viernes, 18 de noviembre de 2011

Intercambio de solsticios (271)

- Pues bien –continuaría equis-. Raúl Jiménez quería deir algo antes de que su primo diera cuenta a los hermanos de su decisión. Empezaría manifestando su desconcierto y preocupación ante lo que estaba ocurriendo. “Me he levantado esta noche varias veces para beber agua”, decía. “He dormido muy mal”. Y es que, para Raúl Jiménez, con sólo los datos que se deducían claramente del informe, había bases para presumir un comportamiento delictivo de la secretaria de Juan Carlos de Vicente. “Yo he recibido una educación que no me permite pasar por alto este comportamiento”, dijo Raúl. “De modo que, sea cual sea la decisión que quiera adoptar vuestra rama de los de Vicente –dijo- yo creo que nosotros debemos continuar”. A todo esto, Leonardo, su hermano, cabeceaba de forma afirmativa.
- Está claro –observó Brassens-. Raúl quería justificar su silencio del viernes anterior y ofrecer un punto de vista claro respecto del asunto.
- Así era, por lo que yo también pienso –aceptó equis.
- Luego le correspondería hablar a Salvador, ¿no? –preguntó Brassens.
- Sí –dijo equis-. Te recuerdo que Salvador de Vicente se tomaba siempre su tiempo para expresarse: pretendía seguía sus propias ideas como quien quiere seguir a una lagartija. O sea, se le escapaban y las volvía a encontrar en un hilo discontinuo, del que en ocasiones tiraban sus interlocutores, en este caso su primo Leonardo.
- Ya. Pero bastaría con saber qué dijo –observó Brassens-. O en realidad, cómo lo dijo, porque el resultado de la gestión estaba bastante claro desde la tarde del viernes.
- Así lo veían los dos hermanos Jiménez, en efecto –aseveró equis-. Salvador dijo básicamente dos cosas: la primera, que estaba de acuerdo con su hermano Francisco y que consideraba que su tío Juan Carlos había tomado la decisión que había querido, y que él no iba a llegar más allá; la segunda, que pagaría la parte que le correspondía de la factura del detective. Lo cual satisfizo enormemente a Raúl Jiménez –observó equis con una sonrisa-, que ya veía que le iba a tocar pagar esa parte del recibo, salvo que consiguiera endosársela a sus otros dos hermanos…
- Carmen y Leonardo.
- Eso mismo.
- De modo que se fueron de la cafetería –dijo Brassens.
- No. Todavía no –atajó equis-. Salvador quería explicarles algo.
- ¿Y qué era ello?
- Pues que, aprovechando un viaje a la ciudad natal de los de Vicente había visitado a su tío. Vino a explicar que lo encontró bien, quizás un poco parado. Eso sí, siempre atendido por su hermano Santos y alguno de sus hijos, que llevaban muchas veces la voz cantante –explicó equis.
- Bueno. Algo así había explicado Carmen Jiménez en su día a los dos hermanos… -observó Brassens.
- Sí. En realidad la percepción era la misma –concedió equis.

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