jueves, 19 de julio de 2012

Intercambio de solsticios (405)

Y su madre prosigue con las tareas que le inquietan. Vuelve por lo tanto a ocuparse de la primera comunión de Pilar. Para ello habla con don Eugenio. “Tu hija me desprecia”, le dice con una expresión que Lorsen entiende en un primer momento como lastimera. “No es extraño –justifica ella-. A Pilar le hacen un trabajo negativo mucha gente”. “No puedo darle la comunión. Para eso tiene que ser consciente”, dice el cura, con la frivolidad de quien ni siquiera se ha tomado la molestia de hablar con las profesoras de Pilar. Resulta extraña la capacidad de ciertas personas de tomar la medida a otras. “Pilar no es consciente”. Afirma el sacerdote del alzacuellos y clergiman perfecto, con unas gafas de diseño a las que ha superpuesto unos lentes oscuros para cuando da el sol. “Además. Tengo mucho trabajo”, agrega el representante de la iglesia católica. “Se cree que es el ‘Rey del Mambo’”, me explica Lorsen cuando vuelve a casa, cansada, abatida, furiosa. “¡Y es el mismo cura que me decía que Pilar podía comulgar a través del tubito por el que se le introduce la comida, con un poco de vino!” El mismo sacerdote al que le dedicaba un ejemplar de mi libro "“Sin perder la dignidad”, como estratagema para que Pilar aceptara lo que quiere su madre, pero que ha rechazado a este nuevo cuervo de los tiempos actuales que resuelve los niveles de inteligencia de la gente, corriendo como un galgo por entre las camas de los enfermos de Cruces, saludando a las enfermeras del hospital. “Si es que se cree muy ‘guapito’”, insiste Lorsen, con esas gafas que usa”. Pero don Eugenio viene a apartarla con un gesto de su mano. Hay mucho trabajo, mucho enfermo en esta residencia enorme, y él no puede perder el tiempo con una niña a la que jamás podrá comprender, porque a base de conocer los problemas de la gente que sufre, don Eugenio ha perdido sensibilidad -¿la tuvo algún día?- y se le ha vuelto la piel callosa y gruesa, y no le llega nada al interior. “Estoy dispuesta a escribirle al mismo Papa”, me cuenta Lorsen dolida, “para decirle que ha perdido a una creyente más, por culpa de los ministros que tiene su Iglesia”, le dice a una de las profesoras de Pilar, que es de Maruri, un pueblo de Vizcaya, cuyo párroco bien pudiera hacer eso a lo que el “Rey del Mambo” no parece dispuesto. Y Lorsen no sabe muy bien qué hacer, hasta que le recuerdo quién es el párroco de Maruri, Jacobo Larrea, un cura comprometido con las libertades, contra el terrorismo y más que cáustico con el nacionalismo. Un sacerdote que tiene el euskera como primera lengua materna y que destroza el idioma castellano con la gracia de los chistes de vascos. Jacobo que entraría en el hospital y cautivaría a Pilar con un “Zer moduz?” cualquiera. Jacobo está dispuesto a hacerlo. Lorsen está tranquila ya. Y yo participo en un debate en una televisión local, un debate enlatado que se pasará por la noche. Mientras hacemos “zapping” por entre los canales que recibe nuestro aparato, aparece un extraño festejo: el centenario de un programa también local, que no se corresponde con el que buscábamos. Cuando voy a apagar me dice Lorsen: “¡Mira. Es don Eugenio, que está brindando con champán!” Y cuando me fijo en la pantalla observo que hay un cura de los de antes, el clergiman y el alzacuellos, sosteniendo una copa de cava y expresando palabras de agradecimiento por encontrarse en ese programa, rodeado por la gente más heterogénea. “No tienes tiempo para mi hija, y sí para estar en esa fiesta, con tal de salir en la televisión”, le acusa Lorsen con amargura. “Por la televisión o por la radio”, le cuenta luego otra persona. “Porque habla en un programa”. Entonces mi mujer me asegura que se va a enterar del nombre de la emisora, porque quiere dirigirse a ella y contar lo que hace este tipo con sus “feligreses” de Cruces. Yo me sonrío para mis adentros. No sé si lo hará finalmente, a lo mejor se le pasa. Pero es muy capaz de armar una buena.

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