lunes, 23 de mayo de 2011

Intercambio de solsticios (184)

Una comida en Sitges

Se lo había prometido a su mujer. Siempre intentaban comer en aquel restaurante de Sitges que se diría situado sobre el mismo acantilado y en el que, en numerosas ocasiones, las olas más fuertes estallaban sobre los cristales. Se diría que almorzabas casi en la cubierta de un barco, aunque sin los consabidos inconvenientes que traen consigo sus vaivenes: los mareos.
Además, y contra los pronósticos del tiempo, había amanecido un despejado día y la fuerte brisa matutina cedía el paso a una jornada apacible.
El restaurante "El Vivero" estaba especializado en pescados y arroces. La materia prima era buena y la elaboración razonable. El precio, dadas las circunstancias de tan magnífica ubicacion, aceptable.
Les ofrecieron una mesa situada en la zona cubierta del comedor, las mesas al aire libre estaban todas reservadas.
Se instalaron. Era pronto para comer un domingo, apenas las 2 de la tarde.
Analizaron las cartas y decidieron la comida, arroz a banda con mariscos aparte. Y por eso de que ese producto tarda en cocinarse, un pan con tomate para compartir. "¿Con jamon?", preguntaría un adusto "maitre". "No", le contestaron.
Aún así les sirvieron dos raciones. Jorge Brassens pensó que más que un error trataban de engordar un poco la factura. "Después de todo no se trata de caviar" se diría para sus adentros, aunque no dijo nada.
Todo el servicio consistió en una larga cadencia y algunas veces no les daban exactamente lo que habian pedido, eso sí, sin explicacion alguna.
A Vic se le resbalaba la copa de cerveza, que se hacía añicos contra el mantel. Los cristales se esparcían en la mesa y Vic -siempre hacendosa- recogía algunos. Tiempo después aparecía un camarero que sólo retiraba los restos que Vic habia ordenado…
Pidieron más cerveza, que no llegaría; las toallitas de limón para limpiarse las manos despues del trabajo con el marisco las tuvieron prácticamente que suplicar al "maitre"; los cafes se harian esperar una hora...
La cuenta, por fin, se depositaba sobre su mesa. Jorge Brassens pagaría con una tarjeta que nadie estaba dispuesto a recoger. Hartos, se fueron hacia la barra del bar para que allí les cobraran la factura. El poco simpático “maitre”, que advertía el gesto, se dignaría a comentar:
- Estaba yendo a por ella.
Cuando Jorge Brassens firmaba la conformidad con el cargo y no hacía ademán de entregar propina alguna, Vic Suarez espetaría al “maitre”:
- La comida muy buena, pero el servicio pésimo. Como para pedir el libro de reclamaciones…
A lo que el conspicuo “maitre” reponía:
- ¿De “Madrit”, eh?
Abandonaron el local entristecidos. Vic regonzaba ante la actitud de Jorge de no haberle permitido formular su queja en el libro de reclamaciones.
- En esta España de las autonomías la gestión de las reclamaciones de hostelería está transferida por el Estado. Y a los de “Madrid” no nos queda ni el derecho a protestar –le vino a decir.

No hay comentarios: