarteto aceptaría las disculpas y daría buena cuenta de brownies, tortitas con nata y un par de helados.
La calurosa tarde despejaba de viandantes una de las arterias más anchas de Madrid. Sobre ella, cuatro jóvenes se encaminaban hacia su coche.

miércoles, 25 de mayo de 2011

Intercambio de solsticios (186)

Bilbao, 14 de junio de 2003

Querida Lorsen:

Te escribo a caballo entre mi regreso de Cuba y mi marcha hacia Barcelona.
Tuve un viaje relativamente bueno a la Habana, aunque Eloy no paraba de dormir. Ya sabes que ese no es un problema excesivo para mí. Iba bien provisto de libros –leí todos los que llevaba para el viaje, por cierto.
La llegada se produce a un aeropuerto que es más que nada un hangar. Se forman unas colas bastante largas para pasar el control policial. Una agente de policía me miraba directamente a los ojos para comprobar que era yo mismo el de la fotografía –relativamente reciente, de este año, pues me hice el pasaporte para viajar a China-. Después otra larga cola hasta que salieron todas las maletas. Y, más tarde, una espera bastante prolongada en el autobús que nos llevaría hasta el hotel, porque debían recoger a más gente de la prevista.
Cuando nos dejaron en el Melía Cohiba yo ya estaba bastante cansado. Eloy quiso darse una vuelta por la zona, así que quedamos a desayunar a las ocho de la mañana en el “buffet”. La habitación estaba bien, pero no acababan de subir mi equipaje, de modo que a las cuatro menos cuarto –hora local- seis horas menos que en España, lo reclamé. Me dijeron que no lo tenían identificado y que lo iban a reenviar al aeropuerto.
El desayuno tuvo la característica general de lo que es Cuba. Muy pocos productos. La mantequilla, aún la de marca conocida –Arias, por ejemplo- sabe mal, la fruta está demasiado madura, la bollería es incomestible y lo único que se puede tomar es un par de huevos y una taza de café. Y eso todos los días, porque a lo largo de la jornada te encuentras con tres cuartas partes del mismo problema.
Ese domingo la Habana Vieja se desperezaba. La gente no estaba en las calles, pero no faltaba quien te preguntaba por tu origen, te decía eso de:
- ¡España va bien!
Y se brindaba –a cambio de algunos dólares, por supuesto- a enseñarte la ciudad, que tiene su encanto colonial, aunque en buena parte se encuentra deterioradísima: es como una fotografía de los años cincuenta, pero con el efecto del tiempo pegado sobre las construcciones, sobre los coches...
En la Habana Vieja todo está en venta, todo el mundo se vende o vende lo que pueda: una botella de ron, una caja de habanos, ellos mismos. No hay pesos, sólo dólares. Y la vida no es barata. Un viaje en taxi son cinco dólares. Una comida –más que regular- veinticinco.
Vimos la catedral y la calle principal de la Habana, por donde merodeaba Hemingway. Hay allí una farmacia maravillosa, con un mostrador y unas estanterías de caoba, pero en la que apenas si se venden medicinas.
Compré una postal con tres coches de los años 50 para Pilar y un vestido hecho a mano, que me costó doce dólares.
Era la época de las lluvias, así que casi todas las tardes llovía torrencialmente.
Yo visitaba la Habana Vieja por las mañanas, en tanto que Eloy empleaba su tiempo en dormir. Pude ver la calle de la santería –Hamlet o algo así- donde compré un collar que era de San Francisco Javier en el sincretismo religioso que usan –semejante al de Bahía, donde tuvimos la oportunidad de visitar un templo de esas características -¿te acuerdas?- El collar servía para todo. Luego me enviaron otra vez al centro de la Habana Vieja donde compré una muñeca de felpa que simbolizaba la victoria contra la guerra: Me pareció bastante adecuada, dada la situación que estamos viviendo por aquí. Luego me presentaron a una santera que estaba dispuesta a cargármela –bendecirla- pero yo les dije que sólo la quería como recuerdo. La he puesto sobre mi cama, al lado de un payaso que me regaló Pilar al que he puesto por nombre “Saltimbanco”.
Eloy se dormía en las discotecas, en los hoteles, en las piscinas. Y confieso que hubo un momento en que me encontré mal, pensando en ti. Y cogido de esa emoción escribí al día siguiente estas líneas:

El tiempo se detiene en las piscinas,
Flota como el chapoteo del nadador,
Vaga en torno de la señora italiana que toma el sol,
O rodea a mi amigo que duerme apaciblemente.

El tiempo se detiene en las piscinas,
Y yo intento leer un libro sobre Alfonso XIII,
En tanto que esta piscina me recuerda a otras,
Y esa sensación me acerca a ti,
Cuando el tiempo, ¡ay!, se detenía en las piscinas,
Y allí estabas tú,
A veces dormida,
Otras hablando incansablemente,
Tu conversación aguda
Y loca
E imprevisible
Poco antes de darte un baño,
Del que salías con el pelo pegado a la cabeza,
Con esa cara de niña que te quedaba.

Eran esas piscinas de tus palabras afectuosas.
Siempre había un
“Jorge, lo estamos pasando muy bien, ¿verdad?”
o “Jorge, te quiero mucho”.

Y mientras tanto yo pasaba las páginas,
Pensando en que todo eso era normal.
Era normal, por ejemplo, que me quisieras tanto.
Porque tu amor duraría siempre,
Como el tiempo que ahora se ha parado sobre esta piscina
Aunque tú no estás ya,
Y la piscina me devuelve tus palabras, que son mías,
Cuando digo que “te quiero”,
-ahora que no te lo puedo decir-.
Y entonces descubro que estoy solo,
Junto al chapoteo del nadador,
A la señora italiana que toma el sol,
O al amigo que echa su siesta.

Otro autobús nos condujo a Varadero, que es una península a ambos lados de la cual hay dos playas: Una enorme y salvaje a la que se llegaba después de salir del hotel y andar tu buen cuarto de hora. La otra, justo detrás de la piscina, que era la que yo utilizaba. Prácticamente se trataba de una playa privada, a la que sólo se podía acceder por el hotel –turistas y empleados- o por el mar. Con tres vueltas que le dabas paseabas una hora entera, lo cual yo hacía todas las mañanas –Eloy se había quemado desde el primer día, porque se quedaba dormido al sol y no podía salir de la sombra, aún así seguía quemándose.
Varadero no es Cuba: es una organización turística. Cuando sales del hotel sólo te encuentras con extranjeros. Los locales no te molestan. Viven en unas casas razonablemente acondicionadas y trabajan todos en las tiendas o en los hoteles. No molestan a los turistas. Las casas de la Habana Vieja –entré en un par de ellas porque me ofrecieron unos puros- eran desoladoras: Sólo había unos humildes asientos de “skay” para los miembros de la casa –cuando te ofrecían uno, había alguien que se tenía que levantar-. No existían portales, todo lo habían transformado en viviendas –si es que se las puede llamar así-. Y los electrodomésticos eran antiquísimos –como esas neveras que se cerraban con un “clic” y que tenían un hueco arriba, para el hielo. A pesar de todo la gente cubana es limpia y va siempre planchada. El único olor raro es el de la gasolina –que tiene un elevado componente de azufre, que impregna el ambiente.
En el hotel de Varadero nos pusieron una pulsera de plástico, con la que podías hacer todo tipo de actividades: ir a la piscina, comer, cenar, desayunar, tomar una cerveza... Y había diferentes restaurantes, en algunos de los cuales convenía reservar tu plaza con antelación. Aunque el régimen alimentario resultaba igual de lamentable.
Tuvo su interés la visita que hicimos a la casa Dupont, el propietario del grupo químico internacional que fue el descubridor de Varadero. Es una casa sencilla, de tres plantas, con salientes de caoba para los miradores y la puerta, y que da al mar y a la playa. Dicen que se sintió muy triste cuando se la expropiaron. Para entonces Eloy se encontraba ya bastante recuperado de su cansancio, no hablaba solamente él, ni se dormía a continuación. Me contó sus cosas y te confieso que me dio pena. A sus cuarenta y cinco años carece de ilusión por la vida y de motivos por los cuales seguir peleando. Ha pasado –como yo- un malísimo año 2002 y quiere recuperarse. Está –estamos- en la crisis de los cuarenta, de la que seguramente sólo podemos salir parcialmente indemnes. Es necesario que nos reconozcamos en nosotros mismos, con todos nuestros logros y nuestros desaciertos, y que le echemos un pequeño empuje para seguir. Después de todo, una buena parte de la gente que se encuentra a nuestro alrededor está peor que nosotros, y combate su depresión a base de alcohol, de compañías ocasionales o sentado junto a la silla de un psiquiatra. Dos o tres cajas de “Valium 10” les anuncian que pueden terminar esa misma noche con tanta desolación.
Mi regreso a Bilbao ha resultado tranquilo. Pilar me recibió muy bien. Le han quitado la silla para cambiársela por la nueva, y la pobre está siempre amarrada a la cama, lo que le produce una gran incomodidad. Tengo algo más de sueño que el habitual –debido al calor y al “jet lag”-. No he tenido nada que defender en el último pleno. Cené con tu padre ayer, cuando fui a recoger a Bècaud, y le he visto como siempre, aunque la hernia le molesta cada vez más. Gaby está muy bien.
José Luis Zuazola ha muerto víctima de un derrame cerebral, estuve en el funeral; mi tío Guillermo está hospitalizado a consecuencia de una gastroenteritis y a Dolores Aguirre le han devuelto tres toros en una corrida de la Feria de San Isidro.
Me llamó Cuca. Vendrán a Lanzarote del 16 al 22 de julio.

