martes, 17 de julio de 2012

Intercambio de solsticios (403)

“La educación, lo primero”, le había dicho Paula. Y es que, para la argentina, la educación era mas una apariencia de formalidad que de fondo. La educación -pensaba Jorge Brassens- consiste en un interior obtenido a través de generaciones en que los seres humanos vemos cómo se nos imponen limitaciones a nuestro libre albedrío, aunque sólo sea para que así sepamos que no somos los únicos vivientes en el universo. “La libertad de cada uno termina donde empieza la libertad de los demás”, rezaba el viejo axioma liberal. Y no bastaba con la corrección del reconocimiento, con un frío beso o un saludo; porque el saludo, aún distante, equivalía a desear la salud de tu interlocutor. Además, la gente -la gentuza, máas bien- debía saber que sus desmanes recibían su justa correspondencia en los dessires de los demás. Pero la denuncia por malos tratos no terminaba ahí. Aún faltaba la sentencia definitiva y, antes de esta, Susana Brassens debia declarar. Resulta dificil, desde luego, discernir sobre lo que se puede hacer con una niña de 12 años, que vive con su madre y depende por lo tanto de ella, cuando se quiere que sus manifestaciones ante el Juez no te perjudiquen. Paula recurría a la psicóloga que había tratado en su tiempo a la argentina. Esto le pareció a Raúl que era un buen presagio: Rosa -la especialista- era persona de la máxima confianza de Raúl y este esperaba de ella que realizara un buen trabajo de convencimiento en orden a que la declaración de Susana fuera inocua para su padre. Rosa se reunía con la niña, tras de lo cual se ponía en contacto con Raúl. - No hay nada que hacer -le dijo-. Está totalmente dominada por su madre. De modo que Raúl se dedicaría a procurar influir sobre su hija: la llevaba a cenar a sus hamburgueserías preferidas e insistía en provocar el tema de conversacion que se refería a esa confesión judicial. Susana entonces se tapaba los oídos y pedía a su padre que no le volviera a mencionar el asunto. Raúl variaba entonces de táctica -que no de estrategia- y dejaba de referirse a él para centrarse en conceptos mas elevados. - La verdad -le dijo-, es lo que te he inculcado siempre. Tienes que decir la verdad. Susana estaba conforme con el consejo de su padre. Lo que no quedaba muy claro era cómo se aplicaba principio tan evidente a este caso, contando con que quien tenia la responsabilidad de llevarlo a cabo era todavía una niña. Así que Raúl continuaba: Tú crees que viste que empujaba a tu madre. Yo te digo que sólo quería cogerle el móvil. -Y, observando directamente a su hija, concluía-: Tienes que decir que crees que me viste empujarla. Otra tarde, Raúl volvía a la carga, esta vez con otro argumento. Este tenia que ver con su hija y su asistencia por parte de Raúl. Le vino a decir que dependía de su declaración que el fuera a la cárcel y que eso supondría que seguramente no podría cubrir sus necesidades vitales. La sola idea de que su padre se viera obligado a ingresar en prisión y por culpa de ella, debió generar en Susana una enorme preocupación. Además, Raúl le dijo que ella debia actuar siempre en beneficio de sus padres: - Si ves que actuamos mal y eso nos puede ocasionar problemas con la ley -le dijo su padre-, lo debes negar Todo esas consideraciones producían en Susana una doble sensación de inquietud y confusión que se veían acrecentadas por su hermana Diana -procedente del primer matrimonio de Raúl- que le haría las mismas reflexiones que las efectuadas por su padre. Llegaría el día de la declaración de Susana. A decir de la abogada de Raúl, la niña formularía previamente una pregunta a la jueza: - ¿Es verdad que mi padre podría ir a la cárcel? A lo que la magistrada contestaba: - Si no tiene antecedentes penales no irá a la cárcel. Más tranquila entonces, Susana declaró que había visto a su madre caer al suelo de su habitación, empujada por su padre. A pesar de su fracaso, Raúl no llegaría comprender que buena parte de la responsabilidad por lo acaecido la tenía él mismo, y la parte que no correspondía a Raúl era de Paula. Susana había sido solamente la íictima propiciatoria en un desencuentro familiar. Y es que Raúl Brassens había fallado en su táctica en varios aspectos: el primero, porque, con la pretensión de forzar la declaración de su hija, había faltado a la verdad: él no iría a la cárcel; la segunda, porque, en sus manifestaciones, le planteaba algo que pugnaba con las nociones que, tanto ellos mismos -sus padres- como el colegio habían imbuido en ella: que la verdad se encontraba por encima de todo -sólo la vida debía encargarse de poner en evidencia lo relativos que son las más de las veces los valores- y tercero, porque entre la verdad a toda costa y su relativización, Raúl había introducido una auténtica torrentera de confusión muy poco propicia para una mentalidad -siquiera despierta como lo era la suya- de una niña de 12 años. Y como no lo supo ver, Raúl mantendría a partir de ese momento una actitud distante hacia su hija -que ella hacía de manera recíproca respecto de su padre-, repitiendo que su declaración le había producido un serio perjuicio. - Pero yo se lo pregunte a la jueza -respondia Susana en ocasiones- y ella me dijo que no irías a la cárcel. - Pero tendría antecedentes penales -contestaba Raúl entonces-. Y eso me puede hacer perder muchos clientes.

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