miércoles, 5 de septiembre de 2012

Intercambio de solsticios (439)

La situación de Raúl Brassens en el intervalo que mediaba entre la celebración del juicio y el conocimiento de la sentencia no variaba demasiado de lo vivido anteriormente; si bien, las espadas en alto, como seguían estando estas, se apoderaba de la escena un cierto relajamiento derivado del paréntesis judicial. Paula no se quejaba más de lo necesario -aunque cabía preguntarse: ¿dónde estaba la frontera entre lo razonable y lo irracional en su caso?- y Raúl no catequizaba a su hija respecto de las cosas que a él podían interesar respecto de su concurso en el asunto. No había, sin embargo, liberalidad alguna por su parte en cuanto a la línea de contención de gastos por parte de la argentina, pero esta parecía convencida de que esa cuestión quedaría resuelta con la decisión judicial, que sin duda avalaría sus razones. Eso era lo justo, pensaba ella, ¿qué otra cosa podría ocurrir? Por parte de Raúl, ocurría buena parte de lo mismo que a su todavía esposa. Con la diferencia que, consciente, más de oídas que de sabidas, que los jueces tomaban muchas veces caminos que a todas luces nos habrían parecido increíbles, y más aún cuando el magistrado era mujer y el asunto se llevaba desde un juzgado de violencia de genero, cualquier decisión judicial era posible. Pero, al igual que Paula, Raúl creía con toda evidencia que era su causa la justa y pensaba que, en consecuencia, la jueza dictaría en su favor. Y la sentencia se dictó. Y entregaba en ella la guarda y custodia de Susana a su madre. En consecuencia, La niña, Paula y -lo que era peor- Pachito podrían seguir viviendo de la "sopa boba" de Raúl, en la practica. Porque la jueza acordaba que este satisficiera una pensión compensatoria a la porteña, con gran disgusto para Brassens, quien no paraba de repetir a su hermano y cuñada: - Necesitaba una sentencia que no acordara esa pensión. Lo necesitaba psicológicamente. De poco servia que sus parientes más cercanos le hicieran el calculo de lo que tendría que dejar de pagar a partir del momento en que empezara a abonar la dicha compensatoria -todos los gastos de la casa, con excepción de los derivados de la educación de su hija que, en ningún caso, podían quedar expuestos a la pésima administradora que había acreditado ser la argentina-. En todo caso, Raúl no estaba muy conforme con esa opinión y se aferraba, como un naufrago a su bote salvavidas, a su convicción según la cual dicha pensión creaba un agujero en toda su estrategia. Pero muy pronto, los hechos darían la razón a sus familiares. Sin embargo, Paula, que veía con satisfacción que buena parte de sus pretensiones habían encontrado acomodo en la decisión de la jueza, parecía hasta magnánima en sus decisiones respecto de Raúl. De modo que un día, este recibía un correo de ella que, en contra de la tradicional relación de agravios e interjecciones con que la porteña integraba sus comunicaciones, le ofrecía la devolución de algún objeto personal que ella había "conseguido" localizar: unidos a determinados cuadros y objetos de carácter privativo de su todavía marido, Paula decía haber encontrado un reloj de bolsillo de oro que un día perteneció a su abuelo y un Cartier de pulsera. No había detrás de esa oferta petición adicional alguna así que Raúl se presentaba velozmente en la que había sido su casa a recoger todo lo que la argentina había dispuesto para él.

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