No quiero dejar de escribir estas líneas sin decirte que te sigo queriendo, aunque ahora sirve de bastante poco que te lo repita. Hubo un tiempo en que quizás necesitabas más de mi cariño, pero yo ya no sabía cómo acercarte al mundo de los vivos. No sé muy bien si me estoy justificando. En todo caso, está claro que ya no serviría de nada. Hasta luego, guapa.

martes, 24 de mayo de 2011

Intercambio de solsticios (185)

Juan Andrés Sánchez era un hombre que llegaba a la política por segunda vez. Antes y después de la primera se había dedicado al mundo de la empresa; por lo tanto, se trataba de una persona resolutiva, su tiempo de reflexión duraba apenas minutos. En esa ocasión, sin embargo, debía resultar más breve.
Cristino Romerales se lo quedaría observando atentamente. No quería pronunciar palabra, no fuera que su interrupción fuera considerada por su presidente como una llamada a la urgencia. En todo caso, sus ojos clavados en Sánchez lo decían todo.
- Pon en marcha el operativo. Cualquiera que este sea –dijo por fin.

Vic Suarez se quedaba pegada a la puerta de su vivienda.
- He oído ruidos –explicó a su marido.
- ¿Y qué puede ser?
- Tú no te muevas. Voy a mirar. Conmigo no se van a meter.
Nadie lo sabía. Ni siquiera ella. Pero esa mujer decidida salía de su casa hacia el portal.

Cristino Romerales ganó su despacho a toda velocidad. De un cajón cerrado con llave extrajo un sobre en cuyo exterior se podía leer:

“TOP SECRET”

De él sacó dos documentos: uno se refería al protocolo a seguir en caso de crisis. El otro al operativo correspondiente a la “Operación Chamartín”. Organizado como pocos, Romerales lo tenía todo previsto. Fallaba sin embargo una cosa: su hombre de confianza, Sidi Ben Bachat, había desaparecido.

Los hombres del brazalete verde que esa noche y la ausencia de alumbrado público impedían observar, introducían en un vehículo al alto cargo policial de Chamberí.
Vic Suarez se dirigió a uno de ellos, el que cerraba el grupo.
- ¿Qué hacen ustedes?
- Nos llevamos a este tipo… -contestó vagamente el policía.
- ¿Qué ha hecho?
- Ya nos lo explicará en comisaría –dijo el agente-. De momento sospechamos que se trata de un espía.
Bachat, desde la ventanilla que ocupaba, hacía señales a la mujer de Brassens para que abandonara ese sitio y se volviera a su casa.
- ¿Qué pasa ahí? –preguntaba ahora el jefecillo del grupo para-policial.

lunes, 23 de mayo de 2011

Intercambio de solsticios (184)

Una comida en Sitges

Se lo había prometido a su mujer. Siempre intentaban comer en aquel restaurante de Sitges que se diría situado sobre el mismo acantilado y en el que, en numerosas ocasiones, las olas más fuertes estallaban sobre los cristales. Se diría que almorzabas casi en la cubierta de un barco, aunque sin los consabidos inconvenientes que traen consigo sus vaivenes: los mareos.
Además, y contra los pronósticos del tiempo, había amanecido un despejado día y la fuerte brisa matutina cedía el paso a una jornada apacible.
El restaurante "El Vivero" estaba especializado en pescados y arroces. La materia prima era buena y la elaboración razonable. El precio, dadas las circunstancias de tan magnífica ubicacion, aceptable.
Les ofrecieron una mesa situada en la zona cubierta del comedor, las mesas al aire libre estaban todas reservadas.
Se instalaron. Era pronto para comer un domingo, apenas las 2 de la tarde.
Analizaron las cartas y decidieron la comida, arroz a banda con mariscos aparte. Y por eso de que ese producto tarda en cocinarse, un pan con tomate para compartir. "¿Con jamon?", preguntaría un adusto "maitre". "No", le contestaron.
Aún así les sirvieron dos raciones. Jorge Brassens pensó que más que un error trataban de engordar un poco la factura. "Después de todo no se trata de caviar" se diría para sus adentros, aunque no dijo nada.
Todo el servicio consistió en una larga cadencia y algunas veces no les daban exactamente lo que habian pedido, eso sí, sin explicacion alguna.
A Vic se le resbalaba la copa de cerveza, que se hacía añicos contra el mantel. Los cristales se esparcían en la mesa y Vic -siempre hacendosa- recogía algunos. Tiempo después aparecía un camarero que sólo retiraba los restos que Vic habia ordenado…
Pidieron más cerveza, que no llegaría; las toallitas de limón para limpiarse las manos despues del trabajo con el marisco las tuvieron prácticamente que suplicar al "maitre"; los cafes se harian esperar una hora...
La cuenta, por fin, se depositaba sobre su mesa. Jorge Brassens pagaría con una tarjeta que nadie estaba dispuesto a recoger. Hartos, se fueron hacia la barra del bar para que allí les cobraran la factura. El poco simpático “maitre”, que advertía el gesto, se dignaría a comentar:
- Estaba yendo a por ella.
Cuando Jorge Brassens firmaba la conformidad con el cargo y no hacía ademán de entregar propina alguna, Vic Suarez espetaría al “maitre”:
- La comida muy buena, pero el servicio pésimo. Como para pedir el libro de reclamaciones…
A lo que el conspicuo “maitre” reponía:
- ¿De “Madrit”, eh?
Abandonaron el local entristecidos. Vic regonzaba ante la actitud de Jorge de no haberle permitido formular su queja en el libro de reclamaciones.
- En esta España de las autonomías la gestión de las reclamaciones de hostelería está transferida por el Estado. Y a los de “Madrid” no nos queda ni el derecho a protestar –le vino a decir.

jueves, 19 de mayo de 2011

Intercambio de solsticios (183)

Bilbao, 30 de mayo de 2003.

Querida Lorsen:

La verdad es que no tenía previsto escribirte hoy. Otro 30 de mayo más, día de mi santo... ¿A ti siempre se te pasaba esta fecha, verdad? Y andabas pidiéndome perdón en cuanto a alguna persona de mi familia se le se le ocurría descolgar el teléfono para felicitarme.
Pero hoy está siendo un día particularmente triste. Durante el pleno que, como sabes muy bien, acostumbramos celebrar todos los viernes, nos hemos enterado de que ETA ha asesinado a dos policías nacionales –de momento- y herido de gravedad a otro y a un viandante –trabajador de Telefónica-. Lo ha hecho mediante un coche-bomba que ha colocado al paso del de los agentes de la policía. ETA actúa después de la campaña, precisamente porque está lo suficientemente débil como para no matar durante el debate electoral. Pero, lamentablemente ETA sigue teniendo capacidad para matar. Además, la radio ha dicho que han robado 300 pistolas en Francia. Tres muertes en este año, por ahora.
Como ni Atutxa, ni los grupos parlamentarios –a excepción del nuestro- tenían excesivo interés por suspender el pleno -querían dejarlo en una declaración institucional después de tres minutos de silencio- yo les he dicho a los compañeros del grupo que, por supuesto, no iba a defender mis preguntas. ¿Qué sentido tiene plantear cuestiones al Consejero de Empleo sobre el plan del mismo nombre cuando hay dos cadáveres más. dentro de dos cajas de madera, unas viudas, unos hijos, unos padres... llorando su inútil desaparición? ¿Cómo le podía preguntar a Josu Jon Imaz sobre una recomendación del Defensor del Pueblo Vasco en un asunto relativo a la sociedad de la información cuando no sé si le van a amputar las dos piernas al tercer agente que viajaba en el coche?
Pero en los tres minutos de silencio he pensado en ti. Te he pedido que tú, como víctima también que has sido de esos canallas, les acojas a los dos policías y les muestres el camino que deben seguir por esos lugares en que ¡ay, ojalá! te encuentres ahora, quizás sólo para que algún día pueda acercarme a ti y rehacer esta familia que tanto trabajo me está costando mantener unida, siquiera en el pensamiento, ya que tú te encuentras muy lejos ya, Pilar está en el hospital y Bècaud con tu padre. Yo sigo solo.
He estrenado el regalo de cumpleaños de mi madre –el recipiente de cristal con incrustaciones de oro, que era de mi abuela Eugenia, donde he puesto seis rosas rojas –una por cada mes transcurrido desde tu partida-. Las flores aguantan bien y el conjunto creo que sería de tu agrado.
Lo demás de esta semana ha ido bastante bien. Estuve en Madrid en una reunión muy provechosa y los asuntos parece que se encarrilan.
Según Carlos Urquijo, el más probable presidente regional del partido es Alfonso Alonso, lo que no estaría del todo mal. Pero por ahora sólo se habla de pactos.
Como mañana nos vamos, Eloy García y yo, a Cuba, he procurado ver a Pilar varios días –dos- esta semana. Luego iré a darle un beso, antes de la concentración de ¡Basta Ya!, y mañana antes de dirigirme al aeropuerto.
Como no he salido concejal he reservado un billete para Lanzarote desde el 13 de julio hasta el 3 de agosto. El 7 tengo que estar en Madrid para intervenir en la Universidad de Verano, en Alcalá de Henares. Para el 10 de agosto calculo que viajaré a Arrechea.
Alfonso de Virgilis “nos” ha invitado a una cena de gala para el cinco de julio, en Florencia. Tendré que llamarle para contarle lo que te ha ocurrido y comprometerme a visitarle algún día, quizás en el otoño o en la primavera que viene. Hay ya demasiados viajes en perspectiva.
Estos días tristes tengo muy vivo tu recuerdo, aún muy presente tu marcha de este mundo. El martes pasado comí a solas con el tío Guillermo y hablamos de ti. “¡Pobre chica, y de qué manera se fue!”, exclamó.

Sabes que te sigo llevando muy dentro de mí, que noto tu presencia y tu ayuda y que sólo me da pena que no estés conmigo, compartiendo los buenos y los malos momentos. Un beso muy grande, y si te los encuentras –insisto- haz de introductora de embajadores para ellos, que seguro que tú dominas ya todos los recovecos de ese paraje. Ya sabes, tú acabaste así en gran parte por la culpa de ETA y yo mismo puedo encontrarme algún día en una situación parecida.

miércoles, 18 de mayo de 2011

Intercambio de solsticios (182)

- Sí, presidente. Creo que el momento ha llegado –afirmó Cristino Romerales de manera contundente.
Juan Andrés Sánchez se frotaba repetidamente la barbilla, como si en ella quedara algún rastro de la barba que en ella floreciera tiempo atrás.
- ¿Tienes un plan de acción? –preguntaría al fin.
- Está diseñado en sus aspectos generales. Claro que sería necesario darle una vuelta más.
- Deberíamos reunir previamente a la Junta… –manifestó Sánchez en actitud dubitativa-. Y… una cosa más, Cristino. No podemos actuar así, sin más ni más. Uno no puede invadir a un distrito sin que exista una justificación.
- ¿Estás pidiendo un “casus belli”?
- Así es.

Sidi Ben Bachat abrió la puerta de la casa de Francisco Goya número 5. En el pequeño porche que daba acceso al inmueble, un grupo de una decena larga de hombres fornidos le esperaba. El saharaui observó los brazos derechos de algunos de los congregados: efectivamente tenían brazalete, y casi seguro que el color de las bandas era verde. Gente de Cardidal. Policías delincuentes que estaban vigilando la casa de Brassens y que esperaban alguna visita más o menos inesperada. ¡Cómo podía haber sido tan ingenuo! Ahora toda la operación quedaba al descubierto.
- ¿Quién eres? –preguntó un tipo gordo, grasoso, asqueroso.
- ¿Quién me lo pregunta? –inquirió Bachat, a la vez que accionaba una tecla de su “walkie-talkie” que emitía una señal de peligro.

Cristino Romerales consultaría su aparato. Le había llegado un mensaje de alta prioridad.
- Bachat está en dificultades –informó a Sánchez.
- ¿Dónde? –preguntó este alarmado.
- En el distrito de Chamartín. Lo he enviado con Vic Suarez, para que la deje en su casa.
- Un poco arriesgado. ¿No te parece?
- Supongo que no creerás que lo he hecho para buscarme una justificación… -avanzó Romerales.
- No he dicho tal cosa. Pero lo cierto es que el asunto se precipita.

- Eres el saharaui. –afirmó el gordo seboso que llevaba la voz cantante en el grupo para-policial-. El responsable de la policía de Chamberí.
- Sólo soy un amigo de Brassens. Sabía que estaba mal y he venido a visitarle –repuso Bachat.
- Está bien. Ya veremos si esa afirmación resiste un par de hostias –dijo socarrón el personaje grueso con una sonrisa sarcástica-. Acompáñanos.

martes, 17 de mayo de 2011

Intercambio de solsticios (181)

