lunes, 4 de junio de 2012

Intercambio de solsticios (373)

Y terminaba diciendo Leonardo que, en cuanto a los recordatorios se refería, él estaba tranquilo. Porque, siquiera modestamente, él contribuía a no desequilibrar el presupuesto materno. Y sus últimas palabras eran: “Como dice el refrán, que cada palo aguante su vela”. Y se acabó –comentaría Brassens. Bueno –contestó equis con gravedad-. Tú sabes que esto de las familias es una cuestión interminable y que por mucho que le quieras dar el carpetazo los asuntos siempre renacen… Así que hubo más. En las navidades de ese año 2.011 escribía Eugenia Jiménez a los hermanos que vivían fuera de Valladolid. Les decía que, en previsión de la utilización de la vivienda materna para esas fechas, tendrían que comunicar cuándo pensaban desplazarse a pasar, bien la Nochebuena, bien el fin de año… En lo que concernía a Leonardo, supongo que era una especie de tocapelotas. Como lo había sido toda su vida –consideró equis. ¿Y qué hizo? Escribió un correo a su hermana diciendo que ya creía haber dejado claro el asunto y que no contaran con la utilización de la casa por su parte y la de su mujer. Por cierto que esta le había sugerido que ni siquiera contestara. La callada por respuesta, supongo. La callada por respuesta, efectivamente –confirmó equis. Y aquí se acaba la historia. Bueno. Como el último capítulo ya se escribirá el día que sea yo lo voy a terminar con la felicitación de Carmen Jimñenez a su hermano Leonardo en esa misma Navidad. Este no cogió el teléfono, así que Carmen le puso un SMS diciéndole que tenían que hablar. También la callada por respuesta. También. Pero Leonardo viajaría entre Navidad y año nuevo a Valladolid a felicitar las fiestas a su madre. Y allí se encontró de manera inopinada con Carmen. ¿Y? Esta le dijo que tenían que hablar porque sería bueno que tuvieran una reunión… ¿Y qué contestó Leonardo? Que si la iban a tener habría que saber antes los asuntos que se querían tratar y la documentación oportuna, para analizarla previamente. ¿Y bien? Que nunca más se supo. A lo mejor se trataba de una maniobra envolvente de Carmen para hacerles ir a Valladolid en esas fiestas. No sé qué decirte –observó equis-. Con esta chica nunca se sabía a qué carta quedarse. Y aquí se acaba la historia. Si. Pero estoy seguro de que es uno de esos cuentos de nunca acabar –afirmó equis. Bien. Como has dicho muy correctamente, es cosa común a todas las familias. Ya. Pero, parafraseando a Orwell en su “Rebelión en la Granja”, todas son iguales, pero algunas lo son más que otras.

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