viernes, 30 de diciembre de 2011

Intercambio de solsticios (295)

- Estábamos, por lo tanto, en que Raúl y Leonardo Jiménez habían pedido una reunión al conjunto de los hermanos para tratar de la situación –continuó equis.
- Bien –concedió Brassens.
- Y también te puedo decir que en la casa de la viuda de Jiménez estaban de acuerdo. Aparentemente…
- ¿Aparentemente? –inquirió Brassens.
- Aparentemente. Y fijaron la reunión para un sábado por la mañana. La idea era celebrarla en el amplio salón de la casa familiar.
- ¿En presencia de su madre? –preguntaría Brassens.
- Bueno. Vamos a no adelantar las cosas –dijo equis-. Ese era el principio de acuerdo. Entonces vino la bomba, algo que casi nadie esperaba…
- ¿La bomba?
- La bomba: Gonzalo Jiménez escribía un correo a sus hermanos contándoles la situación económica de su madre: pagaba no menos de 5.000 euros mensuales por el servicio.
- ¿Por el servicio? –preguntó Brassens asustado- ¿Pero cuántas chicas tenía?
- No te creas que era algo parecido a la legión de que debe disponer la duquesa de Alba –contestó equis-. Tenía dos chicas por la mañana y que se iban a primera hora de la tarde: una un poco para todo, la otra era cocinera…
- ¿Eso era todo? –interrumpió Brassens.
- Casi todo. Habría que incorporar a una tercera señora, que la atendía todas las noches…
- ¿Vivía sola la señora de Jiménez? –preguntó Brassens.
- En un tiempo sí. Ahora, una de sus hijas vive con ella.
- ¿Y no podía reducirse ese gasto?
- Su hija no quería perder independencia. Pero luego volveremos a eso. De momento hay que retener ese dato: 3.500 euros –dijo equis.
- Bien. Prosigue, por favor –dijo Brassens, a quien la historia le parecía poco menos que increíble.
- Pues bien. se iba a celebrar la famosa reunión –continuaba equis-. Gonzalo había propuesto que se hiciera en su despacho, para evitar que su madre se enterara de que la cosa iba con su situación patrimonial…
- ¿Y?
- Pues que Carmen escribió un SMS a sus hermanos en el que les decía dos cosas la primera, que había que felicitar a Gonzalo por la excelente gestión realizada por él durante los últimos años. Vamos, desde el fallecimiento de su padre -explicó equis.
- ¿Y la segunda? –preguntaría Brassens.
- Fue abortar la reunión –dijo de forma sucinta equis.
- La segunda vez –comentó Brassens-. Supongo que a algunos la cosa les sonaría a “repe”.
- Sí especialmente a Leonardo, que ya estaba que fumaba en pipa con lo de su hermana.

jueves, 29 de diciembre de 2011

Intercambio de solsticios (294)

Bilbao, 27 de junio de 2004

Querida Lorsen:

Como ves te escribo a medio camino entre tu cumpleaños –tendrías ahora 46- y un año y siete meses desde que te fuiste. El mismo día 24 he puesto unas flores silvestres junto a tus restos.
Ayer comí en casa de tu padre. Él ya no oye nada en absoluto. Se ha encargado dos “sonotones” que le van a costar un ojo de la cara. Tu hermana está más loca que nunca. Grita por la escalera por cualquier cosa, canta de modo estridente y eructa de la manera más grosera. “Es cosa de familia”, dice como excusa.
Estos días estás más presente que nunca. Tu imagen se apodera de todos mis momentos y nada me gustaría más que volver a empezar hoy, de nuevo, como si todo lo que ha ocurrido no hubiera sido realidad.

Te quiero.

martes, 27 de diciembre de 2011

Intercambio de solsticios (293)

