jueves, 10 de mayo de 2012

Intercambio de solsticios (359)

La voz de Vic Suarez surgía de entre las profundidades del Porsche de Francisco de Vicente. - No sé cómo decírtelo, Paco. Pero creo que hemos hecho lo peor que podíamos hacer. - ¿A qué te refieres? –preguntó el aludido desde las mismas profundidades de su magnífico vehículo. - Tienes el mejor coche para estos casos, Paco. Capaz de pegar un salto y derribar cualquier obstáculo y la potencia para hacerlo. Y nos quedamos aquí, agazapados, como si fuéramos una especie de Panda. - ¡¿De Panda?! –preguntó de Vicente, con la expresión abatida del que ha sido objeto del más injusto de los insultos. - No te preocupes, Vic –repuso con tono lúgubre Jorge Brassens, quien empezaba a ser consciente de lo que estaba ocurriendo-. Mi familia, como las de todos, está formada por dos partes... o más: los Brassens y los de Vicente, los primeros somos más enérgicos, los segundos más blandos. Esta observación hizo sobre Francisco el mismo efecto que unas banderillas de fuego sobre un toro manso. - ¿Débiles dices? Ya verás de lo que es capaz un de Vicente –dijo el aludido instalando bruscamente la marcha atrás de su coche. El matrimonio Brassens-Suarez se observó durante un instante en una sonrisa de complicidad. Pero sólo un instante: otra ráfaga de ametralladora les anunciaba que no se encontraban precisamente en un torneo floral. La comitiva de Sotomenor, con el renqueante Lada Niva al frente se acercaba a la antigua embajada de Estados Unidos en la calle de Serrano. - ¡Hostias, tú! –exclamó el copiloto del vehículo ruso. Las luces de marcha atrás de un todo-terreno, unidas a las rojas de posición les indicaban la presencia de un peligro inminente. El número de la policía de Chamartín se apresuró a recoger del asiento trasero su arma, un viejo CETME del ejército español, proveniente de la década de los ’70 del pasado siglo. Pero no llegó a hacerlo: una ráfaga de ametralladora les dijo que había más peligro que el del vehículo que maniobraba por delante de ellos.

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