jueves, 27 de octubre de 2011

Intercambio de solsticios (259)

- Leonardo Jiménez observaría a su hermano Raúl fijamente. Le venía a preguntar si este quería completar la información que su común primo tenía ante sus ojos, aunque no la estuviera precisamente examinando –explicó equis-. Pero Raúl estaba demasiado cansado después de una semana de intenso trabajo como para poder dedicar al asunto un comentario más. Vio esa actitud en sus ojos y continuó con la explicación.
- Bien, ¿qué le dijo?
- Para Leonardo, estaba claro que la tal María, la secretaria de Juan Carlos de Vicente, no era una mosquita muerta, en realidad. Los bienes que habían sido descubiertos por el detective a través de la oportuna consulta del Registro Mercantil así lo demostraban: el matrimonio, y la madre de María, habían hecho una fortuna relativa a la protectora sombra del millonario.
- ¿Y qué dijo de su hermano Santos?
- Poca cosa: que la relación entre ambos era de una confianza perfecta, confianza que venía acreditada por la sociedad de la que Santos era Administrador Único y que administraba una parte de alguna importancia del patrimonio de Juan Carlos…
- Lo cual, unido a las circunstancias personales de Juan Carlos, producía una sensación más que extraña… -observaría Brassens.
- Más que extraña, bastante normal: había bases más que suficientes para pensar que se estaban aprovechando de él.
- Y por lo tanto… ¿explicó Leonardo a su primo Salvador cuál era el siguiente paso que estaban pensando dar? –preguntaría Brassens.
- Sí –contestó resuelto equis-. El detective pensaba por experiencia que el asunto tenía una cola más larga, y que se debería extender la investigación al patrimonio de Santos de Vicente.
- ¿Y qué dijo su primo?
- Salvador se explicaría muy lenta y parsimoniosamente. Primero dijo que quería leer el documento. A lo que sus primos, los Jiménez, dijeron que lo entendían perfectamente.
- Estaba dando largas –opinó Brassens.
- Las estaba dando, obviamente. Pero no había más remedio que aceptar esa posibilidad –dijo equis-. Luego se extendió en la duda de saber cómo se testaba en el territorio en el que vivía su tío…
- ¡Está claro! ¡Eso era lo único que le interesaba!
- Más o menos –repuso equis-. Y a eso sí que contestó Raúl, que salía por un momento de su mutismo casi absoluto. Les explicó que existía una cierta libertad de testar en ese lugar, amparándose en leyes vigentes muy antiguas.
- Con lo que si Salvador tenía poco interés en el asunto, a partir de ese dato lo tendría menor.
- Ciertamente. Luego se extendió en las consideraciones que le había hecho su hermano Francisco para que las transmitiera a los dos primos.
- ¿Y cuáles eran? –preguntó Brassens.

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