No siempre se reencuentra uno con la alegría de una conversación inteligente y que se sucede en el tiempo, con las obligadas sintonías que una vida va deparando. Pero su interlocutor de ese almuerzo contaba con buena parte de sus referencias y el obligado repaso a buena parte de sus vidas trazaba de ellas bastantes más semejanzas en cuanto al diagnóstico que habían hecho de las situaciones que lo contrario.
Tenían prácticamente la misma edad –un año más Victorino que Jorge-, habían sido vecinos en un barrio residencial de Getxo durante algún tiempo –la banda terrorista ponía sus nombres, junto con los de otros, como justificación por la colocación de una bomba que estallaba de manera espectacular, dejando una estela de destrozos materiales y de conmociones personales.
Vinculados entre sí, además por los elementos ideológicos que apoyaron prácticamente en los mismos momentos: la unión del centro y la derecha en el País Vasco, en el proyecto de Jacobo Márquez, primero; la refundación de ese proyecto a nivel nacional, después y la necesaria regeneración de la política española a través del Partido del Progreso, más recientemente.
Líneas paralelas, sin embargo los trazos que las componían nunca llegarían a juntarse. Brassens había elegido la acción, Campos la abogacía y el periodismo; el primero había llegado a un nivel de discreta dignidad, el segundo había escalado –no trepado, por cierto- hasta las altas cumbres.
Y ahora, en su madurez, compartían diagnóstico y lo compartían de verdad.
Victorino Campos reflexionaría durante el almuerzo acerca de uno de los trabajos que tenía entre manos. En él trataba de analizar la pretendida estrategia de Zapatero. Una línea modular que el que fuera amigo de ambos, Jacobo Martos, había denunciado en una entrevista televisiva pocos días antes. Y es que Martos estaba obsesionado con la idea de que Zapatero y ETA mantenían la misma estrategia: la destrucción de España. Eso casaba bien con la banda terrorista, porque no otro era su objetivo desde los iniciales años ’60 de su creación sino la búsqueda de la autodeterminación y la independencia de Euskadi. ¿Pero podia ser aplicable al presidente del gobierno?
Es cierto que a semejante animal táctico-político no le viene bien semejante calificativo. Quizás más el que sugirió a Brassens Campos, algo así como uno de esos elementos que actúan en sociedad para la división y no para el acuerdo. Especialmente sería la nota generacional la que serviriía a Zapatero para deshacer todo lo que habían consensuado españoles y fuerzas políticas en la transición democrática que vivía nuestro país. Una generación que, como la de Zapatero, desconocía lo que se tuvo que pactar y transigir en esos años, y por lo tanto era incapaz de valorar todo ese esfuerzo. De esta situación psicológica a la abolición de esa circunstancia mediaría sólo un paso; osado, desde luego, pero sólo un paso: el que daría el presidente que ahora anuncia que no se presentará a la reelección.
Campos ponía las cosas en su sitio: no había base para la obsesión de Martos, si no fuera, claro, su propia obsesión. Que en la táctica de Zapatero concidieran en algún momento alguno de los objetivos de la banda asesina no le proporcionaba al insólitamente insulso presidente la calificación de estratega.
Y la “verdad” de Martos estaba lejos de constituirse en verdad absoluta y quedaba constreñida a la más relativa de la “verdad” particular. Poco más que un preocupante síntoma paranoico que no nos ocurre a otros, acostumbrados como estamos a poner en revisión nuestras percepciones de las cosas.

lunes, 16 de mayo de 2011

Intercambio de solsticios (180)

Bilbao, 26 de mayo de 2003.

Querida Lorsen:

Te escribo después de las elecciones municipales y a Juntas Generales. En el conjunto de España han resultado bien –quizás, excepto en la Comunidad Autónoma de Madrid, donde Esperanza Aguirre, tu “super-Esperanza”, no ha conseguido revalidar la mayoría absoluta de Ruiz Gallardón, y se ha quedado a un escaño de la suma PSOE-IU-. Se ha vuelto a obtener el gobierno de Baleares –lo que tiene, como sabes, una significación histórica para mi apellido, que de algún modo fue el tuyo-. El que se ha pegado una buena torta ha sido el hijo de Suárez. La mayoría de las capitales de provincia y las comunidades que gobernábamos las mantenemos. Así que la cosa no ha ido del todo mal, después del hundimiento del “Prestige” y de la colaboración de Aznar en la guerra contra Irak. En la foto del balcón –esa con la que siempre especulan los comentaristas- no salía Rajoy y sí Rato y Ruiz Gallardón –además, claro, de Ana Botella-. Ahora se habla mucho del nuevo alcalde de Madrid para sustituir a Aznar. Después del resultado obtenido parece evidente que será el actual presidente quien señale sin dificultad a su sucesor.
En el País Vasco ha sido otra cosa. Álava y Vitoria se mantendrán en manos constitucionalistas –aunque alguna de las dos instituciones pasará al PSOE, seguramente la Diputación: Alonso ha sido el candidato más votado para la alcaldía-. Pero los votos de los batasunos han volado hacia el PNV e IU. El descalabro ha sido imponente –de acuerdo con las expectativas- en Bilbao –el PNV ha pasado de 9 a 13 e IU de 1 a 3; nosotros sólo nos hemos mantenido. Marisa no ha conseguido la alcaldía, a pesar de Zarraoa, aunque la distancia entre los constitucionalistas y los nacionalistas ha descendido en un concejal –eran necesarios dos-. De modo que no podemos presentar a nuestro electorado nada más que una nueva versión del “sangre, sudor, fatiga y lágrimas”, que decía Churchill a los ciudadanos británicos en la segunda guerra mundial.
Yo tampoco he salido concejal en Eibar, lo que no me asusta particularmente. Mi actitud –como puedes suponer- era sincera, pero eso me ofrece más oportunidades para seguir trabajando en mis cosas.
Cada vez estoy más convencido de que es necesario ir a un club político en el que quepan lo más sano del socialismo, del PP y del nacionalismo vasco. Lo he hablado con algunos –Nico Redondo, entre ellos- y están plenamente de acuerdo.
En Arrechea ya no ha habido dos candidaturas: Dufur lo ha dejado y Josepe también. La única lista era la de Cilveti, que es un buen tío.
En otro orden de cosas, me he enfadado mucho con mi hermana Eugenia. Pretendía ella que fuéramos juntos a ver a Pilar, “porque la niña quiere decirte algo, y se siente más cómoda cuando yo estoy presente”. Por supuesto que le dije que no, que yo voy solo a ver a mi hija.
Hoy he hablado con Teresa y le he dicho que es muy posible que Pilar y yo tengamos dificultades de integración en lo personal, y que eso afecte a nuestra comunicación. No en vano ella me recuerda a ti y es lógico que yo también lleve prendida tu imagen, cuando la visito. Pero no puedo aceptar que se las dé de madrecita nueva de la niña –por cierto, le escribe postales firmando: “tu madrina”-. Te confieso que he estado en un tris de prohibirle la entrada en la UCI, pero quiero pensar antes que en nadie en Pilar y no en las suma innumerable de puñeterías que me ha hecho –y a ti- a lo largo de su torpe vida. Tiene una oportunidad, pero que no la malgaste, porque no tendrá más. Al fin y al cabo apenas se había presentado ella en Cruces antes de que tú te marcharas. ¿Quién sabe si su entusiasmo por nuestra hija sea también flor de un día, dada su inveterada inconstancia?
Ahora me acaba de llamar pidiendo perdón. He aceptado sus disculpas, como no podía ser menos.
Por lo demás, el lunes me quise vestir de camiseta del capitán Haddock para un desembarco por la libertad organizado porBasta Ya, que salió bastante mal –y no sólo por el tiempo que hizo, que resultó sólo regular-, sino por la improvisación. El “mailing” que se distribuyó a continuación –aparte de que se trataba de un folleto un tanto denso- también ha sido un fracaso: No ha llegado.
Leopoldo-and-company –gracias a Cristinita- le han machacado materialmente a Marisa por su campaña de acercamiento al PSOE. No hubiera estado mal si el PSOE estuviera en un concejal más de lo que ha obtenido: Tendríamos la mayoría absoluta. Pero los nuestros impidieron la presencia de gente del partido en un acto convocado por la Fundación para la Libertad a favor de Gotzone Mora –una profesora del PSOE, a la que han atacado desde el “Gara” por no aprobar a los presos etarras que cursan estudios en la UPV-. Ni Pilar Aresti asistió. Yo sí. En estos momentos empiezo a estar de vuelta de bastantes cosas.
El viernes me estrené como candidato a concejal por Eibar. Di un paseo electoral que me volvió a poner en contacto con la cruel realidad de nuestro país: Al número cinco, un conductor de camión que se llama Valeriano, le han puesto una bala dentro de un sobre y se la han dejado en el buzón de su casa. El pobre hombre no sabía qué hacer, y nos preguntaba a otros compañeros del partido qué le podía contar a su mujer. Tiene un contrato temporal y su jefe es nacionalista, seguramente perderá su empleo. La chica que tomaba un café con los dos era concejala del partido en Zumárraga: Le han quemado una tienda de antigüedades que tiene en ese pueblo. Cada historia personal es un drama en nuestra tierra vasca.
Luego cené con tu padre y tu hermano en el Marítimo. Enrique había venido a Bilbao para asistir al funeral de una tía de Patricia.
El sábado tuve una comida muy simpática en Meruelo –Cantabria- en la casa de Ricardo González-Orús –exConsejero de Industria del Gobierno Vasco- y a la que asistieron Nico Redondo, su mujer y su hija adoptiva; Iñaki Viar y Chelo Aparicio; Santiago González y Carmen, su mujer; Javier Corcuera y Yolanda; Juan Olabarría –que es otro profesor de la UPV-; el juez Juan Luis Ibarra; el economista Roberto Velasco y su mujer y otros. Lo pasamos muy bien. Hasta casi las nueve de la noche no estaba en casa.
Y este es el resumen de esta semana. Probablemente tardaré en escribirte porque voy a pasar unos días con mi amigo Eloy García en Cuba. Quiero conocer lo que hay de ese país antes de que se muera Fidel y los americanos conviertan sus ruinas en edificios horteras, tipo Torremolinos.

Hasta entonces, un beso. Y, a pesar de que cambié tu vela habitual por una verde para la esperanza en el día de ayer la cosa no funcionó... O quizás sí. ¿No se dice que esa es la cualidad que nunca se pierde?

jueves, 12 de mayo de 2011

Intercambio de solsticios (179)

Agotado por una jornada que había ido más allá de sus posibilidades físicas, después del susto del día anterior, en el final de una excursión truncada por los malhechores a quienes la pericia de buena conductora de Vic conseguía despistar, Jorge Brassens descansaba en el sofá, los ojos cerrados, esperando a que la llegada de su mujer a casa, permitiera el pequeño traslado hasta su dormitorio, un traslado que él solo no era capaz de realizar.
Vic entraba acompañada de Bachat.
- No vengo sola –anunciaba ella.
No eran aquellos tiempos para adivinanzas. O, más bien, cualquier incógnita era más que susceptible de convertirse en la peor de las alternativas.
- ¿Con quién vienes?
- No te preocupes. Es un viejo amigo.
- Hola, Jorge –saludó Bachat, cuya sonrisa abierta parecía iluminar la breve estancia de los Brassens-Suarez.
- ¡Bachat! –exclamó Jorge.
- Hemos recibido una visita de tu mujer…
- Lo sé. Yo mismo se lo he pedido. ¿Pero qué haces tú aquí? Estás corriendo peligro.
- El mismo que tú, supongo.
- Más –aseguró Brassens-. La casa puede estar vigilada.
- No lo creo –dijo Bachat-. ¿Qué tal te encuentras?
- Bien, dentro de lo que cabe. Después de la paliza que me han dado…
- Esta es una gente muy peligrosa, muy peligrosa –declaró Bachat-. No sé lo que vamos a hacer, pero esoero que hagamos algo finalmente.
- Mi opinión, Bachat, es que nosotros, por nosotros mismos, quiero decir, la gente de Chamartín, no somos ya capaces de mantener el más mínimo resquicio de ley y orden.
- No me extraña. Eso era lo lógico, según nuestras informaciones. Tardaría más o menos tiempo, pero tendría que llegar.
- Ya –concedió Brassens-. Si te vas a quedar un rato te puedo ofrecer un té. Claro que no será como el que nos dábais en Tinduf o en los territorios liberados.
- No te preocupes, Jorge. Me voy ahora. Quizás tengas razón y estoy abusando un poco de mi buena suerte.
¿La tenía él realmente? ¿La tenía un saharaui desposeído de su patria y sus derechos durante toda su vida?

miércoles, 11 de mayo de 2011

Intercambio de solsticios (178)

Regresó Jorge por la Gran Vía a la Sociedad Bilbaina. En el bar inglés le esperaba Tony Cortés –también un nombre figurado.
Tony era para Jorge Brassens más un viejo amigo que un antiguo empleado, aunque ambas cosas eran ciertas; y, en un terreno intermedio entre la primera y, consolidándose en la segunda de las condiciones, un leal compañero de trabajo.
La vida les había unido en torno de ese espacio temporal inmenso que constituyen las jornadas de trabajo… y de ocio. Tony era un comercial que aterrizaba en la dirección de una sucursal a la que le proyectaba Brassens, algún tiempo antes de su despedida de la compañía de seguros que era el espacio que motivaría su amistad. Nadie está contento con su suerte, y a veces parecía que Cortés vivía su actual condición más como una condena que como algo positivo para él. Y es que el sistema de trabajo en España había degenerado de tal manera que los puestos intermedios se determinaban por una responsabilidad media-alta; un sueldo medio-bajo y la sensación de que por unos pocos euros, que muy pocas veces crecían al compás de las exigencias, te podían volar la cabeza de un momento a otro.
Pero no hubo reproches en ese almuerzo tantas veces prometido y nunca realizado hasta entonces. Hubo un tiempo en que se cruzaba entre ambos el antiguo director regional de la compañía, hombre desconfiado donde los hubiera, y que necesitaba como el perejil encontrarse en todas las salsas; quizás residía en él el temor a que, en su ausencia, alguien le podría hacer la cama -¿acaso porque esa era su táctica preferida y la que mejores réditos le había supuesto?-. Cree el ladrón que son todos de su condición.
Estaba todo preparado para el ágape entre Cortés Brassens. Hasta el menú: entremeses, escalope y… sorbete de limón.
Y entre plato y plato fue el repaso de los años en las anécdotas y en los nombres: estaba, desde luego, Carmelo –y este no es un nombre figurado-; la persona que les diera a conocer y al que la muerte pisara su huerto carranzano cuando se disponía a descansar de muchos años deambulantes por las tierras de España, vendiendo de todo… hasta seguros. Estaban también en la narración su viuda y su yerno. Pero también los antiguos empleados, muchos de ellos jubilados, que en algunos casos habían fallecido ya y en otros paseaban sus vetustos organismos –cuando lo podían hacer- por los diversos barrios de Bilbao; algunos, que alguna dolencia daba en tiempos por más que posibles desaparecidos, como Loli –tampoco es un nombre figurado- se había transformado en parroquiana imprescindible en la más importante iglesia de Las Arenas; desde cuyo púlpito seguía desafiando, con más voluntad que éxito, a las maestras del “bel canto” o recitaba lecturas de los profetas y efectuaba las correspondientes preces.
Estuvo también presente en sus comentarios, Conrado Aguirre –nombre figurado-, que fuera socio de Brassens y que se había evaporado de este mundo, al menos en lo que se refería a Jorge. Aguirre, hombre de acrisolada tradición y de conservadurismo antiguo se espantaba ante la sola idea de que Tony Cortés se casara por lo civil. Claro que los tiempos han cambiado mucho y lo que empieza a acontecer a los más “demodés” es que les inviten a un matrimonio homosexual.
Hablaron sin cesar, y hasta dejarían de probar toda la comida, porque el tiempo no daba de sí para todas las cosas que se tenían que contar. Como viejos hermanos a los que ha separado esa frontera de los kilómetros y de los hombres, casi como en la película de David Lynch –“Una historia verdadera”- Brassens había recorrido 400 kilómetros, pero no a lomos de un cortacésped en este caso, para compartir unas horas con un amigo.
Un placer raro en estos tiempos que corren.

martes, 10 de mayo de 2011

Intercambio de solsticios (177)

Bilbao, 18 de mayo de 2003.