- Quiero saber vuestros nombres y la relación que os une con la gente de Cardidal –ordenaría Romerales al agresor que no había quedado excesivamente maltrecho en el encontronazo con el responsable de interior de Chamberí.
Este observó largamente a su compañero herido que estaba tendido en el suelo y que había dejado ya de gemir.
- Estoy esperando –dijo Romerales.
- Me llamo Román Caldera –explicó el sujeto. Más bien ancho y robusto, moreno y con una voz de tonalidad grave.
- ¿Y este otro? –preguntó Romerales dirigiendo su mirada hacia el tipo que se encontraba en el suelo.
- Fulgencio Mestres García…
- Ese soy yo –dijo una voz que parecía provenir de la ultratumba.
- Eso quiere decir que no te has muerto todavía, cabrón –repuso Romerales.
- Hay mucho cabrón por todas partes –obsrvó Mestres con un leve hilo de voz.
Romerales estuvo a punto de propinarle una patada, pero temiendo que esta fuera la definitiva se contuvo a tiempo.
- ¿Y qué tenéis que ver con Cardidal? –preguntó de nuevo Romerales.
- No contestes –pidió Mestres García.
- No creo que estéis en condiciones de ocultar nada –dijo Romerales-. Y, en cuanto a ti –ahora se dirigía a Mestres-, quiero que sepas que he avisado a nuestro médico, pero no creo que le importe quedarse en la cama mientras que tú te desangras…
Se hizo un largo instante de silencio, que Romerales rompió con una voz que ya dejaba atrás su habitual parsimonia.
- ¡Se me está acabando la paciencia!
El sujeto que aún mantenía todas sus condiciones físicas aparentemente intactas observaba alternativamente a Romerales y a Mestres.
- ¿Decías que te llamabas? –le preguntó Romerales.
- Me llamo Román Caldera –le recordó el tipo.
- Muy pronto creo que tendré razón: “te llamabas” –anunció Romerales apuntando con su pistola hacia el pecho del moreno Caldera.
- Te digo que no cantes –pidió Mestres.
Romerales levantó el seguro de su “Smith&Wesson” que produjo el chasquido característico.
- Tengo que decírselo, Fulgencio. No hay más remedio.
Romerales dirigió el cañón de su pistola hacia el suelo.
- En realidad, somos unos topos de Sotomenor en tu departamento –dijo Caldera.

lunes, 26 de diciembre de 2011

Intercambio de solsticios (292)

Nada más servidas las consumiciones, equis proporcionaba un largo trago a su gran copa de cerveza.
- ¡Qué sed tenía –afirmó, antes de proseguir con su narración-: Bien, me pedías que te contara cómo se había llegado a esa situación.
Jorge Brassens asintió.
- La verdad es que la viuda de Jiménez vivía como una gran señora, sin darse cuenta de lo que era la administración de su propia casa. Tomaba decisiones sin analizar los efectos que sobre su patrimonio tenían estas…
- Bueno –comentó Brassens-. Eso hasta se puede explicar en el caso de ella. Pero… ¿Y sus hijos?
- Lo que pasa es que sus hijos no hacían mucho por hacerle ver lo que estaba pasando –explicó equis.
- ¿Gonzalo? –preguntó Brassens, después de dar un breve sorbo a su gin-tonic.
- Lo cierto es que Gonzalo no era en verdad un administrador –siguió equis-. Se conformaba con hacer anotaciones del estado de gastos y el de ingresos… y en procurar que hubiera dinero suficiente para cubrir los primeros.
- ¿Quieres decir que Gonzalo no era el único responsable? –volvió a inquirir Jorge.
- No. Unos seguramente prefirieron mirar hacia otro lado, otros es seguro que conocían la situación y no hicieron nada –dijo equis.
- Bueno. Tú dirás –pidió Brassens.
- Lo cierto es que ese es el objeto de la historia, no otro –dijo equis-. Lo que pasa es que hay que desarrollarla.
- Te escucho.
- Bien –continuó equis-. Estábamos en el correo de Gonzalo. ¡Zafarrancho de combate, todos a sus puestos! –como decía el bisabuelo… o lo que fuera, del capitán Haddock.
- El Secreto del Unicornio –repuso Brassens, que era un gran tintinista.
- Eso es –asintió equis-. Los hermanos que vivían en su localidad natal se pusieron rápidamente a la venta del otro inmueble que tenía su madre por allí…
- ¿Y los de Madrid? –preguntó Brassens.
- Bien. Leonardo estaba bastante escamado con la reunión que habían abortado sus hermanos, Carmen especialmente, en el caso de su tío Juan Carlos de Vicente. Y le pareció que la única manera racional de abordar el asunto era reunir a los hermanos… -explicó equis.
- ¿Y que hizo?
- Lo que acostumbraba –contestó equis-: hablar con su hermano Raúl.
- Le parecería bien a este… lo de la reunión.
- Le pareció bien, en efecto –concedió equis.

viernes, 23 de diciembre de 2011

Intercambio de solsticios (291)

Florencia, 1.6.04

Querida Lorsen:

Termina hoy mi segunda visita a Florencia desde que te fueras ahora hace apenas año y medio. El motivo de este viaje ha sido una invitación de Alfonso de Virgilis a una cena de gala por la entrega de los premios Galileo 2.000 que su compañía de seguros organiza. Fue en el museo del Barghelo –un poco largo, pero muy bonito y divertido.
Ayer vi a Bona. Ahora está metida en campaña electoral –en Italia se celebran las locales junto con las europeas- y se presenta en Chianti para concejal por un partido comunista. Ha dejado a su novio –“no soporto tener a un solo hombre por mucho tiempo”, me dijo-. Está trabajando en un libro sobre técnicas artísticas en el que defiende una idea y la contraria a la vez. “¿Qué diferencia existe entre el artesano y el artista?”, es su pregunta “¿Por qué Leonardo era un artista?” Quizás porque revolucionó el arte. Porque no copió.
Hablamos durante un buen rato, pero ella se tenía que ir a continuar con su campaña. Su familia está bien por lo que me dijo.
Toda Florencia me recuerda a ti. He pasado por el hotel en el que nos alojamos por primera vez, he visitado el Palazzo Pitti, he visto una exposición muy interesante de Botticelli y Filippino Lippi y he callejeado. Como estoy preparando una novela sobre Roncesvalles y Florencia me he documentado un poco.
Esta ciudad me ha hecho pensar en los felices que hubiéramos podido seguir siendo. Pero ¡ay! una de las cosas horribles que tiene la vida es que no se puede volver a vivir.

