viernes, 26 de agosto de 2011

Intercambio de solsticios (226)

- Los dos hermanos Jiménez, Raúl y Leonardo, aprovecharon un puente del 12 de octubre para acercarse a su ciudad natal, donde tendría la reunión entre ambos y su hermana Carmen –dijo equis, modificando el tono de su voz: iba a dar comienzo otro capítulo de la historia de la Alpujarra-. Quedarían en la cafetería de un hotel cercano al lugar en que ella trabajaba.
Raúl introduciría el asunto. Carmen enseguida vio que la cuestión tenía una importancia mayor que las cosas por las que se le perturbaba en aquella larga familia de la que ella pensaba que había llegado constituir el principal nexo de unión. En realidad –agregaría equis- no lo era en absoluto: se trataba de una familia, la de los Jiménez, que se encontraba ya en una abierta descomposición. Pero no anticipemos acontecimientos –se pedía equis a sí mismo.
Luego, a indicación de Raúl, fue Leonardo quien intervenía a continuación. La historia era corta aún, pero la contó con todo detalle.
La cara de Carmen era todo un homenaje a los más acabados poemas. Sus ojos trataban de captar los acabados de la pintura en el techo, el deambular de los camareros sirviendo los cafés, las mesas vecinas donde unas señoras charloteaban frente a los aperitivos de la mañana… Carmen Jiménez estaba intentando vanamente escapar de aquel reducto, de esa especie de prisión en que se había transformado la cafetería del hotel.
Concluida la historia, Raúl Jiménez pedía su opinión a Carmen.
Esta volvía a pasear su mirada por el techo de la estancia. Buscaba las palabras que pronunciaría después:
“Me habéis dejado acongojada”, dijo. En realidad podía haber dicho “acojonada” –explicó equis-, pero se trataba de una chica educada y que formaba parte de una familia educada.
Carmen explicó a sus hermanos que ella no había oído nada, que ella iba a la casa de su tío todos los meses, que lo encontraba despistado, como siempre, y que la familia de Santos de Vicente –el hermano menor de los tres, añadió equis- era la que llevaba la voz cantante en aquella casa. La historia que le contaban Raúl y Leonardo podía resultar creíble, por lo tanto.
Pero eso no fue todo. No sé muy bien cómo, no recuerdo los detalles –continuaría equis-. Pero Carmen les dijo algo en relación con el testamento.
- ¿Con el testamento? –preguntó ahora Brassens, interrumpiendo la conversación.
- Con el testamento, sí –confirmó equis-. Dijo que una tarde que ella había acudido a visitar a su tío Juan Carlos, se encontraría con Santos y con un papel oficial, de esos de los notarios, una carpeta. Y que cuando llegó ella lo ocultó debajo de unos periódicos. Pero no lo hizo con la suficiente rapidez como para que ella no se diera cuenta.
Los dos hermanos se quedaron muy preocupados. Sacaron de esa reunión una impresión muy clara: que la familia de Santos de Vicente podía perfectamente haber captado la voluntad de su tío y le había podido hacer cambiar el testamento. A favor de ellos desde luego, aprovechando la debilidad mental de Juan Carlos de Vicente.
Carmen les facilitó el teléfono móvil de la secretaria de su tío y allí acabo la reunión. Los dos hermanos volvían juntos a Madrid.

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