miércoles, 13 de junio de 2012

Intercambio de solsticios (379)

Jorge Brassens recogía sus papeles después de asistir a una convención de su partido en Gijón. Muy pronto, la faraónica mole construida al mayor loor y en memoria imperecedera del falangismo dirigente en los primeros tiempos del franquismo quedaría atrás. Jorge consultó su móvil, "un domingo a la una de la tarde no eran día ni hora propicios para llamadas", pensó. Pero ocurre con frecuencia: los hechos a menudo contradicen a las probabilidades. En efecto, en su móvil había dos llamadas perdidas: la de uno de los hermanos de su primera mujer y la de un primo carnal de esta "No, seguro que no había buenas noticias", pensó Brassens.
 Quizás tendría que haber llamado primero a su ex-cuñado pero lo que siempre faltaba a Jorge era tiempo y Bertie se enrollaba habitualmente de manera excesiva; de modo que prefirió llamar a Antonio Valle, su ex-cuñado.
 - No sé si lo sabes. Pero ha muerto Cristina...
 Fue una conversación rápida. Aún Antonio tenía pocos datos y es que el fallecimiento acababa de producirse la tarde anterior.
 La llamada a Bertie no resultó larga, su ex cuñado se encontraba en el tanatorio, organizando papeles y sin tiempo para hablar. Solo una cuestión "técnica".
 - Papa quiere que figures en la esquela. Si tú quieres, claro.
 Bertie había reproducido las palabras exactas de su padre. Y desde luego que le llegaba al corazón: había pasado mucho tiempo desde aquel noviembre de 1.992 en que se iba Lorsen y aún parecía conservar un hueco en aquella "sippe" alemana que tan distante se le había vuelto en ocasiones.
 - Encantado -dijo Jorge.
 No pudo asistir al funeral, pero pocas semanas después comía con Ernie Lorensen, quien aún cumplidos los 95, gozaba de una envidiable salud.
 - Llegarás a centenario -le auguraría Brassens con toda seriedad.

Poco a poco, Jorge Brassens iba descubriendo lo que había ocurrido -en parte por lo que le contaban, en parte por lo que intuía.
 Y lo acontecido era que Cristina se había tranquilizado en sus constantes discusiones con su padre. Ya no le hablaba acerca del tiempo previsto o de su perra... que constituían sus únicas preocupaciones. Y en lugar de eso iba imponiéndose en ella la inquietud por su futuro el día en que faltara su padre. Ernie Lorensen escuchaba sus palabras y le advertía de forma invariable.
 - Lo que tienes que hacer es comer más.
 Y es que, enferma de SIDA, Cristina se estaba alimentando cada vez peor.

La misma tarde de su muerte, Ernie Lorensen acudía a misa a una iglesia contigua, como acostumbraba. Cuando regresó a su casa, después de un breve paseo, y como quiera que no advirtió ningún ruido en la casa -no resultaba demasiado raro en su caso: Lorensen estaba más que sordo- se dirigió hacia la habitación de su hija. Todavía caliente, Cristina se encontraba de rodillas con la cabeza hundida en el colchón.
Esos eran los datos. La intuición le dijo que Cristina había resuelto poner fin a su vida, que la muerte le había sorprendido rezando su ultima oración y que su cabeza se desplazaba hacia delante en su estertor final.

Hubo autopsia, pero Lorensen no había conocido la causa del fatal desenlace.
¡Ni falta que hacía!

No hay comentarios: