viernes, 27 de julio de 2012

Intercambio de solsticios (411)

Según Lorsen, el encuentro de Jacobo Larrea con Pilar es todo un éxito. Este aparece elegantemente vestido y hace un leve ademán de quitarse la chaqueta. En Bilbao se diría que ha caído ya la primavera, después de un duro invierno. Pero se contiene, quizás porque adivine que el gesto no resulta excesivamente correcto. Pilar le anima a ello. Luego hablan en un “euskañol” un tanto especial que hace las delicias de mi hija. Y hablan de Jesús, de la Virgen, de esas cosas que a Pilar no le resultan demasiado gratas, quizás porque asocia las oraciones y los curas con el negro manto de la muerte, de esa siniestra dama que le es tan familiar al cabo, una vez que se ha cernido tantas veces sobre las camas de sus vecinos, algunos, amigos, además. Lo malo –lo bueno, a veces- es que de un hospital siempre se sale. Para morir, para vivir, pocas veces para volver... Y Pilar es una fija a esa cama, en ese lugar en que la han situado. Y ha visto a mucha gente entrar y salir de ahí. Personal de enfermería, médico... Ella les da la entrada, a veces con un susto, con una broma de ellas, como las de los “bisas” en la “mili”. La veteranía es un grado y Pilar es la más veterana entre los veteranos. Lorsen está encantada, seguramente más que su hija. Larrea le dice luego que ahora piensa que Pilar es más lista de lo que creía, que se da cuenta de todo. Y piensa que la comunión podría hacerle mucho bien. Psicológicamente. Lorsen quiere que sea cuanto antes, y fijamos una fecha provisional para la semana próxima. Pero luego sigue la vida, y el funeral por el hijo de Julián nos congrega en la Iglesia de San Pedro, abarrotada. Yo no quepo y escucho las palabras de mi mujer sobre los preparativos de la primera comunión. Julián viste de “sport” en tonos blancos y negros. Me besa en las mejillas y le pregunto que cómo está. Su contestación me impresiona: “Un poco muerto, cuando me enteré de la noticia, otro poco más en el momento de la incineración, ahora otro poco más, mañana...” Y Tere Hermana, compañera y amiga, nos dice que el rito de la incineración ha sido espantoso. Una oración rezada por alguien, una cortina que se cierra, un ruido... y ya está. Lorsen asegura que no quiere eso, en contra de lo que fuera su idea inicial. Y yo pienso que se trata de una página horrible, que no hay buen responso, ni buen fuego, ni buena tierra, ni buen enterrador. Y Julián se irá muriendo todos los días un poco, en el recuerdo de su hijo. Y su sonrisa de siempre, a veces se le quedará travestida en mueca desencajada. Y los demás viviremos, tal vez, siquiera para contar cómo mueren los otros, como morimos nosotros.

1 comentario:

Sake dijo...

Parece mentira, la muerte lleva conviviendo con nosotros desde el principio, y sin embargo la tenemos olvidada, y cuando aparece en nuestras vidas, se nos revuelve el corazón y las visceras como si no supiéramos nada de ésta visitante, y es que los sentimientos nos dominan cuando nos los tocan de cerca.