miércoles, 13 de julio de 2011

Intercambio de solsticios (212)

Y así, sin mediar palabra alguna, el hombre grueso que le detuvo propinó al saharaui un puñetazo en el estómago que hizo a Bachat encogerse de dolor.
Quizás Sidi Ben Bachat no conocía la obra de Jean Amery, pero compartió en ese mismo momento su reflexión: “con el primer golpe que te dan, pierdes la confianza en el mundo”.
Pero Bachat no confiaba demasiado en ese mundo que ya había condenado a su pueblo a la vergüenza de la conculcación de sus derechos. La invasión por Marruecos y el abandono de su colonizador. Por eso, ese puñetazo que le había nublado la visión y le había hecho encogerse sobre su elevada altura, lo sintió como uno más de los tortazos que recibía su pueblo a lo largo de su triste historia.
Daba comienzo así una paliza en toda regla. Y Bachat, en medio de esa tunda de patadas y puñetazos, de empujones y expresiones soeces, procuraba aislarse de ese mundo inmediato, como si la vejación que venía detrás no fuese inesperada, como si esa fuera la vida que le correspondía durante esos instantes, hasta que sus captores decidieran descansar más que dejarle en paz. Y, en esa capacidad que tuvo en aquellos instantes por establecer un paréntesis entre su propia mente y la espantosa situación que atravesaba, colegía vagamente que el tratamiento degradante no implica necesariamente la pérdida de la dignidad humana, sólo quien no puede sentirla en sí ha perdido la dignidad. Era en su propia alma, por lo tanto, donde se dirimía si podía preservar su libertad interna.
- ¿Quién eres? –le preguntaría finalmente un agente de tamaño menudo, pelo negro y ya entrado en años. El carcelero grueso que había detenido a Bachat le observó agradecido: la paliza, por lo visto, también cansaba a quien la propinaba.
- Sidi Ben Bachat –respondió el saharaui.
- ¿Y cuál es tu ocupación?
- Soy jefe de la policía del Distrito de Chamberí.
- ¿Y qué más?
- ¿Cómo que qué más?
- ¿Qué más? ¿Qué hacías en la casa de Jorge Brassens?
- Cumplía una misión.
El sujeto qe dirigía el interrogatorio sonrió de modo artero.
- ¿En qué consiste esa misión?
- No tengo que contestar a esa pregunta. Ya he dicho todo lo que debo decir.
El preguntante movió la cabeza en señal de negación. No, no era eso lo que esperaba.
- Se cree que estamos en los tiempos en que se aplicaba la Convención de Ginebra –dijo dirigiéndose al hombre grueso-. Está loco.
Bachat tenía la boca muy abierta, como si el breve aire que podía respirar en aquel local escasamente ventilado podía restablecer sus ya menguadas fuerzas.
- Está bien. Tendremos que pasar al segundo nivel de la reflexión. El primero no ha sido suficiente –dijo el jefe de interrogatorios de Chamartín.
- ¿Lo preparamos, entonces?
- Sí. Y mientras tanto dejadlo en la celda.

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