miércoles, 19 de diciembre de 2012

Cecilia entre dos mares (24). ¡Qué poco sé de ella! Y, sin embargo... (V)

- No sé si se lo puedo leer en estas circunstancias -le dijo. - ¿Por qué no? Todo lo que usted me traiga es siempre interesante -contestó, adulador, Iturregui. Cecilia recitó muy suavemente, junto a él: Has despertado en mí Cosas que ya no sentía, La belleza triste de un atardecer, Las melodías ocultas en las canciones Que ya conocía Y que parecen nuevas. Llenas mi.mundo, Aún cuando no estás conmigo, Me alegro cuando te veo llegar, Acercándote a mí, Como algo Irremediable, Inevitable, Imprescindible Esto es maravilloso, Para una historia de amor que es nuestra. De tanto pensar en ti, Has despertado hasta los recuerdos Que guardaré cuando todo acabe. Pero ¿quién quiere ponerle fin a la belleza? - ¿Qué le ha parecido? Iturregui permaneció pensativo unos instantes, antes de contestar: - El poema está muy bien. Pero crea la misma desazón de las cosas que acaban mal. - Todas estas cosas acaban mal, Miguel. - No forzosamente, Cecilia. Algunas pueden acabar mal, pero nada hay que lo exija de modo inexorable. - El amor siempre muere, Miguel. Ya conoce usted mi teoría. - Sí. Ya sé: "Muere el amor que tiene nombres, como mueren las cosas de los hombres..." Pero hay que dejar algún margen a la esperanza, ¡caramba! - No digo yo que no, pero... - Sí. Ya sé que no soy el más indicado para decirlo. No en vano, un día prometí amor para siempre. