martes, 11 de octubre de 2011

Intercambio de solsticios (251)

Con el aturdimiento consiguiente causado por los dos o tres gin tonics que se había administrado, al que se unía la contrariedad producto de ese verdadero “coitus interruptus”, apenas iniciado en el garito de la estación de Chamartín, Leoncio Cardidal se dirigía a su despacho acompañado de su número dos, Juan Carlos Sotomenor, que no paraba de sermonearle:
- Está claro. La culpa de todo esto la tiene Jorge Brassens…
- ¿Tú crees? –preguntaba un Consejero de Interior casi borrado de aquel mapa.
- ¡Vamos! ¡Ese tío me tiene una manía que no puede con ella desde que lo echamos del PP!
- ¿Lo echamos? –vacilaba Cardidal.
- Tú no, desde luego. Tú estabas a lo de la energía y a tus juergas. Eso lo hicimos desde el partido de Vizcaya…
- Bueno… pero ahora la cosa se había recentrado algo…
- En absoluto se había recentrado. Ha tenido que venir ese gilipollas de Jacobo Martos a jugar con la idea esa de la democracia cristiana, que todos somos buenos y que ese tío fue útil en sus buenos tiempos…
- ¿Brassens?
- ¿Quién si no? Todos unos inútiles. Empezando por Martos y acabando por la puta esa de la gabonesa.
- ¿Es puta?
- ¿Te vas a caer ahora del guindo? ¡Si trabajaba a dos pasos de la calle Montera!
- Sí. Lo recuerdo vagamente, lo que pasa es que ahora estoy un poco espeso…
Juan Carlos Sotomenor contempló largamente a su amigo y nominal jefe.
- ¿Y qué vamos a hacer? ¿Le detenemos? –inquirió Cardidal.
- ¿A Brassens? ¿Quieres que nos demos de bruces con toda la policía de Chamberí?
- ¿De Chamberí?
- Son íntimos amigos, Romerales y Brassens, de cuando este era el responsable de internacional del Partido del Progreso y de Chamberí era el que llevaba las cosas del Sahara…
- Entonces no hay nada que hacer –dijo dubitativo Cardidal.
- Sí. Hay que saber que puede cantar el Bachat ese…
- ¿Ha dicho algo?
- De momento nada. Es un tipo duro. Le hemos dado una paliza, le hemos hecho lo de la bañera y luego una descarga de electro-shock… como si no fuera con él.
- ¿Se te ocurre alguna idea?
- De momento hay que ganar tiempo. A lo mejor canta… o se nos queda en la sala de interrogatorios. A mí tanto me da.
- ¿Y si no canta? ¿Y si se nos muere?
- Déjame un momento, que me lo estoy pensando.
Llegaron al despacho del Consejero de Interior. Una mujer rubia, ya entrada en años, que a la sazón estaba casada con un primo de Cardidal, les recibía despachada.
- ¡Oye! ¡Que ha llamado varias veces ese fulano, Romerales. Dice que quiere hablar contigo –espetó a Cardidal.

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