miércoles, 26 de octubre de 2011

Inercambio de solsticios (258)

Bilbao, 18 de noviembre de 2003.

Querida Lorsen:

Te escribo a la una y media de la madrugada. Sabes que en invierno me acuesto a las once y así lo he hecho también esta noche, pero no me podía dormir. He terminado de preparar las enmiendas a los presupuestos del Gobierno Vasco –lo mismo que hacía, el año pasado, cuando te marchaste la mañana del 28-. El caso es que estoy triste, pero mi pena de hoy está fabricada de un material distinto a las otras: no destila lágrimas, sólo es una preocupación ante algo que puede venir antes de lo que pensaba últimamente.
Te lo explico a continuación.
El domingo pasado –hoy navego insomne entre el lunes y el martes- fui a comer con el tíoJuan Carlos de Vicente. Nos había convidado a los comensales habituales en Ercilla los fines de semana -mamá, Teresa y yo-. Pero mamá estaba acatarrada y... perezosa, como le ocurre últimamente.
En la sobremesa, no sé muy bien cómo fue, a Teresa se le ocurrió decir que había tenido una conversación con una de las jefas del hospital de Cruces, y que le había dicho que le podrían enviar a Pilar al hospital de San Juan de Dios, en Santurce, que era más alegre que el de Górliz.
- Es una posibilidad –parece que contestó la doctora.
Te puedes imaginar cómo salté.
- Estamos en familia –contesté sin disimular mi enfado-. De modo que te hago la observación de que eso no lo debes decidir tú, sino su padre...
- Hay que dar la cara –replicó Teresa-. Es inútil esconder la cabeza. Este asunto se planteará algún día y hay que estar preparados para eso.
Cuando estábamos en el portal la volví a afear su actitud.
- Yo soy su padre. Y soy yo quien debe decir o no esas cosas. Además que no estoy de acuerdo. El asunto no se ha planteado todavía y que lo hagamos nosotros es un error.
- Cuando vayan a tomar la decisión hablarán contigo –fue lo único que se le ocurrió decir a mi hermana.
- Está bien. Como vuelvas a hacer alguna cosa de estas estoy dispuesto a romper mis relaciones contigo –fueron mis últimas palabras antes de escaparme de ahí, sin siquiera advertir si habían o no llegado los escoltas.
Creo, mi sol, que esta vez Teresa ha llegado demasiado lejos. Ya no se trata de comprar unos preservativos para evitar embarazos indeseados a sus sobrinas. Se parece más bien a ese reo de asesinato a quien un jurado de cualquier Estado norteamericano que tiene aprobada la pena de muerte, a quien le pregunta el juez, antes de que se retire el jurado a deliberar, si quiere decir alguna cosa. Y este se levanta de su asiento y dice muy serio:
- Miren ustedes, señores del jurado. En el fondo yo prefiero que me metan en la cámara de gas antes que en la silla eléctrica...
Siempre hemos pensado -tú y yo, algún otro no parece que demasiado- que un cambio de hospital podría matar a nuestra hija. Y bien sabes que no se trata sólo del viaje, con ser este bastante peligroso. Porque Pilar vive por el cariño que recibe –y también por el que da-. Y ese cariño no sólo se lo proporcionamos su familia y sus amigos, es el afecto permanente de sus “tías”, las enfermeras que la cuidan y a quienes ella conoce de sobra; de los médicos que la atienden; de los celadores; las mujeres de la limpieza... de todo ese mundo que es su mundo, al que ella está atada como una lapa.
Y Teresa les entrega la niña –mi hija- sin encomendarse a nadie, sin preguntarme a mí si estaba de acuerdo con eso. Cualquier día me llamarán a un frío despacho para decirme que ya ha llegado el momento y que hasta la familia ha sugerido que se lleven a Pilar a Santurce.
Y Teresa se iba hacia su coche moviendo la cabeza, como afirmando que a pesar de todo ella era la que tenía razón.
Estoy muy dolido, Lorsen. Después de que te fueras este es seguramente el mayor disgusto que he tenido en todo este año.
Yo, que no he podido tener una mujer con la que hacerme viejo, también me están arrebatando a mi hija. Y debo, por lo visto, contemplar la escena del viaje de mi hija a ese nuevo hospital, cruzado de brazos.
¿Es que le parece que Pilar es tal estorbo que es mejor que se muera? Sé que no es así, pero a veces parece que lo fuera.
Lorsen. Cuando pasen todas estas fechas, con el lío que significan las Navidades, los presupuestos, un debate monográfico que tengo que llevar... creo que te voy a hacer caso una vez más: Hablaré con I. O. y le propondré que acepte el nombramiento de tutora de nuestra hija, y si así ocurriera, modificaré mi testamento.
Es posible que, ni aún así, pueda Pilar sobrevivirme. Pero estoy convencido de que aprobarías esta decisión. Sé que es grave, sé que significa una ruptura familiar, pero hay cosas que no se pueden hacer de ninguna de las ;maneras, existen fronteras que el sentido común no permite franquear y Teresa las ha pasado olímpicamente.
Creo que al menos esa decisión la va a entender perfectamente.
Por otro lado voy a hablar con mis hermanos para explicarles lo ocurrido. También con mi madre, desde luego. Hay asuntos que deben decirse con claridad. No voy a actuar de una manera atropellada. Espero conservar la serenidad y que al menos tu recuerdo me ayude a hacerlo.
Me despido, todavía sin sueño, pensando ahora que a lo mejor muy pronto me corresponderá enterrar a la segunda chica de mi vida. Nada me gustaría más que ya que no ha podido correr en su vida, ni siquiera andar, pudiera Pilar volar hacia tus brazos, ya que los míos cuentan tan poco; ya que hay gente que se entromete hasta tal punto en mi vida, en mis responsabilidades, que una vez que ya no servía como marido –al fin y al cabo eso mismo me viniste a decir con tu partida-, tampoco como padre, por lo visto.. ¿Y qué coño me queda, entonces? ¿Para qué estoy en este puto mundo?
Hoy comía con Juan Antonio Gangoiti. Le confesaba que no me importaba demasiado “entregar la cuchara” –es lo que se dice ahora para referirse al momento final de la vida, o para hablar de la muerte sin nombrarla, que es costumbre muy española.
A veces mi nostalgia de ti llega a convertirse en envidia por tu situación actual.

Si estás en algún sitio, guapa, ayúdame a llevar esto de la mejor manera posible. Tú siempre nos has querido a Pilar y a mí.

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