martes, 17 de enero de 2012

Intercambio de solsticios (306)

Bilbao, 20 de Octubre de 2004

Querida Lorsen:

Te pongo estas letras después de una temporada bastante mala para mí. Ya sé que según un libro que he leído hace poco las almas no quieren ser molestadas, tienen ese largo sueño de paz del que no desean salir. Pero tu caso es diferente conmigo, por eso me permitirás que te dedique mis reflexiones aunque sean tristes. Casi nunca lo son de otra forma.
Mi última carta tuvo como excusa el cumpleaños de Pilar. Desde entonces las cosas han cambiado poco, salvo que la última semana de septiembre me fui a Lanzarote, donde quedaban los últimos recuerdos gratos que conservo de ti –excepto, quizás, el fin de semana que pasábamos juntos en Arrechea, poco antes de tu marcha definitiva.
Lanzarote es definitivamente tu persona, pero el recuerdo se va aquientando como el mar que va adquiriendo la calma después de una tormenta, cuando hiere la imagen como la ola cuando estalla directamente sobre tus sentimientos. Allá he puesto tus últimos cuadros, en señal de tu gobierno sobre los espacios que un día fueron tuyos y que simbólicamente al menos te siguen perteneciendo. Los lugares que son los mismos ya no tienen ese aspecto amenazador y mis pasos se producen en la sensación de que recorro ya un camino más de final que de principio, pero no hay nada escrito al cabo en este particular sentido. Nuestros amigos de Lanzarote están bien todos. Cené con ellos y todos los procesos médicos están estables. Los infartados no han tenido episodios nuevos y Antonio Lorenzo se ha jubilado definitivamente.
Pero el día en que volvía a Bilbao me llamaba mi hermana dándome la noticia de que Pilar se encontraba mal. Excuso decirte lo mal que hice el viaje. Cuando llegué, de noche, a Cruces, Pilar hacía apenas un cuarto de hora que se había despertado, reclamando mi presencia. El resto de la semana siguiente lo pasó la pobre prácticamente en una situación muy cercana al coma. Dormida como consecuencia del dopaje y de la carencia de ventilación del CO2 que su organismo producía. Tú bien sabes que no ha habido noticias. De haber subido hacia ti, serían tus brazos abiertos lo primero que sentiría nuestra niña, una vez liberada de todas sus deficiencias físicas.
Pilar ha salido del problema, pero yo lo he pasado mal. Y no sólo por el proceso de su enfermedad. Mi hermana Eugenia ha entrado en el capítulo que una vez intentó Teresa, haciéndose la protagonista del momento, desplazando a todo el mundo –incluso a mí- y compitiendo con todos en cuanto al afecto de Pilar. Y la niña, sintiéndose mal, exigía todos los cuidados y se hacía egoísta como los enfermos que se agobian. La actitud de Eugenia me ha dolido más que cualquier otra cosa, tal vez porque carezco de una defensa en condiciones, una defensa que no haga daño, por supuesto, a Pilar.
Y Eugenia no ha entendido nada. No ha entendido que es muy diferente quedarse huérfano de hija, después de viudo, que tener que despedir a una sobrina, por mucho que la quieras. Mi vida hoy gira en torno a Pilar como si fuera un satélite alrededor del sol que le corresponde, que le quema, pero que al cabo le proporciona la poca vida que tiene. ¿Qué ocurrirá conmigo si Pilar se va? ¿Dónde estaré yo? ¿A quién dedicaré esos tiempos que ahora me ocupa mi hija? Ella tiene un marido en el que sublimar todo el afecto que siente. Yo no. Mi única familia, la que yo he creado está en esa cama de hospital, colgada de ese respirador. Eugenia ha invadido mi espacio de paternidad de una forma tal que incluso Pilar ha llegado a rechazar mi presencia o a preferir a mi hermana sobre mi persona, y eso ha resultado muy triste, tanto o más que la idea horrorosa de la ausencia de la niña.
He pensado de todo. Que a lo mejor era llegado el momento de decir también yo mismo adiós. No me queda nada, más allá que la repetición de las cosas que siempre he hecho durante los últimos años, llenar el tiempo con cuidados vanos y sin sentido, y una vez que ya nadie depende de ti, siquiera en esa débil dependencia que tiene Pilar respecto de mí, puede ser el día de mi marcha también.
Pero está la idea de otro viaje diferente. Salir de Bilbao, por ejemplo, iniciar –de forma ordenada, quizás- mi jubilación, para que a los 55 años empiece a convertir mis ahorros o mi capital en dinero para gastar. Nadie hay detrás, nadie a quien deba entregar nada, y quizás en un Lanzarote o en un Arrechea pueda yo encontrar esa paz y esa felicidad que no encuentro aquí. O la idea de seguir con las cosas que tengo por aquí, desarrollando los proyectos de siempre y otros nuevos. Pero esta última es la idea que menos me seduce últimamente. A lo mejor, ¿quién sabe?, una combinación de ambos.
Y es que me resulta muy difícil rehacer mi vida. Quizás en eso sea en lo único que no te doy la razón. ¿Te acuerdas? Me decías que me casaría, que soy “guapito”. No tengo tiempo para hacerlo y las chicas que voy conociendo –tampoco tantas- no me resultan precisamente fascinantes. A lo mejor es que me estoy auto-valorando demasiado, pero lo cierto es que considero que soy una persona poco convencional. No me imagino viviendo con una mujer que haga de la religión el centro de su vida, por ejemplo –y eso que me estoy volviendo algo más religioso últimamente-. Pero tampoco me encuentro demasiado cómodo con las chicas que tienen un nivel social más bajo –y eso que me aburren las marujas de Neguri, que sólo saben de golf , “paddle”y meriendas en Zuricalday-. Es posible que esa chica a la que yo pueda querer esté esperándome ya en alguna parte, o que se encuentre en el momento en que esta fase de mi vida –el adiós a toda mi familia, Pilar incuída- me permita abrir una nueva página, como las viejas fronteras entre los países, que separaban a sus gentes de una forma tan sensible, tan real. ¿Será preciso que me transforme en una nueva persona para encontrarme con esa otra? No sé. El caso es que sé no debo obsesionarme por ello, y creo que ya no lo hago. Estoy abierto a esa posibilidad, pero no hago cuestión de ella. Por lo menos ahora mi vida está ocupada, completa, aunque desde luego no llena.
Quiero decirte, para terminar, que te siento. Que sé que más allá de tu pesado sueño estás ahí para intentar corregir mis torpezas y mis pasos errados. Que tu carita se arruga cuando hago algo mál con mi vida y que estás ahí, al otro lado de esa ría tumultuosa que me conducirá un día –como a Pilar- hacia tus brazos, transportado por ese barquero inapelable cuyo viaje nunca se paga y que lleva por nombre el de Caronte. Y no le tengo miedo a eso, porque a veces sólo quiero, como querías tú, que mi sueño se resuelva en un sueño infinito.

Un beso.

1 comentario:

Sake dijo...

Qué difíciles son de manejar los sentimientos, estamos a merced de ellos y aunque nuestra mente nos indique ¡éso es lo que debes hacer!, si nuestro corazón permanece quieto, detenido, no hay nada que pueda ponelo en marcha.