Un beso.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Intercambio de solsticios (290)

- No tenemos noticia de ellos…
La mirada de Juan Carlos Sotomenor se clavaba sobre Leoncio Cardidal. Este le observó con expresión anonadada. El segundo responsable del Departamento del Interior de Chamartín supo que, detrás de ese gesto, lo que venía después era un reproche; así que dijo:
- Bueno. En todo caso eso les tendrá ocupados, al menor por un tiempo.
- Por un tiempo… -musitó Cardidal, poco menos qye agotado-. ¿Y cuál será nuestro siguiente paso?
- Hay un plan B –anunció Sotomenor, como si de repente se le hubiera iluminado la imaginación-. Habrá que poner en marcha a nuestra gente.
- ¿En marcha? –preguntó el Consejero.
- Sí –contestó el jefe de la policía mirando despectivamente hacia la nada-. Tienen que ir a la frontera con Chamberí.
- ¿Quiénes? –preguntó Cardidal.
- Los efectivos que tengamos –contestó Sotomenor.
- ¿Y cuántos tenemos? –preguntó el Consejero, que deambulaba entre la vigilia y el sueño.
- No sé –explicó vagamente el jefe de policía-: están los de Bachat y los de Brassens… no creo que nadie más, por el momento.
- ¿Y no se podría movilizar a otros? –preguntó Cardidal.
- No tenemos previsto un plan de emergencia. –dijo Sotomenor mirando directamente a los ojos de su jefe-. Hemos tenido que resolver tantos problemas…
Era un reproche en toda regla, pero el responsable de interior persistió en sus consideraciones.
- Los dos objetivos, Bachat y Brassens, eran prioritarios. Tú mismo lo dijiste –se quejó Cardidal.
- Brassens no es un peligro. Aunque se pase al enemigo –dijo Sotomenor.
- Creo que sí. Es un tío que siempre nos ha dado el coñazo. Y además nos serviría de moneda de canje, llegado el caso –reflexionó el responsable de interior en un curioso rasgo de lucidez.
- Ahora lo que se impone es entrar en Chamberí y darles un buen susto –anunció Sotomenor sin referirse a las palabras de su jefe.
- No sé, no sé.
- Déjame hacer.
El silencio de Cardidal era expresivo de que efectivamente le dejaría hacer.
- Y, en relación con el otro caso, me voy a enterar de lo que está pasando… -dijo Sotomenor poniéndose manos a la obra.

Valiéndose del concurso del otro asaltante, Cristino Romerales había conducido al herido a su despacho y lo tendía sobre la alfombra de esparto que en ese suelo servía de modesta decoración.
Tendría que esperar a que llegara Francisco de Vicente. Pero, entretanto…

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Intercambio de solsticios (289)

