lunes, 24 de octubre de 2011

Intercambio de solsticios (256)

- La cita la habían montado para el siguiente viernes por la tarde –explicaría equis-. En la oficina de Raúl Jiménez. Generalmente los trabajadores abandonaban el local hacia las seis o las siete, de modo que convocaban a Salvador y a Francisco de Vicente a las siete y media.
- Se retrasaban. Y los viernes, quien más quien menos, tiene algún compromiso para cenar o tomar una copa –continuaría equis ante el silencio de su interlocutor-. De modo que Leonardo llamaría a su primo. No contestaba. Molesto, Leonardo ya pensaba en establecer un límite a la espera.
- Yo no tengo prisa. No he quedado con nadie –dijo Raúl.
- Ya. Pero son más de las ocho y hemos quedado a las siete y media –repuso Leonardo, a quien le sacaba de quicio que la gente fuera impuntual.
El soniquete del teléfono móvil de Leonardo le volvía a la realidad –continuaba equis-. ¡Por fin! Era su primo.
- ¿Me puedes recordar la dirección de la oficina de tu hermano? –preguntaría este.
- Se había retrasado –comentó Brassens.
- Lo hacía casi siempre –explicó equis-. No es que fuera impuntual por - determinación; es que era bastante lento, aunque él nunca lo reconocería. Leonardo se la dio y esperaron a que llegara.
- Se sentaron en la mesa de la sala de reuniones. Junto a una copia del informe del detective que ya hemos comentado –explicó equis-. Debo decirte que Raúl estaba un tanto disipado, él lo atribuía a una dura semana de trabajo. ¿Quién lo sabría? –se preguntó a sí mismo como si ocultara alguna información de interés colateral.
Brassens no hizo el menor comentario, así que equis prosiguió:
- Leonardo preguntó a su primo por si estaban o no esperando a Francisco, el hermano de aquel. Pero Salvador de Vicente le contestó que no vendría.
- ¿Le representas tú, entonces? –preguntaría Leonardo.
- De alguna manera –contestó de forma algo evasiva Salvador.
- Está bien –repuso Leonardo-. ¿Quieres introducir el asunto? –pidió a su hermano.
- Bien. Te supongo al corriente del asunto –empezó Raúl, de forma lenta.
Salvador de Vicente asintió.
- Como sabes, hemos contratado a un detective para que analice los pasos de María, la secretaria del tío Juan Carlos…
- ¿Habéis hecho eso?
- Con tu autorización –intervino con firmeza Leonardo.
Salvador le observó de manera extraña. Como si estuviera rescatando de su memoria algún dato que le permitiera recordar la veracidad que había en la afirmación de su primo.
- Me dijiste: “lo que hagáis, bien hecho está” –aseveró igual de rotundo Leonardo.
- Supongo que eso nada tenía que ver con lo del detective –se defendió Salvador.
- Sí. Porque te lo comenté. En tu casa.
Salvador era buen chico. No iba a quitar la razón a Leonardo, aunque parecía estar claro que no le convenía demasiado la situación –explicaría equis.

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