lunes, 13 de junio de 2011

Intercambio de solsticios (197)

Sidi Ben Bachat contemplaba la débil rendija de luz visible desde la celda en penumbra a la que le habían literalmente arrojado. Tenía como asiento una modesta tumbona de playa, sobre la cual habían depositado una gruesa manta que con seguridad procedía de antiguos efectos militares, requisados o robados por las fuerzas del des-orden que portaban brazaletes verdes y que bien podían haber tenido el color negro de los SS que vigilaban el orden en los campos de concentración nazis. Una jofaina y un cubo con agua eran todo lo que disponía para su aseo personal y sus necesidades.
Recordaba vagamente el saharaui las condiciones de vida –era un decir- de los secuestrados por organizaciones terroristas. Alguien le había referido, por ejemplo, la imagen de un “zulo” construido por ETA: el de Ortega Lara, en concreto. ¿Qué dimensiones tenía? Dos metros por uno y medio. Recordaba que su interlocutor le había dicho que si extendía sus brazos a lo ancho tocaba las dos paredes del habitáculo, y eso que el narrador tenía una envergadura bastante precaria.
Pues ese agujero no era mucho más grande, quizás –por si tuviera que consolarse- menos húmedo que el del funcionario de prisiones secuestrado por la banda terrorista: el de este último daba a un río y, por lo visto, cuando tocabas la pared con la palma de la mano, la retirabas empapada de agua.
Estaba secuestrado por la banda de Cardidal: la “justicia popular” de ETA se veía ahora sustituida por la “justicia popular de Chamartín. ¿Qué diferencia había en realidad?
El jefe de la policía de Chamberí se acostó cuan largo era –y lo era- en la tumbona. Muy pronto empezó a transpirar: el plástico que hacía las veces de colchón acrecentaba la temperatura ambiente, aun no siendo esta demasiado alta. No había almohada, de modo que se fabricó un remedo de cabezal con su jersey.
Tenía que idear una estrategia. Le harían preguntas y cabía la posibilidad de que le sometieran a torturas. ¿Podría soportarlas? En su vida y a lo largo de la guerra que su país sostuvo con Marruecos fue apresado por el enemigo. No supieron sus captores entonces que él ya era un alto cargo del Frente Polisario, así que le atizaron dos o tres veces y ya estaba. Le dejaron en libertad. A veces pensaba Bachat que sólo pretendieron darle un escarmiento. Ahora sería distinto. No podía negar su condición de alto cargo de la administración en su distrito. Y aunque nada sabía acerca de la estrategia que en ese momento se estuviera desarrollando por parte de Cristino Romerales, sí que disponía de información valiosa sobre la disponibilidad de armamento con que contaba la policía de la que él mismo se encontraba al frente.
¿Negar, ofrecer datos falsos, qué haría? Lo cierto era que su condición de saharaui ponía en evidencia la realidad de que en su vida apenas nada había resultado fácil. Hombre del desierto, hombre que corre en pos de las nubes por si acaso cayeran unas gotas de lluvia con las que ahogar una sed presente en su organismo desde el principio y durante generaciones atrás de los suyos.
Callaría. Era la única solución. Diría lo que resulta preceptivo en la Convención de Ginebra: nombre, graduación y número de control –o al menos eso creía Bachat que decía el acuerdo internacional ese-. Y esperaría a que la gente de Chamberí acudiera a su rescate. Si lo hacía.

No hay comentarios: