lunes, 17 de diciembre de 2012

Cecilia entre dos mares (23). ¡Qué poco sé de ella...! Y, sin embargo... (IV)

- Me quedé pensando ayer, cuando me dijo que no estaba abierta a otras experiencias, que era como si usted se hubiera creado una especie de defensa ante lo imprevisible. Me es igual que se trate de una posición relativa a cualquier persona en concreto... Cecilia se lo quedó mirando unos segundos, para luego decir: - Aquí he traído un nuevo poema que espero le guste. Cuando empezó a desplegar con cuidado las cuartillas, Iturregui, nervioso, la cogió de la mano. - Cecilia. Yo le ruego a usted que no cambie de conversación. Luego habrá tiempo para leer su poema y para más cosas.. Afortunadamente -dijo, ahora sonriente-, hoy ha llegado usted puntual. La peruana aceptó, con alguna desconfianza, sin embargo, la propuesta de Iturregui. - Si usted quiere hablamos de eso. Aunque le aseguro que nada tengo que decir. - Estoy de acuerdo -Iturregui hacia uso de una extraordinaria energía-. En realidad, el que tiene que hablar aquí soy yo... Cecilia observaba al industrial con ls boca entreabierta, moviendo levemente la cabeza y dibujando una expresión de extrañeza. - Usted me dice que no está abierta a nuevas experiencias -continuó Iturregui-. Lo dice usted y yo lo creo. AI que no sé muy bien porqué y tampoco se lo voy a preguntar. Y el bilbaíno se tomó unos segundos antes de proseguir. Pensaba que, a lo mejor, su interlocutora bajaba algo la guardia y se animaba a contarle algo. Pero ella permaneció en la misma actitud. - Yo, por el contrario, tengo una enorme curiosidad por saber lo que me pueda deparar el porvenir.... Parece casi un juego de palabras -bromeo Iturregui consigo mismo-: ¡El Porvenir de Iturregui. Nuevo diario de edición restringida! Escúcheme usted, Cecilia. Yo la quiero a usted. Me gustaría que mi futuro tuviera que ver con usted. Algo, lo que fuera... Por eso quiero proponerle una cosa... A propósito, ¿está usted fuerte en matemáticas? Cecilia río nerviosamente ante lo que pensó no era otra cosa sino una ocurrencia más del bilbaíno. - Bueno. No es lo que más domino. Pero, en fin... - Le quiero proponer algo que se parece a una fórmula matemática. Que se establece como sigue: Miguel quiere a Cecilia y está dispuesto a comenzar una historia... Llámela usted así: una historia de amor. Cecilia, que no sé si siente algo por Miguel, no está abierta a ninguna experiencia nueva. En resumen, yo le propongo el máximo denominador común en nuestra relación. No sé si me he explicado -continuaba enérgico Iturregui-. Usted manda. Hacemos lo que usted quiera. Yo llego hasta donde usted me lo permita. Después de todo, después de todo... no podría ser de otra forma. En ese momento, Iturregui dirigió su mirada hacia la mesa de la cafetería del Lion D'Or en la que estaban sentados. - Después de todo, yo soy un caballero -concluyó. - ¿Ha dicho usted que me quiere -preguntó ella. - Eso creo que he dicho. - La verdad s que es la declaración de amor más original que me han hecho en m vida -dijo ella con una amplia sonrisa. - Ya. Supongo que ha sido horrible -dijo gesticulando Iturregui. - ¡Horrible, no! Me ha gustado. Entonces Cecilia acaricio con su mano la barbuda cara de Miguel a la vez que le besaba muy suavemente en los labios. La clásica cafetería del Lion D'Or parecía estremecida por el gesto de la peruana. Una sombra de silencio se apoderó de la estancia. No se oía un solo ruido, nadie pronuncio una palabra. Atontado. Incapaz de hacer otra cosa que sonreír de manera bobalicona, Miguel Iturregui solo supo una cosa: que Cecilia estaba de acuerdo.

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