martes, 3 de mayo de 2011

Intercambio de solsticios (172)

Así que Jorge Brassens decidió emigrar hacia el Víctor Montes de la Plaza Nueva. La calle del Correo se abría a su mirada con el recuerdo de tantas ocasiones en que la recorría con destino a su apartamento, rodeado por todo tipo de personajes que poblaban ese heterogéneo paisaje que el es el Casco Viejo bilbaino: los artistas de deambular distraído; las minifalderas dependientas de tiendas, zapaterías y boutiques; los chiqueteros de a partir de las siete de la tarde, con su trasiego de vinos; las parejas jóvenes con su niño en el consabido cochecito… e, incluso, los abertzales pro-etarras, con su mirada hosca y su andar chulesco de matones del “Far West”.
Era la antigua entrada al aparcamiento de la Plaza Nueva, donde introducía su coche antes de producir un paseo final hasta su casa y dos pisos sin ascensor para abrir la puerta del apartamento, donde le esperaba antaño el descanso, después de jornadas agotadoras destinadas al trabajo político y al profesional.
La Plaza Nueva estaba como siempre: los papeles flotaban al viento y un sirimiri tan antiguo como los aires de esa ciudad acometía sin descanso a los pocos viandantes que la frecuentaban. Al otro lado de la entrada, el famoso bar de pinchos en el que muchas veces había comido buen pescado y buena carne –materia prima-. Era el recuerdo de Lorsen y de Ricardo Goyoaga, que hacía poco nos había dejado para adentrarse en las amables regiones de nuestros recuerdos.
Había allí mucho extranjero y apenas un hueco en la barra, pero Brassens conseguía acodarse en un rincón junto a dos jóvenes que alardeaban de su no excesivo cariño hacia la selección española de fútbol y que parecían ejercer el viejo rito del emparejamiento. Jorge pidió un vino tinto –aunque, en Bilbao, un vino es un tinto y la copa de vino blanco se pide “un blanco”- y se tomó tres tapas que le reconciliaron con su elección.

La mañana siguiente recorría el trecho que le separaba de aquel hotel, antaño para viajantes, que era el Arana -y que había sido remozado por la hábil hostelería de Antonio Fernández Casado, también antaño director del hotel Ercilla, así como lo hacía en una amplia cadena de establecimientos- hasta el aparcamiento donde su amigo Jean Pierre Gómez, este ya no de Bilbao, sino vitoriano y riojano, cuando ambos se topaban con Juan Basabe, que es prototipo del bilbainismo actual, escritor, columnista y ahora organizador de la semana de la risa.
- Quino ha aceptado el premio. Creo que es una buena noticia –les informaba.

Y ya de vuelta de Begoña, sus maletas depositadas en la Sociedad Bilbaina, que se había convertido durante mucho tiempo en su segunda casa y segunda oficina –y a veces primera en todos los casos- Jorge Brassens se disponía a atravesar la Gran Vía para realizar aún un par de gestiones antes de su almuerzo.

1 comentario:

Sake dijo...

A veces debemos recorrer muchos caminos para llegar al principio y resulta que ése principio no nos gusta, es entonces cuando nace el desaliento y al no recordar nada y no tener pasado la cuentión se puede complicar bastante.