jueves, 24 de noviembre de 2011

Intercambio de solsticios (275)

- Cariño, levántate! ¡Haz el favor!
La imperativa voz de su mujer hizo que Jorge Brassens emergiera con lentitud de su sueño.
- Tienes que despertar. No tenemos tiempo que perder…
- Pero… ¿Qué es lo que pasa? –preguntó Jorge, con ganas de ahuyentar las palabras de Vic para así retornar a su sueño.
- Lo que pasa es que si seguimos un segundo más aquí, nos van a detener y entonces sí que puede pasar algo…
- ¿Y se te ha ocurrido eso de repente?
- No, de repente no. Lo vengo pensando toda la noche y, aunque me doy cuenta de que estás para el arrastre, creo que no hay otra solución.
- ¿Y cómo vamos a escaparnos? ¡No tenemos coche!
- Haremos lo que podamos –declaró con resolución Vic.
Para cuando Jorge Brassens había abierto definitivamente el ojo, su mujer ya había dispuesto su ropa y se la iba colocando. Ella misma estaba ya vestida.
Se trataba de evitar la salida principal, con seguridad vigilada por los hombres de Cardidal. De modo que Vic abrió la puerta de la cocina por donde accedieron al patio de la casa.
- Lo siento, mi amor, pero no hay más remedio que trepar –afirmó Vic.
¿Trepar? No podía haber pronunciado una palabra más terrible. Un sudor frió se sumó al cansancio de Jorge Brassens y una debil protesta asomó a sus labios.
- No sé si voy a poder…
- Vas a poder. Yo te ayudo.
Había un gran arbusto que servía de límite entre esa finca y la contigua. Pero los ramajes no eran excesivamente gruesos, de modo que Vic Suarez tomó una cizalla, que le servía para cortar alguna mala hierba de su jardín, a la vez que tendía a su marido una linterna que proyectaba un poderoso haz de luz.
- Alumbra aquí.
Jorge Brassens observaba la escena con la impresión de que esos acontecimientos tuvieran lugar en el sueño del que apenas si había conseguido despertar. Dio un paso para acercar más la luz a la acción de su mujer y tropezó con las ramas más salientes del arbusto. El contacto le dijo que estaba despierto y que lo que estaba haciendo su mujer iba en serio, como todo lo que ella hacía.
Vic Suarez se esmeró en reducir la altura de esa zona de arbustos. Lo suficiente para que, de un salto, fuera posible entrar en el otro patio.
Dejó la cizalla en el suelo y se abrochó el walkie-talkie a su cintura.
- Es muy fácil –aseveró-. Lo voy a hacer yo ahora para que veas que es así.
- Tú siempre has sido bastante más ágil que yo –protestó Brassens.
Pero Vic ya le estaba tendiendo la mano desde el patio vecino.
- Ven –ordenó más que sugirió.

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