miércoles, 23 de mayo de 2012

Intercambio de solsticios (365)

Las cabezas de los tres integrantes del vehículo que dirigía Francisco de Vicente se volvieron hacia atrás para saber si los sujetos que se encontraban en la barricada volvían por sus argumentos. - No sé si son de los nuestros... Pero más vale no saberlo -dijo el doctor mientras que el matrimonio Brassens asentía. Así que el 4x4 del Consejero de Sanidad de Chamberí desconectaría la llave de contacto y volvería a conectarla para deshacer el ahogo de su vehículo. Tuvieron suerte. El coche respondía y de Vicente ponía rumbo inmediato a la Castellana, inmediatamente antes de enfilar hacia la sede del gobierno local. Esa fortuna se unía a otra. El tableteo de las ametralladoras volvía a producirse, turbando nuevamente la relativa calma de esa noche repleta de dramatismo. Pero los ocupantes del Porsche todo-terreno ya no estaba al alcances de sus balas. Aunque no, los tipos de la barricada no disparaban ahora sobre los ocupantes del Porsche de Francisco de Vicente, sino contra los tres vehículos de la policía de Chamartín, situados en fila india, quizás por aquello de que el más viejo de los coches -el Lada Niva- absorbiera todos los disparos. - ¡Joder!, exclamaría el conductor del todo terreno ruso-soviético-. ¡Estamos aquí, jodidos por la artillería de estos cabrones... Y tú no haces otra cosa que tirar la raba,..! ¿qué cojones te pasa? Le respondía una voz como de ultratumba, que provenía de su infecto agujero, poblado del pestilente olor a vomitona. - No sé. Creo que tengo fiebre, mucha fiebre -declaró- . Hace pocas horas me han salido unos granos enormes en los sobacos... Se lo he dicho al jefe, pero me ha contestado que mejor así. Los enfermos son buena carne de cañón para hacer las operaciones suicidas, creo que ha dicho... -¿Unos granos? ¿Cuánto de enormes. -preguntaría el policía que ocupaba el asiento contiguo al del conductor. - Como pelotas de tenis -contestaba la apenas audible voz del afectado. - ¡Hostias! -gritaron sus compañeros. - No sé. Este silencio es como en las películas de vaqueros: el momento previo al ataque de los indios... -la voz de Cristino Romerales parecía apenas audible en aquella larga noche madrileña. - ¡Déjate de chorradas! -le espetó Damián Corted-. Lo único que tenemos que hacer es esperar a que lleguen y luego acabar con ellos como si fueran un muñeco de feria... - Supongo que tienes razón - expresó con ademán dubitativo el jefe de la policía de Chamberí, antes de añadir-: lo supongo y lo espero. - Tenlo por seguro -insistió el coronel-. No existe otra solución. - Bueno -aceptó Romerales-. Pero voy a hacer otra cosa mientras esperamos... - ¿Qué es ello? - Voy a ponerme en contacto con Paco o con Vic. No sé nada de ellos.

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