Querida Lorsen:

Las hojas del calendario van cayendo con una rapidez que asusta. Pero me doy cuenta de que el tiempo ya no es uno, son al menos dos en mi caso: Existe, por una parte, el tiempo natural que fluye como la corriente en un río caudaloso, y ese va muy rápido, más cuando has cumplido algunos años ya; por la otra está el tiempo que ha transcurrido desde tu marcha, ese es algo así como el agua de un pantano, parece como si se hubiera estancado, que no se mueve, porque tu recuerdo permanece tan vivo dentro de mí como el primer día. ¡Y eso que dentro de 10 se cumplirán los primeros seis meses sin ti!
La característica más definida de mi situación actual es la serenidad. Tu recuerdo, aún presente, no punza mi estómago, no me duele el corazón... Se trata como de un agua que sólo puedes advertir cuando asomas la cabeza dentro del pozo, y una extraña claridad –los focos que la alumbran- te advierten de su existencia.
Y a consecuencia de esa serenidad, la idea de la muerte se ha adueñado de mí de tal manera que no me importa si en cualquier momento se atreviera a llamar a mi puerta. El otro día, una conducción un tanto nerviosa de mi escolta me devolvía a esa idea, que en otros momentos me parecería macabra: ¿Y si damos una vuelta de campana, volcamos y nos caemos por un terraplén? Conclusión: Todos muertos –o, al menos, yo-. Y te diré que me asusta la idea del hospital, el dolor, la reanimación. No me inquieta la idea de la muerte. Pilar seguiría muy bien cuidada, soportaría mi ausencia. Y quizás –si tus ideas sobre la vida futura eran ciertas- nos pudiéramos encontrar paseando, cogidos de la mano, por la playa de Matagorda o –esta vez sin escolta- por los caminos de Arrechea.
Porque la vida resulta triste sin ti. Muy en especial, en estos fines de semana en los que me pongo frente al ordenador y te cuento lo que han dado de sí estos siete días. Hoy no me acompaña Bècaud. La campaña electoral me ha obligado a prescindir de él, porque hubiera pasado la mayor parte del tiempo solo. Así que no me ha despertado a las ocho de la mañana, ni me ha obligado a levantarme de la cama –como es su invariable costumbre- porque ya es de día y hay que apartar a un lado las sábanas.
Empieza a hacer calor. El pasado miércoles-jueves estuve en Córdoba, vestido de primavera con una temperatura de 40 grados. Aunque ya sabes que el refrán castellano dice eso de “hasta el 40 de mayo, no te quites el sayo”, mañana mismo me paso a la ropa de verano.
Hoy Pilar estaba un tanto pachucha. Tenía un exceso de mocos y se había quedado en la cama. No me ha recibido bien, no quería que pegara las fotos del cumpleaños de tu padre en el álbum que le compramos tú y yo, y que se ha convertido en el baúl de los recuerdos para los dos. Pero luego ha mejorado en su atención y su afecto, aceptando darme un beso en la despedida. Pilar ha descubierto la grabación, porque mi hermana Eugenia –creo- le ha dejado un aparato de esos que usan los periodistas, y oye lo que le decimos y lo que ella contesta. Siempre insiste en escuchar la grabación desde el primer momento. La he dejado tranquila, aunque soy muy consciente de que su vida es un regalo cotidiano para todos, y si existe alguna existencia que no se encuentre escrita esa es la suya, aunque ya ves cómo hace seis meses no me hubiera imaginado a mí mismo sentado este domingo por la tarde escribiendo una carta a mi mujer, “dondequiera que ella se encuentre”.
El miércoles volví a Madrid, donde visité el museo Sorolla, que te hubiera encantado: Una casita en el centro de Madrid, con un jardín repleto de sombras y fuentes, con un frescor incomparable en medio de esta primavera- verano en que nos ha cogido la climatología. Tuve una comida con Javier Zarzalejos y Nico Redondo, de la que salimos muy satisfechos. Luego me vi con los Areilza, que estuvieron encantadores y dispuestos a colaborar conmigo en una novela enmarcada en una época histórica en Roncesvalles. Luego tomé el AVE hasta Córdoba donde me esperaba Rafa Jaén –un antiguo compañero de La Unión y el Fénix que se presenta como candidato a concejal por la ciudad-. Dí una rueda de prensa en la que fui presentado por María Jesús Botella –hermana de Ana- que es la presidenta del partido en la provincia. Creo que salió bien.
Ahí conocí a quien puede ser delegado de cultura en el Ayuntamiento si las cosas van bien –lo que se parece bastante a tirar una moneda al aire, tal y como están las cosas, las encuestas nos dan sólo regular, aunque yo las esperaba peores hace menos de un mes-. El chico este –Manuel Ángel, creo que se llama- es una persona encantadora y me ha regalado un libro de fotos de Córdoba que te hubiera gustado. Saca las instantáneas con una “polaroid”, los días grises –que son los menos habituales en esa ciudad- y, en el escaso tiempo en que se revelan las retoca, creando una verdadera obra de arte. Luego las amplía a un tamaño muy grande. No está muy lejos de las técnicas que tú utilizabas, es una especie de “fresco fotográfico”.
Ayer tuvo lugar un acto de homenaje a Agustín Ibarrola en el que sin lugar a dudas también hubieras estado presente. La pena es que ya hay cada vez menos gente de la cultura que da la cara por las personas comprometidas: Faltaron Marta Cárdenas, Elías Querejeta y algún otro más. Aunque Agustín salió emocionado y el acto –como todo lo que organiza ¡Basta Ya!- resultó muy estético.
He hablado con Isabel Lorsen que ha estado encantadora conmigo.

Ya te contaré. En todo caso recibe como siempre un beso muy grande de mi parte.

lunes, 9 de mayo de 2011

Intercambio de solsticios (176)

Juan Andrés Sánchez disponía de un despacho representativo de su estatus. No se podía decir que fuera lujoso, ni enorme; pero Chamberí era algo así como otra galaxia en comparación con los demás puntos de la vieja Madrid. No faltaba la mesa de madera de caoba, sobre la cual un cuero verde oscuro recordaba los orígenes empresariales del ocupante de la estancia -Sánchez procedía de un largo trabajo en el sector de los servicios-. Las sillas que había dispuesto junto a su lugar de trabajo formaban parte del mismo juego que su mesa, caoba y cuero, en la misma dosis de comodidad y buen gusto. No faltaba tampoco un sofá de tela clara con dibujo floreado junto a una mesita de de cristal sobre la que todas las mañanas se disponía un ramillete de flores frescas y olorosas.
El ocupante de este despacho era un hombre de edad más que madura, calvo y que había abandonado su barba cuando esta iniciaba su clarear. No perdonaba su impecable traje de chaqueta de tonos lisos y normalmente oscuros, hecho a la medida, como sus camisas; y unas corbatas de seda que Sánchez compraba personalmente en Italia. Completaba su atuendo unos mocasines agua y vino de Sebago, que nunca acababan de gastarse lo suficiente como para tener que comprarse otros, cuestión imposible en aquellos momentos.
Cristino Romerales golpearía levemente la puerta antes de entrar. Juan Andrés le invitaba con formalidad en él caracteristica a sentarse.
- Tú dirás, consejero.
- Presidente, quería hablarte del asunto de Chamartín –empezaría Romerales.
Sánchez pedía con la mano que diera comienzo a su relación.
- Como sabes teníamos prevista una acción sobre el distrito. Una actuación que hemos diferido en el tiempo hasta conocer cómo se iban produciendo los acontecimientos...
- Te recuerdo que se trataba de una acción sin concretar –repuso Sánchez.
- Sí. No sabíamos si se trataba de una acción diplomática, una especie de alianza, o incluso una acción de carácter militar –recapitulaba Romerales.
- El Consejo de Distrito está dividido.
- Sí. Lo está porque aparentemente la situación del Distrito de Chamartín, si bien lejos de resultar estable, podría decirse que no se había descontrolado totalmente. Pero, según nuestros informes, hoy mismo se ha producido un golpe de estado allí.
- ¿Cardidal?
- Cardidal.
- Lo sabía. Jacobo Martos no es un hombre capaz de la resolución que es necesaria en estos momentos –señaló el presidente de Chamberí-. ¿Lo has confirmado?
- Está confirmado personalmente. La mujer de Jorge Brassens me acaba de visitar.
- ¿Ha conseguido burlar a las fuerzas de seguridad?
- Sí. Y si quieres que te diga la verdad no me extraña nada. No son más que el ejèrcito de Pancho Villa. A veces muy aparente, pero generalmente desorganizadas y siempre corrompidas. En Chamartín no hay diferencia entre las fuerzas del orden y los delincuentes: son todo la misma cosa.
- De modo que tú crees que ha llegado el momento…

viernes, 6 de mayo de 2011

Intercambio de solsticios (175)

La Gran Vía de Bilbao se le hizo chiquita si la comparaba con cualquier calle del centro de Madrid. Le pasaba siempre que regresaba a su villa natal, algo así como el orden natural de las cosas y de las gentes donde casi nunca ocurre nada, porque se diría que el sentido del tiempo se detiene más a medida que el tamaño de las cosas se reduce. De esa manera, el vértigo de un Madrid, de un París, devora a sus habitantes de una forma desenfrenada, los agota en una miscelánea prácticamente inmensa de posibilidades. Bilbao -¿qué decir de Arrechea?- son plazas donde el tiempo se estanca y la gente, de puro verla casi todos los días, se diría que va con sus ciudades y sus pueblos y no envejece, hasta que de pronto dejas de verlos, se enclaustran en sus casas –como la tante Leonie de Proust- y si algún día vuelves a encontrártelos por la calle te das cuenta de que su cita con la señora de la guadaña no se hará esperar.
Tenía que cambiar una sortija que venía grande a su mujer. De modo que tocaba la puerta de una joyería situada a un lado de la plaza de Moyúa. Antón Arredondo –es un nombre figurado- le recibió con su terno azul marino y sus ojeras. El tiempo sí pasaba por entre estas figuras errantes que un día corríamos por los patios del Colegio de los Jesuitas de Indauchu. Nos estábamos haciendo viejos a base de dar vueltas por el camino. Y si llevara entonces un espejo y contemplara la imagen que de él se desprendía, ese Jorge Brassens que, al cabo se sentía igual que hace treinta o casi cuarenta años, era más que consciente que el proceso de la madurez consiste más o menos en dejar mucha ingenuidad en el camino y que esta se ve ocupada por las arrugas, que son los surcos del realismo.
Hablaron de la crisis. Las joyerías, ya se sabe, son establecimientos que la sufren con contundencia. Aunque hay quien dice que determinada clientela no cambia de hábitos. “Se consume menos”, decía Arredondo.
Un cuarto de hora más tarde, justo enfrente, Brassens tenía una cita con un abogado. Bilbao es un centro muy pequeño donde casi todas las cosas y las gentes se dirían incrustadas a presión en él. Alfredo Belarmino –otro nombre ficticio- había engordado desde la última vez que le había visto, aunque él mismo manifestaba que los disgustos le adelgazaban. Y que, de estos, tenía muchos.
Le habló Belarmino del Colegio de Abogados de Vizcaya, tan apegado al nacionalismo que hasta se había permitido pagar un anuncio declarando su desacuerdo con el procesamiento del ex lehendakari Ibarretexe. “No está para eso. Y me quejé”, dice el abogado, que está harto del permanente desembarco de la política en la sociedad civil. Y le habló también de alguna actitud de los jugadores del Athletic de Bilbao, también pro-nacionalistas. “Tampoco están para eso. Y son los que unen a la sociedad de Bilbao… y me quejé”.
Lo que pasa es que en este mundo en que se entrecruzan todos los caminos y la política de los partidos –que es las más de las veces la mala política- está en casi todos, Alfredo Belarmino tiene las de perder, aunque el suyo no deje de ser un canto a la dignidad humana donde ya apenas existe rastro de ella y un homenaje a la civilidad donde ya no hay sociedad de este tipo que se pueda reconocer.

jueves, 5 de mayo de 2011

Intercambio de solsticios (174)

Bilbao, 10 de mayo de 2003.

Querida Lorsen:

Como de costumbre te pongo estas líneas en sábado, y aunque mi costumbre es la de narrarte la semana por su orden, empezaré por el mismo día de hoy.
He visitado a nuestra hija, que se encontraba bastante bien. Le he enseñado el carné de identidad que recogía esta semana de la comisaría de policía. Ella quería a toda costa quedarse con él, pero le decía que era mejor que lo guardara yo, y que ella se quedara con una fotocopia a color y plastificada del documento. La niña no ha estado satisfecha con esa decisión hasta que las dos enfermeras que la llevaban me han dado la razón.
Hemos visto el primer álbum de fotos que le compramos tú y yo para un cumpleaños en Bayona, y que está repleto de fotos nuestras de Tenerife, Arrechea y Mallorca. Hacía tiempo que no lo habíamos mirado, así que lo hemos seguido con mucho gusto, Hay muchas instantáneas en las que sales muy bien. Tu hija te tenía localizada a la perfección en todos los momentos en que salías.
Se ha quedado bien, por fin. Es esa batalla que mantenemos ella y yo todos los días, en ese esfuerzo por construir una relación entre padre e hija que no provoque –en ella y en mí- una tristeza añadida por tu ausencia. Y, si para ella, yo soy una imagen indisociable a la tuya, ella lo es de la misma manera para mí.
He comido con mi madre y Teresa. La semana pasada le pedía como regalo de cumpleaños algún recipiente en el que ponerte alguna flor en los días señalados –tu cumpleaños, nuestro aniversario de boda, navidades- que sustituyera a la vela que arde junto a tus cenizas. Ella ha encontrado un cristal de “Bacarrá” –creo que se escribe así- que era de la abuela Eugenia, con pequeñas incrustaciones de oro, y que por el momento he dejado sobre la mesa del salón, a la espera de tu cuarenta y cinco cumpleaños en el que procuraré ponerte cinco rosas rojas.
Durante la comida hemos hablado mucho de ti. Teresa me ha contado que el otro día le preguntó a nuestra hija:
- ¿Quién es el que te quiere más en el mundo?
Y que ella, aún en su cortedad de expresión, le contestaba:
- Tú.
Pero Teresa le insistía.
- Sí. Yo te quiero mucho. Pero ¿quién te quiere más?
Y ella le contestaba por fin:
- Papá y mamá.
- ¿Y dónde está mamá? –seguía preguntando mi hermana.
- En el cielo –decía Pilar.
- Y desde el cielo te va a querer mucho y te va a apoyar mucho. Porque todas las madres ayudan a sus hijos...
No terminaba mi hermana esas palabras cuando unos gruesos lagrimones me caían de los ojos, en especial de ese ojo izquierdo que a fuerza de no ver es tan capaz de sentir.
Luego –ya más tranquilo- hemos seguido contigo como tema de conversación. Teresa se encontró el otro día con tu psiquiatra, que no ha parado en estos meses de darle vueltas a la cabeza pensando en cómo podía haberte ocurrido eso. Según mi hermana, él había intentado en especial que no te pasara lo mismo que a tu madre, aunque al final todo resultara muy parecido. He creído intuir una especie de sensación de fracaso en él, pero que no nos lleva a nadie a ninguna parte.
Las profesoras de Pilar están entusiasmadas con ella. Se trata de un caso tan alejado de su propia labor cotidiana que se ha convertido en uno de sus principales argumentos de motivación laboral. La comunicación que presentaron en Guadalajara sobre nuestra hija fue todo un éxito. Además la niña habla ya –la verdad es que conmigo lo hace muy poco-, suma, resta, y quieren enseñarle a multiplicar y dividir. Lee las palabras, aunque no sé si podrá obtener algún sentido a las frases. Lo cierto es que progresa, y que su educación, centrada en estimular la capacidad de comunicarse con el exterior está siendo todo un éxito.
En lo que se refiere a mi semana debo decir que tengo la sensación de haber dado un paso definitivo en la aceptación de tu ausencia. Mis lágrimas de hoy se refieren más a que Pilar ha avanzado de forma definitiva es ese aspecto, que ha asumido tu largo viaje antes que yo. Son lágrimas de recuerdo –si se pueden definir de algún modo, si es posible dividir los sollozos en sensaciones distintas, como si fuera posible clasificar la tristeza e introducirla en habitaciones diversas.
Creo que me me enfrento a la vida –incluso a la de los de los fines de semana- de otra forma: más relajado, más sereno, más tranquilo. Sabiendo que la vida que tengo por delante, sin prisas, pero también sin amarguras innecesarias, es algo que me corresponde pasar. Sé que tengo una hija de la que ocuparme, a la que no puedo ni debo dejar a un lado del camino. Pero ese trecho –largo o estrecho que me queda- es casi todo mío y lo debo recorrer con la mejor de las alegrías.
El domingo pasado, cuando recogía los regalos de cumpleaños en casa de tu padre –la consabida camisa y un relojito de pie que le va muy bien a Lanzarote, de tu hermana, este último- observé que había colgado en su habitación un cuadro tuyo, de los últimos que habías pintado. La verdad es que no se trataba de armar la marimorena en esas circunstancias, pero Gaby tiene un verdadero afán por apropiarse de todas las cosas que fueron tuyas, y sin preguntar. Le dije:
- Te dejo ese cuadro, pero en depósito.
Lo cierto es que ella recapacitó –o bien tu padre se lo hizo ver- y dejó el cuadro en la sede del partido en Getxo. Lo llevaré a Lanzarote, donde te reservo la pared que está encima del sofá, y si no fuera suficiente con ella, la de nuestra habitación.
En el pleno del miércoles tuve tres preguntas seguidas que plantear, y una se traspapeló. No me puse nervioso por ello, y pedí disculpas. Pero ayer tuvimos un debate en comisión sobre la venta del gas que la prensa de hoy ha calificado de “agrio”. En todo caso me encuentro satisfecho de su resultado.
Hoy me ha llamado Rafa Jaén –un antiguo compañero de La Unión y el Fénix y que se presenta candidato a concejal por Córdoba- para que dé un mitin en esa maravillosa ciudad. Ya te diré cuándo me toca.
Sigo pensando en ti todos los días. Y si nuestra hija tiene razón y estás en ese lugar que dice, te ruego que me ayudes a mí también. La energía que necesito para afrontar todo lo que tengo por delante no es poca, como bien sabes. Y tú tenías fuerza más que sobrante.

Un beso.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Intercambio de solsticios (173)

Romerales marcó el número de Juan Andrés Sánchez a través de la conexión telefónica interna de que disponían en el Distrito. Antediluviana, más propia de los años ’70 u ’80, pero eficaz. “En estos tiempos hemos descubierto al fin la importancia de la comunicación, más allá del montón de chorradas que te ofrecían con los móviles”, pensó Cristino para sus adentros mientras escuchaba el soniquete del aparato.
- ¡Consejero!
Era la voz profunda de su presidente. Un hombre tan correcto en las formas qe se diría envarado, poco natural. Lo mismo que ese atuendo que ni siquiera cuando estaba de moda se podía considerar un clásico. Los excesos de algunos catalanes con pasta, pero sin tradición.
- Buenas tardes, presidente. ¿Te viene bien hablar conmigo?
Y es que Cristino Romerales era prudente hasta el extremo.
- Quizás tenga hasta diez minutos para recibirte. Si no es una cosa muy rápida claro.
No, no se trataba de una cuestión a resolver en un par de frases.
- Ahora voy –anunció Romerales.

Bachat conducía el R-5 aquel por entre las calles repletas de escombros, situadas en los aledaños de las avenidas principales, con la soltura de un piloto de rallies. Quedaba en la calle Génova el conductor del ejército saharaui, ese que se guiaba por lo que le decían las estrellas y para quien el inmenso desierto no era otra cosa que el patio de su casa, por lo trillado que lo tenía.
Vic no hablaba. No tenía muy claro si podría recuperar su amado Volskwagen Golf, toda vez que este quedaba en manos de la diligente policía de Chamberí, pero lejos de su vista y de sus cuidados.
Bachat, que advertía su preocupación trataba de ofrecerle seguridades.
- Mañana te lo haremos llegar.
Pero es que, por mucho Cristino Romerales que se ocupara de organizar las cosas, esta gente funcionaba con otros conceptos. Eran las personas de las nubes. Vivían en sus jaimas nómadas, que desmontaban, trasladaban en lomos de sus camellos y volvían a montarlas allí donde las nubes les señalaban la posibilidad de agua. Habían aprendido a valorar lo importante: un pedazo de pan, un trago de agua, una mujer –un hombre- y las historias contadas a la lumbre de una fogata en las noches de invierno. Por eso se habían adaptado de forma tan sencilla a esa vida mínima del Madrid de 2.013, porque ellos mismos habían intentado también construir una civilización en los campamentos de Tinduf; en los territorios liberados a los ocupantes marroquíes de Tifariti; incluso, en este Madrid selvático que todo lo arrasaba, hasta que acabó por arrasarlo todo.
¿Le devolverían su coche? ¿Tendría que procurar hacerse con otro? Lo cierto era que, si lo pensaba con un poco más de sentido, sus divagaciones no tenían apenas importancia. Y es que, a punto de confirmarse el más brutal acceso al poder en la Junta de Chamartín de ese puñado de señores de la guerra comandados por Leoncio Cardidal -la dictadura cesarista seguramente más inexpugnable de las posibles- pensar que tu vida pueda girar en torno a un vehículo de cuatro ruedas es una futilidad. Pero así eran las cosas. No estaba acostumbrada ella a prescindir de lo que consideraba imprescindible, y el coche era eso para Vic Suarez.
De modo que, cuando Bachat, frenaba el R-5 frente al portal de su casa, le espetaba con toda la mala leche concentrada a lo largo del viaje:
- Espero que cumplas con tu palabra y el coche esté aquí mañana.
El saharaui prorrumpió en una sonora carcajada, antes de decir.
- Vamos a ver cómo está el bueno de tu marido.

martes, 3 de mayo de 2011

Intercambio de solsticios (172)

Así que Jorge Brassens decidió emigrar hacia el Víctor Montes de la Plaza Nueva. La calle del Correo se abría a su mirada con el recuerdo de tantas ocasiones en que la recorría con destino a su apartamento, rodeado por todo tipo de personajes que poblaban ese heterogéneo paisaje que el es el Casco Viejo bilbaino: los artistas de deambular distraído; las minifalderas dependientas de tiendas, zapaterías y boutiques; los chiqueteros de a partir de las siete de la tarde, con su trasiego de vinos; las parejas jóvenes con su niño en el consabido cochecito… e, incluso, los abertzales pro-etarras, con su mirada hosca y su andar chulesco de matones del “Far West”.
Era la antigua entrada al aparcamiento de la Plaza Nueva, donde introducía su coche antes de producir un paseo final hasta su casa y dos pisos sin ascensor para abrir la puerta del apartamento, donde le esperaba antaño el descanso, después de jornadas agotadoras destinadas al trabajo político y al profesional.
La Plaza Nueva estaba como siempre: los papeles flotaban al viento y un sirimiri tan antiguo como los aires de esa ciudad acometía sin descanso a los pocos viandantes que la frecuentaban. Al otro lado de la entrada, el famoso bar de pinchos en el que muchas veces había comido buen pescado y buena carne –materia prima-. Era el recuerdo de Lorsen y de Ricardo Goyoaga, que hacía poco nos había dejado para adentrarse en las amables regiones de nuestros recuerdos.
Había allí mucho extranjero y apenas un hueco en la barra, pero Brassens conseguía acodarse en un rincón junto a dos jóvenes que alardeaban de su no excesivo cariño hacia la selección española de fútbol y que parecían ejercer el viejo rito del emparejamiento. Jorge pidió un vino tinto –aunque, en Bilbao, un vino es un tinto y la copa de vino blanco se pide “un blanco”- y se tomó tres tapas que le reconciliaron con su elección.

La mañana siguiente recorría el trecho que le separaba de aquel hotel, antaño para viajantes, que era el Arana -y que había sido remozado por la hábil hostelería de Antonio Fernández Casado, también antaño director del hotel Ercilla, así como lo hacía en una amplia cadena de establecimientos- hasta el aparcamiento donde su amigo Jean Pierre Gómez, este ya no de Bilbao, sino vitoriano y riojano, cuando ambos se topaban con Juan Basabe, que es prototipo del bilbainismo actual, escritor, columnista y ahora organizador de la semana de la risa.
- Quino ha aceptado el premio. Creo que es una buena noticia –les informaba.

Y ya de vuelta de Begoña, sus maletas depositadas en la Sociedad Bilbaina, que se había convertido durante mucho tiempo en su segunda casa y segunda oficina –y a veces primera en todos los casos- Jorge Brassens se disponía a atravesar la Gran Vía para realizar aún un par de gestiones antes de su almuerzo.