Muy cerca de la sede del Partido del Progreso, en la calle Sevilla, se encuentra una cafetería de tránsito heterogéneo: Hontanares. Allí se habían citado Brassens y equis en lo que parecía iba a constituir un nuevo capítulo de las historias que el segundo gustaba referir al primero.
Esa tarde-noche del mes de septiembre, cuando el calor del día se iba agotando con el crepúsculo, asentados en sus sillas, ante una mesa reducida, equis pedía una cerveza y Brassens un gin-tonic, presumiendo uno que el encuentro no sería excesivamente largo y otro que no podía resultar corto.
- Quería contarte el último capítulo de la historia de los Jiménez –dijo equis-. Como sabes, habían fracasado en reunirse para tratar del asunto de su tío Juan Carlos de Vicente…
- Bueno. ¡Es una familia que da bastante juego! –exclamó equis.
- Casi todas lo dan, créeme –observó equis-. Bien. Habían transcurrido unos tres meses poco más o menos desde aquellos acontecimientos, cuando por parte de uno de los hermanos de la familia se plantearía una voz de alarma.
- ¿Y qué era eso? –preguntó Brassens.
- Gonzalo Jiménez se había encargado de administrar el patrimonio de su madre desde el fallecimiento de su padre –explicó equis-. Normalmente no daba cuenta del asunto a sus hermanos, por lo que estos colegían que, sin echar las campanas al vuelo, la situación financiera de su madre era razonable como para que la mujer viviera tranquila los últimos años de su vida.
- Pero no lo era tanto –terció Brassens.
- Te lo voy a contar. La mujer tenía en su día un paquete de acciones que habían sido administrados por un banco –empezó equis-. De eso no quedaba nada ya.
- Bueno, por lo menos no había tenido que pulirlos ahora, que la Bolsa está tan raquítica… -observó Brassens.
- Es una manera de verlo –prosiguió equis de manera un tanto cáustica-. Luego disponía de una casa grande en su localidad natal, donde reside. Y le quedaba un piso de dos que tenía originariamente en un municipio cercano y un apartamento en el barrio de Salamanca en Madrid.
- O sea, que ya iba cepillándose todo su patrimonio –dijo Brassens.
- Se habían pulido ya las acciones, efectivamente. y ahora empezaban con los ladrillos… -aceptó equis.
- Bien… te sigo –indicó Brassens, invitando así a que equis continuara con su narración.
- Gonzalo Jiménez escribió un correo electrónico a todos sus hermanos. Su tenor literal era más que perentorio: sólo había dinero para un mes. Si no se vendía el segundo piso que su madre tenía en la localidad vecina ya no podría atender a los gastos necesarios para su subsistencia –resumió equis.
- ¿Y cómo se había podido llegar a eso? –inquirió Brassens.
- La llegada de la camarera con las bebidas interrumpió la posible explicación de equis.

martes, 20 de diciembre de 2011

Intercambio de solsticios (288)

Bilbao, 10 de Mayo de 2004.

Querida Lorsen:

Por este barrio las cosas van como habitualmente.
Las últimas noticias, que te refiero telegráficamente son:
Que a mi hermano Raúl le han concedido el divorcio. He hablado con él y me ha dicho que Paula y él habían pensado en ti y en mí como tutores de Natalia, para el caso de que les pasara algo. Por lo visto Paula había hablado de eso contigo, pero creo que tú no me lo habías dicho, de lo contrario me hubiera acordado. Por supuesto, le he dicho que era un honor para mí y una demostración de la confianza que me tenían.
Alberto Catalá, con cinco hijos y eventualmente del OPUS, se separa de mi prima Marta Barandiarán. Todavía no he hablado con mi tía María Rosa, aunque me imagino cómo estará la pobre.
Vicky Barrera –la mujer de Carlos Urquiijo- ha dado a luz a Sol. Mi segunda ahijada.
Pilar sigue bien, gracias a Dios. Esta semana iré a Madrid y veré a tu hermano Enrique, a Patricia y a los niños.

Un beso.

lunes, 19 de diciembre de 2011

Intercambio de solsticios (287)

- ¡Rápido! ¡Tenemos que escondernos! –gritó Vic Suarez nada más que se dio cuenta de cómo les barría aquel haz de luz.
Por mucho que Vic analizaba el estado de la situación con un rápido repaso a la calle, sólo existía el seto por el que a duras penas habían pasado.
- ¡Vamos por aquí! –ordenó.
Jorge Brassens no podía más. Los párpados se le cerraban de agotamiento, la respiración se le hacía penosa e imprescidible, las piernas apenas le sostenían.
Y para colmo el haz de luz les envolvía totalmente. Cualquiera que fuera la condición de los ocupantes de ese coche, era más que evidente que les habían visto.
Vic no se rendía ante la realidad. Para ella, la única evidencia era que la palabra “rendirse” no formaba parte de su vocabulario.
Tomó la mano de su marido con su determinación característica y le condujo de nuevo hacia el seto.
Ya estaban prácticamente junto a ellos cuando media parte del molido organismo de Jorge Brassens estaba ya introducido en el ramaje.
- ¡Alto! –bramó una voz-. ¡Policía de Chamartín!
Vic observó el coche a la vez que empujaba a su marido. Brassens sólo notaba cómo unas puntiagudas ramas le raspaban por todas partes, pero sus “ayes” eran apenas perceptibles.
- ¡Alto o disparo! –exclamó la voz de antes-. ¡No podéis ir muy lejos!
- Tiene razón –musitó Brassens apenas para sus adentros.
Pero Vic ya estaba dentro del seto y le decía:
- Tal y como estamos es mejor que nos escapemos. ¿No crees?
No, Jorge Brassens no creía en nada esa noche de espanto. Pero seguía la recomendación de su mujer.
Sonó un disparo y una rama se partió como deshecha por el impacto de un obús.
- ¡Corre!
Habían llegado a un patio trasero. Seguramente el de su casa, aunque nadie podría asegurarlo en ese momento. Buscaron una salida al otro lado donde un murete se interponía entre ellos.
- No podemos salir por Francisco Goya ni por Rodríguez Pinilla –susurró Vic.
- ¿Por dónde entonces? –preguntó Brassens.
La realidad es que no había “dónde”, no se podía huir.
- Sólo nos queda refugiarnos en alguna casa en que nos protejan…
- Ya. Es cuestión de tiempo que nos descubran.
- ¡Dame otro plan mejor! –protestaría Vic.
Pero lo cierto era que tampoco lo tenía Jorge Brassens.
Salvaron el murete y se encontaron a su derecha con otro patio: se trataba de un edificio que daba a Rodríguez Pinilla y que antes habían optado por no utilizar.

