lunes, 30 de enero de 2012

Intercambio de solsticios (315)

Bilbao, 12 de abril de 2005.

Querida Lorsen:

Me cambio de casa. Cualquiera que sea el resultado de estas elecciones –a las que me presentan como número 4, detrás de Juana Iturmendi: han inventado una especie de juguete diabólico que se llama “paridad” y que debe igualar a hombres y mujeres en las listas electorales, al menos, con independencia de su valía y trayectoria-. Si salgo –eso parece- me voy a un piso de la calle Alameda de Urquijo que me ha ofrecido mi amigo Ramón Umaran por un precio más que asequible. Se trata de un espacio soleado y bastante más amplio que este, que a la larga se ha tornado definitivamente depresivo para mí –en unión de todas las circunstancias que ya bien conoces por referidas a lo largo de toda esta correspondencia-. Si no saliera deberé recortar mis gastos y me iría a casa de mi madre, con una reorganización bastante amplia de mi vida.
No podía tener por mucho más tiempo tus restos junto a mí. Por eso los he liberado –creo que esa es una palabra bastante justa- en Arrechea ayer mismo.
El pueblo te recibía vestido de blanco en esta primavera apenas iniciada, que no deja de ser un invierno tardío. Fui con Jean-Pierre y aparcamos el coche junto al paso que vadea el río de lo que se llama ahora la “playa de Arrechea” –le han hecho una especie de presa-. Allí, donde discutías en ocasiones con Carmen Riera, donde tomabas el sol con los veraneantes –luego te buscarías otros rincones, al cabo, en el mismo río-. En ese lugar fueron a pasar tus cenizas, en esa forma que sólo se cumple con el rito de descansar, no en los cementerios, sino en el lugar que has querido, que ha formado parte de tu vida más grata. Eso que llamaba Georges Brassens “passer sa mort en vacances” –te lo traduzco, el francés nunca ha sido tu fuerte: pasar tu muerte de vacaciones-. A dos pasos de la Virgen de Roncesvalles –a la que visitamos más tarde para pedirle su protección, la tuya también.
Viajas ahora por ese río caudaloso y frío que lleva las aguas del deshielo de este largo y duro invierno. A unos mil metros de altura, algunas de ellas quedarán depositadas en las riberas que contienen el arroyo, algunas irán poco a poco hacia la mar, y desplegada en miles -¿millones?- de argumentos formarás parte de esa tierra que amaste, de ese paisaje que iluminaba tus ojos, cuando aún tus ojos resplandecían por la belleza de las cosas.
Y tu recuerdo queda ahí para los que te quisimos, para quienes esperamos -contra toda esperanza, tal vez- volver a compartir contigo tu alegría y tus ganas de vivir, que esa sí debe ser y será la imagen que perdure en todos nosotros, en mi desde luego, de tu persona.
Esta circunstancia no interrumpe desde luego nuestra correspondencia, si bien más aquietada y menos urgente que la de los primeros tiempos, permanece como tus fotografías , tus cuadros, las cosas que eran tuyas y a las que tú dotabas de un alma más que particular.

Un beso muy grande

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