martes, 4 de septiembre de 2012

Intercambio de solsticios (437)

- ¿Pues a qué te referías, entonces? -preguntó el conductor del Porsche de Sotomenor. - Bueno. Aquí está el pastel -repuso su interlocutor con parsimonia-. Y en el pastel está el que nos daba instrucciones hasta ahora. De modo que... muerto el perro... - ¿... Se acabó la rabia, quieres decir? - Sí. Desaparecemos de aquí y mañana decimos que no sabemos nada, que caímos en una emboscada y que no pudimos asaltar la sede de Chamberí. - No estaría del todo mal -dijo el del Porsche-. Pero eso no garantiza que salgamos bien parados de esta historia... - ¿Entonces? - Entonces ... que hay que llamar a Santiuste. En realidad es nuestro inmediato responsable. Dicho y hecho. El esbirro-agente de la policía de Chamartín pulsó la te la de su móvil que conectaba con el subjefe de aquella gente. No fue fácil la comunicación. Nadie cogía el aparato. Así que el grupo de sujetos que observaba su actuación se iba poniendo cada vez más nervioso a medida que transcurría el tiempo. - Tío. ¿No es mejor que nos abramos? Tú te llevas el "buga" este y a correr... Pero, finalmente, la cuarta tentativa dio su resultado: Román Santiuste emergía de su pesado sueño. En un par de minutos, Santiuste fue informado de lo que había ocurrido en la antigua estación de Chamartín. - Esto es lo que ha pasado, jefe. Ahora esperamos instrucciones -dijo el del Porsche para concluir su narración. Román no contestaba. Aun peleaba con su lento raciocinio, más aletargado aún a causa de su somnolencia. - No os mováis de ahí -pido musitar por fin-. Voy a hacer una llamada. No. No se moverían de allí. Seguramente se llegarían a sus taquillas donde guardaban algunas provisiones de sus "razzias" por el distrito: algo de chorizo, queso y una botella de vino más o menos peleón que llevarse a la boca. Santiuste marcó el numero de Leoncio Cardidal. Una y otra vez. Pero no encontraría a su interlocutor. Estaba en un mar de dudas. ¿Qué hacer? Sotomenor había muerto y Cardidal, sin su teórico subalterno, era una especie de cadáver político. Y él, desde luego, ni tenía carisma ni ganas de hacerse con el control de la situación. Así que marcaría un segundo número. Y este le resultaría más fructífero. -¿Diga? -contestaría una voz bien timbrada y en apariencia despierta. - Soy Román Santiuste... - ¿Román? ¿Cómo estas, Román? -dijo con expresión afectada su interlocutor.

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