viernes, 16 de diciembre de 2011

Intercambio de solsticios (286)

- Sí –concedió equis-. Por consiguiente la reunión entre los hermanos Jiménez no se llevaría a cabo. La vía se había agotado…
- ¿Y no se planteó Leonardo la posibilidad de llegar a un acuerdo con el resto? Todavía eran cinco contra tres… -avanzó Brassens.
- En realidad dos: Carmen y Santiago, se contaba con que Raúl mantuviera una actitud pasiva –matizó equis-. Pero ya no era posible.
- Lo supongo… -dijo Brassens un tanto decepcionado.
- Había un balance muy amargo para Leonardo Jiménez –agregaría filosófico equis-. Una familia en la que al menos dos de sus miembros se niegan, de manera directa o indirecta, a que se produzca una reunión entre hermanos para tratar de un asunto en el que alguno presume la existencia de un desfalco sobre un familiar desprotegido, constituía todo un presagio sobre lo poco de familiar que quedaba en aquella estirpe.
- ¿Y no te preguntas por la causa de la decisión de Carmen y Santiago? Al menos podía caber en ellos un cierto interés por la fortuna de su tío.
- Ciertamente –concedió equis-. Pero resulta que Carmen era ahijada de Juan Carlos de Vicente y Santiago había vivido una temporada en la casa de su tío, en realidad se consideraba algo así como una especie de pro-hijamiento.
- ¿De modo que se creían cercanos a recibir algún pellizco de la herencia?
- Exacto. Preferían compartir con la rama de los Santos de Vicente que además con la suya propia y con la tercera… en fin, menos en el reparto.
- ¿Tenían certeza de recibir algo? –preguntó Brassens.
- Ninguno la tendría en esas circunstancias –contestó equis-. Imagínate, con un testamento por encima de la mesa del salón y un tío que lo tapa…
- Dejaría sus heridas en la familia.
- Por parte de Leonardo desde luego. Él se había entregado con lealtad al asunto y se la habían pegado. Carmen especialmente. No era la primera vez que lo hacía, aunque esa es otra historia.
- Una historia que no sé si quiero oír ya –dijo Brassens.
- Ni yo te la voy a contar ahora –le tranquilizaría equis-. Pero esta aún no ha terminado…
- ¿Y qué le falta?
- Muy poco más: una pequeña conversación entre los hermanos Raúl y Santiago Jiménez. Este dijo a su hermano mayor que, en relación con el asunto, podía hacer lo que quisiera, siempre que no le perjudicara.
- Quería tener todo resuelto por si no le salía bien su estrategia…

jueves, 15 de diciembre de 2011

Intercambio de solsticios (285)

Bilbao, 6 de abril de 2004.

Querida Lorsen:

Te pongo estas líneas para contarte que nuestra hija me ha dado un buen susto. Después de algún tiempo con necesidades un tanto altas de respirador –un catarro- parece que se le pegaba un moco al pulmón. Lo cierto es que me llamaba mi hermana Teresa por el móvil. Tenía una reunión en San Sebastián y salí urgentemente para Cruces. Me entrevisté con la doctora Hermana, quien me transmitió todas sus preocupaciones. “Es un momento crítico –me dijo-. Estamos acongojados”.
Creo que esa tarde empezó a mejorar. Luego tuvo una pequeña recaída. Esta mañana que he estado con ella dándole de comer tenía el respirador a 55% y saturaba bien.
Ahora voy casi todos los días, la inesperada derrota electoral del PP parece que me dará más tiempo para mi hija. Y los fines de semana que paso en Bilbao –casi todos, después de Argentina no he salido de Bilbao en un fin de semana- voy una tarde hasta darle de cenar. Pilar está bastante bien, como te digo, pero cada vez más exigente y mandorrotona aunque con ese encanto que puede con todas las reservas.
Supongo que si Pilar se va de aquí tú serás la primera que se entere, pues ella volaría hacia tus brazos, pero por ahora –cruzo los dedos- no es el caso, afortunadamente.
La semana que viene cumple tu padre 88.

Un beso.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Intercambio de solsticios (284)

- Carmen Jiménez no contestó a su hermano Leonardo –continuaría equis-. Pero eso no preocupó a este. De naturaleza confiada y con un gran sentido de la prevalencia de la justicia, suponía que ella se había puesto en marcha…
- Pero… porque existía un pero, ¿no? –preguntó Brassens.
- Sí. Lo había –contestó equis-. Raúl llamaba de nuevo a su hermano Leonardo. Y se volvieron a ver.
- ¿Y?
- Raúl Jiménez estaba literalmente anonadado –explicó equis-. El caso es que le había enviado por correo electrónico el informe del detective a su hermano menor, que vivía, y hasta donde yo sé vive, fuera de España. Como respuesta este, de nombre Santiago, se mostraría implacable.
- ¿Qué dijo?
- Bueno. Le dijo que no había que investigar nada, que no había que reunirse… le dijo más: que si, a pesar de su opinión, se pretendía organizar la reunión, él la abortaría…
- ¿Utilizó ese término? –preguntó Brassens.
- Ese mismo término, ene efecto.
- ¡Qué barbaridad!
- Bien. Por lo que Santiago dijo, él había hablado con su primo Francisco de Vicente…
- ¿El hermano de Salvador? ¿el que había boicoteado a su vez el concurso de esa rama de la familia? –preguntó Brassens.
- El mismo –contestó equis-. Pues bien, Santiago afirmó en esa conversación que el que tenía criterio verdaderamente era este, que si quería Raúl que hablara con él. En definitiva, no estaba dispuesto a flexibilizar su actitud, no daba ninguna opción.
- Bueno –comentaría Brassens-. En definitiva sólo era un hermano de entre ocho…
- Eso mismo pensaría Leonardo –afirmó equis-. Creía que si su hermano Raúl, como el mayor de la familia, asumía el liderazgo, aunque era una pena que se opusiera uno de ellos, el asunto podía proseguir…
- Pero me vas a decir que no era posible –dijo Brassens confiando vanamente en que equis le dijera lo contrario.
- Pues sí. Vuelves a tener razón –concedía equis-. Se trataba de que el negocio de Raúl Jiménez dependía en buena medida de un cliente en el cual su hermano Santiago era determinante.
- ¿Eso le dijo a Leonardo?
- Estaba muy triste. Materialemente se estaba tragando toda la doctrina de principios y educación que había soltado en su día a su común primo Salvador de Vicente.
- Una vez más prevalecíe el interés sobre la búsqueda de la verdad –afirmó Brassens amargamente.

martes, 13 de diciembre de 2011

Intercambio de solsticios (283)

- Sí. Era ese, Sotomenor –aceptó el sujeto.
- Está bien –asintió Romerales-. Vamos a ver lo que podemos hacer con tu amigo.
El responsable de interior del distrito de Chamberí introdujo al atacante en su vehículo, afín de tenerlo controlado. El otro, lanzaba pequeños gemidos, como expresión de su debilitada resistencia y de la mínima esperanza que disponía de salir de aquel trance.
Estaban en manos de Romerales. Se habían internado en territorio prohibido y habían perdido.
Romerales marcó el número del responsable de sanidad de la junta. Ya era muy tarde, pero los médicos siempre deben estar a disposición de un paciente que requiera de sus servicios.
Era una voz dormida la que respondía al otro lado del “walkie”
- ¿Francisco?
- ¿Eres Cristino?
No podía tratarse de otro. Cuando te llamaban a las tres de la madrugada, en esos tiempos difíciles, sólo podía tratarse de un policía… lo del lechero había que dejarlo para otra época.
- Sí. Te llamaba para decirte que me han agredido. Aquí, en el garaje de Génova. Me he defendido y he herido a uno de mis atacantes.
- ¿Y tú? ¿Estás bien? –preguntó el tal Francisco.
- Yo sí. El que no sé si tiene mucho tiempo por delante es ese tío –dijo Romerales, que observaba de reojo al tipo aquel, tumbado sobre un charco de sangre.
- En realidad, como sabes, yo soy traumatólogo –observó lenta y pesadamente el doctor-. Lo que son los chapistas para los coches… pero si quieres puedo acudir…
- ¿No tienes algún contacto que pueda solucionar el problema?
- ¿A estas horas? Me temo que no –contestó el responsable de sanidad-. Pero, te insisto. Voy para allá. Aunque…
- Tú dirás.
- Te recomiendo que le hagas un torniquete. No sea que la cosa se ponga peor.
- En realidad, no tengo ni idea de dónde le he pegado el tiro…
- Por el hilo sale el ovillo –respondió lacónicamente el médico.
- Ya…
En el fondo, lo que le sentaba mal a Romerales era actuar sobre la herida. La sola visión de la sangre tendía a marearle.
- Y luego trata de subirlo a tu oficina. Allí le haremos lo que podamos.
Romerales cerró la llamada con más con un gruñido que con una despedida.

