lunes, 21 de noviembre de 2011

Intercambio de solsticios (272)

Daba igual. Cardidal no diría una sola palabra en relación con Bachat y lo que le estuvieran haciendo. En todo caso, la de Romerales, era una gestión necesaria de acuerdo con el procedimiento: nadie podía iniciar una acción de represalia antes de ofrecer una oportunidad de explicación al adversario. Al menos eso es lo que creían en Chamberí, en medio de un mundo que se hacía añicos y donde los principios habían dejado de existir en apenas unos meses, aunque se diría que habían transcurrido años.
De modo que lo que correspondía ahora era organizar la parte que él mismo había asumido. Y en esa parte le quedaba la preparación de los vehículos que se debían emplear en la acción.
Encontrar tres 4x4 a las dos y cuarto de la madrugada no era tarea fácil. Pero Romerales empezó sus llamadas: primero al “walkie” del parque móvil, sin éxito. Y eso que teóricamente se había establecido un servicio de guardia. Seguramente que el agente se había dormido.
No tenía tiempo que perder, de modo que Romerales tomó las llaves de su coche y su Smith&Wesson y salió de su despacho. No quedaba ni un alma en el edificio que un día fuera la sede del Partido Popular.
Tomó el ascensor y pulsó la tecla que le conduciría hasta el garaje. Los ascensores de la ahora sede de la Junta de Chamberí no se habían modificado con respecto a los antiguos que tenía el partido de la derecha española; eran estrechos y avanzaban a trompicones, en una metáfora bastante certera de lo que significaba la estrategia de ese partido.
Llegado a la planta que albergaba los automóviles, Romerales pulsaba la tecla que conectaba la luz. De modo vacilante los tubos de neón alumbrarían el conjunto de su superficie. Tampoco en esa planta estaba el vigilante de seguridad, de modo que el responsable de interior de la Junta debió pensar en eso de que “el papel lo aguanta todo”, pero que muchas veces la realidad es muy diferente.
Se llegó a su coche, un Citröen. Abrió la puerta, introdujo el llavín en la cerradura y esperó a que la suspensión de su coche se elevara para emprender la marcha. Fueron sólo unos segundos. Cuando colocó la palanca de cambios en la posición requerida miró hacia atrás en lo que pensaba Romerales que era una simple precaución rutinaria: no había nadie en el garaje. Sin embargo, Cristino crfeyó advertir unas sombras en su espacio visual. No les hizo caso y apretó levemente el pedal del acelerador.
Ocurrió todo muy rápidamente. Las sombras humanas se habían convertido en unos tipos fornidos. Uno de ellos abría la puerta del coche contigua a la suya y el otro intentaba hacer lo mismo con la suya.
Romerales sacó con su mano derecha del bolsillo de su chaqueta el revólver y con la izquierda sujetó con fuerza la puerta que el otro individuo intentaba abrir. Echó una rápida ojeada hacia esa puerta y observó que ese tipo continuaba con su esfuerzo, de modo que hizo fuego sobre su otro agresor.
El impacto de la bala sobre el tipo que ya había casi entrado en el habitáculo de su vehículo hizo que su organismo se desplazara hacia el exterior: un rugido de dolor pudo escucharse antes de que cayera al suelo del garaje.

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