martes, 20 de septiembre de 2011

Intercambio de solsticios (239)

Sidi Ben Bachat era más que consciente de lo que iba a ocurrir con su ya golpeado y aturdido organismo.
Entre las risotadas del conjunto el saharaui oía la voz de uno de sus carceleros:
- ¡Ya me lo decían en la “mili”: chavales, antes que saber beber hay que saber mear!
Todo ocurrió muy rápidamente después. Dos de sus torturadores se acercaron a él, le desprendieron del palo al que aún se encontraba sujeto y lo arrastraron hacia donde se encontraba la bañera.
Dirigieron su mirada hacia la izquierda, como pidiendo en su expresión la autoridad del jefe. Bachat les imitó. El jefe dio una seña inequívoca de conformidad, asintiendo con la cabeza antes de poner la mirada en el techo: estaba claro, un trabajo tan vulgar no era cosa suya.
Lo pusieron de rodillas, la cara sobre el lago infecto, que la furiosa luz del recinto pareció al saharauii aún más amarillenta de lo que era en realidad. En todo caso, de no haber sido consciente de la acción repugnante que habían practicado sus guardianes, Bachat habría pensado seguramente que sólo era agua lo que la bañera contenía.
Pero estaba claro, sabía muy bien lo que le esperaba, así que aspiró todo el aire que pudo antes de que uno de los carceleros agarrara su fuerte y corta pelambrera con la mano y la introdujera totalmente en el líquido.
Era asqueroso. El maloliente líquido se diría que no sólo se le colaba entre las narices, sino que invadía todo su cuerpo.
Pensó en otra cosa. En su madre, por ejemplo. Había muerto ya. La veía sin embargo vestida de su “dera’a” (vestimenta típica saharaui) decorada con colores vivos. Les llevaba a él y a sus hermanos a una tienda donde había una gran mesa cubierta de carne de camello, de dátiles y de agua fresca. Y donde estaba su padre. Era una imagen de la vida en un campamento, cuando el desierto era todo su horizonte, cuando un camello era el pasaporte para la vida, cuando aún ni siquiera soñaba con una formación medianamente regular en una ciudad controlada por la administración española. La nostalgia de la felicidad de los que piensan que un día serán libres, de forma sencilla, casi sin tener que luchar por llegar a ser ellos mismos. Quizás se había forjado de esos recuerdos una buena relación con la potencia que, al cabo, les había colonizado.
Pero no pudo soportarlo más. Su organismo reclamaba oxígeno y su boca, como si tuviera vida propia y fuera ordenada por su propia inteligencia, se abrió dispuesta a dar una bocanada. Pero sólo recibiría una buena porción de ese líquido asqueroso.
Su organismo se puso a temblar.
La misma mano que le retenía en el fondo de la bañera lo sacó de ella.
Bachat vomitó de nuevo. Tosió. Volvió a vomitar. Su cuerpo temblaba.
Apenas pudo oír la voz que le llegaba desde su izquierda.
- Ya has visto lo que podemos hacer contigo, sucio moro. Supongo que ahora tendrás algo que contarme…
Era el jefe de sus torturadores. Bachat pudo tomar algo de aire antes de contestar:
- No soy un moro. Soy un ciudadano saharaui y soy el jefe de la policía de Chamberí.
- Vale. Eso ya lo sabemos. ¿Y qué hacías en la casa de ese gilipollas de Brassens?
Bachat no contestó.
- Te vamos a aflojar la lengua de toda la mierda que vas a beber –declaró el jefe.

1 comentario:

Antonio Valcárcel dijo...

Estimado Fernando:

En primer lugar un saludo muy afectuoso, en segundo que pinches en mi blog, espero la solidaridad de UPyD en la próxima huelga de hambre que emprendo mañana.

Un saludo.

Antonio Valcárcel
Sierra 175 (escoltado vasco)