Vic Suarez dirigía su mirada, alternativamente, hacia el lado derecho e izquierdo de la calle. En dirección a Paseo de la Habana no se veía a nadie. Pero un haz de luz procedente de un coche la cegó a su derecha.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Intercambio de solsticios (282)

Bilbao, 15 de febrero de 2004.

Querida Lorsen:

Te pongo estas letras después de una semana que ha resultado particularmente positiva para mí.
Empezaba todo con un sueño de esos que me devuelven la tranquilidad de tu presencia. Son sueños, ¡ay!, que se resuelven demasiado rápidamente, apenas duran unos segundos, pero en ellos estás viva, como resultaría normal.
Era una estancia muy amplia, muy clara. En el suelo había dispuestas unas velas bajas y anchas, que estaban encendidas. Tú y yo en el centro, rodeados de esas velas. Te hacía ver la necesidad de que tuvieras suficiente material para organizar una exposición. No creo que te diera tiempo a contestar, antes de que ese jodido sexto sentido que me aproxima a la realidad me advirtiera del momento irreal en que vivía.
Este pasado lunes estaba citado en La Moncloa para recibir la Medalla del Mérito Constitucional, junto con otros representantes de movimientos por la libertad del País Vasco. Cuando se lo contaba a Pilar, el domingo anterior, le preguntaba:
- ¿Sabes a quien se lo voy a dedicar?
- ... Pilar... –me contestaba en su particular forma de expresarse.
Sí. A Pilar ... Y a otra persona que está ahí arriba –le dije mirando hacia el techo de la UCI- y nos espera.
- ... Mamá...
Paso al acto. Fue el centro de la política nacional esa mañana. Aznar, Rajoy, Rodríguez Zapatero, el Presidente del Tribunal Constitucional, el Defensor del Pueblo, ministros, presidentes de Comunidades Autónomas...
Éramos del orden de sesenta personas los que recibíamos la medalla a título individual, además de las instituciones a quienes se les concedía la placa colectiva. Nos habían sentado por riguroso orden alfabético en una sala del Palacio de la Moncloa, decorada con magníficas alfombras y cuadros modernos. Frente a nosotros el Presidente Aznar y el Vicepresidente Arenas. Cuando leían nuestro nombre nos acercábamos hasta ellos.
Llegó mi turno, Aznar me cogió del brazo –de una forma sorprendentemente efusiva para él- y me preguntó qué tal estaba. Me entregó un estuche que contenía la medalla y la insignia. Plata de ley con el escudo contitucional. Arenas nos daba el título acreditativo de la orden, firmado personalmente por Su Majestad.
Después, en representación de los homenajeados, contestó Vidal de Nicolás. Breve y bien. Cerró el acto Aznar, breve e institucional.
Dieron después una copa en la que tuve la oportunidad de hablar unos segundos con el Presidente. Se le ve relajado. Ya ha terminado prácticamente su mandato y tiene la tranquilidad de haber cumplido con su deber.
Queda hecho, guapísima, lo que le prometí a nuestra hija: Dedicarte esa condecoración. Álvaro Chapa me decía a mi regreso:
- ¡Qué pena que no haya podido estar Lorsen!
Había interpretado exactamente mis pensamientos. Seguro que estarás ahí arriba disimulando un lagrimón.
Anoche y hoy estaba pensando en lo que debía hacer con mi hermana Carmen. Aún no he podido hablar con ella. Canceló una cita conmigo hace tres semanas y sigo esperando que suene el teléfono. Así que tendré que actuar. Entre esa tendencia que tiene ella de suplantar a los padres y la cobardía de no dar la cara, este asunto se está prolongando más de lo conveniente. Cuando dé comienzo la campaña electoral –los últimos días de febrero- hablaré con Teresa Hermana y le explicaré lo que hay.
Muchas veces quienes más deberían ayudarme me plantean más preocupaciones.
Por cierto, cené con Alfonso y Cuca. Tu amiga estaba relativamente bien, para lo que esperaba. La vida le está haciendo a Alfonso recuperar el espacio que nunca tuvo –o había perdido- en el corazón de su mujer, como tú me decías, como casi siempre, acertadamente. Les he invitado a Lanzarote, pero creo que yo mismo no iré. De momento sólo tengo vuelo con escala en Madrid. Tendría que dejar a Bécaud en Bilbao. Creo que me iré a Arrechea.

Un beso.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Intercambio de solsticios (281)

Tomada de la mano a su marido, como una especie de perro lazarllo, Vic Suárez explicaba con susurros apenas perceptibles para Jorge Brassens:
- No podemos ir hacia Francisco Goya… allí nos están esperando.
Y Brassens se dejaba llevar, confiado en que Vic sabría encontrar la mejor opción de entre las posibles.
La cuestión consistía entonces en encontrar una salida a la calle José Rodríguez Pinilla, aunque tampoco estaba claro que la vigilancia de Cardidal-Sotomenor no hubiera plantado allí alguno de sus efectivos. Y no era fácil. Tuvieron que atravesar setos y escalar pequeños lindes entre las fincas urbanas, pero la noche les servía de amparo y el miedo de los vecinos a examinar los ruidos del exterior les permitía avanzar sin más dificultad que las correspondientes a un trazado que más parecía una gymcama que un recorrido. Eran los tiempos en que resultaba más ventajosa la práctica de la delincuencia que la colaboración con el orden.
- Espera un momento. No te muevas –odenó Vic.
- Vale –concedió Brassens. Pero para sus adentros pensaba… ¿y qué voy a hacer yo si la detienen?
Vic Suarez echó una ojeada a la calle. Todo parecía en calma. Así que animó a su marido a que saliera de su escondite.

A todo esto, en el garaje de la sede del distrito de Chamberí, se oía la herida voz del delincuente.
- Me han herido, creo que estoy perdiendo mucha sangre…
- Está bien –dijo el sujeto al que Cristino Romerales tenía bien sujeto-. Hablaré.
- Soy todo oídos –asintió este.
- Nos han mandado la gente de los servicios de policía de Chamartín… -empezó el tipo, antes de callar por unos segundos.
- Ya ves que tu compañero necesita ayuda. Se va a desangrar antes de que acabes de contarme lo que habéis venido a hacer.
La voz del sujeto sonó ahora balbuciente.
- ¿Y cómo sé que después de que te cuente todo vas a ayudarle?
- No lo sabes –contestó lacónicamente Romerales-. No estás en condiciones de exigir nada.
- Ya…
- Bien. Ahora pregunto yo: ¿quién es el que os ha pedido que vengáis?
- Román Santiuste.
- ¿Y quién es ese?
- Creo que es el segundo del jefe de policía.
- ¿De Sotomenor?
El tipo aquel debió hacer un movimiento de la cabeza que Romerales no percibió.
- ¡No sé si te das cuenta de que se trata de que hables, no de que me imagine lo que estás diciendo! –gritó Romerales.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Intercambio de solsticios (280)

- Total, que se fueron los dos hermanos, Alfonso y Leonardo, hacia la oficina de Raúl –siguió equis-. Trataban, los dos, de hacerse con las copias del informe del detective.
‘ Raúl les hizo entrega del informe y después de preguntar a Alfonso si se consideraba suficientemente impuesto del asunto y de que este considerara que sí, en efecto, Leonardo le había contado todo con suficiente detalle, empezó a decir:
‘ Bueno. Os puedo contar que he vuelto a hablar con el detective… en fin, se trataba de que me diera el importe total de la factura –dijo Raúl mirando alternativamente a sus dos hermanos-. Bien, este me ha dicho que piensa que se pueden hacer muchas cosas, que el asunto acaba de empezar y que merecería la pena llevarlas a cabo.
‘ ¿Sería que el detective quería seguir cobrando?, pensó entonces Leonardo. Estaba claro que así era, pero su hermano iba a explicar algo más:
‘ Se trataría, continuaba Raúl, de centrar el objeto de la nueva investigación sobre el patrimonio de Santos de Vicente, que se convertía en principal sospechoso del asunto. Jaime Nogales, el detective, sugería que si María, la secretaria de Juan Carlos de Vicente, estaba más o menos claro que se había forrado con el puesto que ocupaba, ¿qué no habría hecho la familia de Santos?
- ¿Y qué podía investigar? –preguntó Brassens.
- Bueno. Estos detectives pueden llegar hasta puntos increíbles –explicó equis-. Fundamentalmente, la situación patrimonial de Santos de Vicente y de su familia. Y, de manera concreta, el nivel de incremento de su riqueza en los últimos años, cuando la situación mental de Juan Carlos ya se había deteriorado de forma evidente.
- Ya –aceptó Brassens-. Porque el patrimonio de Santos no era demasiado cuantioso… bueno, hasta ese momento.
- Habría que investigarlo, pero hay que decir que la suya era una familia acomodada de su provincia, pero no contaba con unos recursos formidables –dijo equis-. En cuanto a la de su mujer, eran castellanos, con algunas tierras, pero tampoco como para subirse encima de un carro de oro…
- De modo que,a su llegada a casa, Leonardo puso un mensaje de móvil a su hermana Carmen en que le decía:

“El próximo jueves estaré por ahí. Organiza por favor una reunión entre los hermanos”.

- Bueno. ¡Por fin entramos en el siguiente capítulo! –exclamó Brassens-: un encuentro entre los Jiménez con el objetivo de romper la eventual estrategia de descapitalización de su tío…
- Bueno –matizó equis-. Un nuevo capítulo, sí; pero no ese capítulo –dijo subrayando la palabra “ese”.