jueves, 29 de marzo de 2012

Intercambio de solsticios (341)

Jorge Brassens se encontraba más en la dimensión de la ultratumba que en el reino de los mortales. Se diría que un cansancio de siglos atenazaba hasta lo indecible sus articulaciones, sus músculos, incluida toda la capacidad de regir con su cabeza las diferentes apreciaciones de las cosas.
Y su organismo se convertía así en una especie de muñeco de feria, que se balanceaba según la dirección en que se le moviera. Por eso, Vic Suárez, debió llevarle con gran dificultad por la escalera de la casa de Anabel Rojo. Y ella también estaba cansadísima, pero sin magulladuras y sacando fuerzas de donde la flaqueza se las restaba.
Llegados al portal, los andares de un encorvado hombretón de ciento ochenta y cinco centímetros les esperaban. Francisco de Vicente caminaba la calle de arriba abajo y sin parar, como describía la canción. Detenía, sin embargo, su marcha al observar los esfuerzos de Vic por contener el desplazamiento de su marido hacia el triste suelo de la calle del Paseo de la Habana.
- ¡Espera, que te ayudo! –exclamó el doctor.
Y se plantó enfrente de la pareja sosteniendo el peso muerto de su primo.
- Gracias –musitó Vic, que de verdad expresaba con un profundo resoplido de conformidad la resuelta acción de Francisco.
Desembarazada del peso de su marido, Vic Suarez pudo echar una ojeada al vehículo hacia el que se dirigía De Vicente. Se trataba de un Porsche 4X4, clamorosa evidencia de la otrora magnífica posición económica de este.
- ¡Vaya coche! –exclamó ella.
- ¿Te gusta? –preguntó satisfecho el responsable de Sanidad de Chamberí-. La verdad es que me es muy útil por dos motivos…
- Te comprendo –dijo Vic, que esa noche estaba dispuesta a aceptar casi todas las cosas.
- … Por una parte, porque los barrios de Madrid están todos levantados y no se puede circular si no es con estos vehículos…
- … Y por la otra, porque un coche de esta cilindrada siempre te piuede sacar de un apuro –explicó Vic completando la frase.
- Exacto. Le pones el turbo y deja atrás a quien quieras.
Instalaron a Brassens en el asiento trasero derecho, como el otrora parlamentario vasco del PP había practicado algunos años atrás, en esa larga época de su vida en que vivía su vida protegido por dos escoltas. En este caso lo amarraron al asiento mediante el cinturón de seguridad. Vic se sentaba junto a Francisco de Vicente.
- ¿Adónde vamos? –preeguntó esta.
- A Chamberí, supongo.
- Primero a Serrano, a la antigua embajada de los Estados Unidos –afirmaría esta de manera resuelta-. Tengo que recoger mi coche.
- ¿No crees que eso puede quedar para más adelante? –preguntaría De Vicente después de observarla atentamente.
- Lo más urgente es que dispongamos de medios propios para resolver –afirmó Vic.
- Como quieras.

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