martes, 8 de noviembre de 2011

Intercambio de solsticios (265)

- La filípica –respondía equis con no disimulada afectación-; el discurso; la homilía, si quieres que te lo diga en términos de la iglesia católica.
- Dímelo como quieras, pero haz el favor de decírmelo –respondió Brassens, ya un tanto aburrido de tanto preparativo.
- Creía que te gustaban las historias largas… -reflexionaba en voz alta equis, en un claro ademán de reproche.
- Y me gustan las historias largas, en efecto. Lo que no me gustan son los vericuetos, cuando resultan innecesarios –repuso Brassens, claramente amoscado.
- Está bien –concedió equis, que era consciente de la conveniencia de tener un buen oyente de interlocutor-. Estábamos con lo de la filípica. Había llegado el turno de que Leonardo Jiménez aprovechara el egoísta comentario de su primo Francisco para descalificar ese tipo de actitudes y, de paso, poner a Salvador en su sitio, en el más que probable supuesto de que este quisiera seguir el mismo camino que su hermano.
- ¿Qué tal lo hizo? –preguntó Brassens, a quien volvía a interesar el curso de la historia.
- Fue un buen discurso. Tanto que su primo se quedaría sin palabras –explicó equis, quien se concedía unos segundos antes de proseguir-: Aunque, todo hay que decirlo, Salvador era, ya lo hemos dicho en alguna otra ocasión, un chico un tanto lento de reflejos.
- Bueno. ¿Y qué saldría de todo eso? –preguntó Brassens.
- Poca cosa. Salvador se quedó pensativo. Dijo que él aún no había tomado una decisión al respecto, que lo tendría que pensar y que les pedía un tiempo para meditarla –contestó equis.
- ¿Y?
- Pues que se verían el siguiente domingo. O sea, dos días después –explicó equis-. En realidad, Leonardo Jiménez estaba bastante disgustado ante la reacción de su primo Salvador. De hecho ya daba por segura la desvinculación de esa rama de la familia de la estrategia que su hermano Raúl y él mismo habían emprendido.
- Y le parecía mal. Era como ver la injusticia ante tus propias narices y, como toda respuesta, mirar hacia otro lado –comentó Brassens.
- Eso mismo –concedió equis-. Y lo cierto es que Leonardo Jiménez no era de esos a quienes les gusta perder el tiempo…
- A nadie, supongo.
- Bien, lo admito. Pero Leonardo Jiménez era de esos tipos a quienes se les da relativamente bien eso de pasar página. Con todas las consecuencias, además. De esos que exigen una respuesta clara y, cuando no la tienen, usan eso que los juristas llaman el “silencio negativo”.
- O sea que quedarían dos días después –observó Brassens pensativamente.
- Dos días nada más. Y entre tanto, Leonardo ya había descontado una solución negativa al asunto de la implicación de esa rama de los de Vicente –dijo equis.

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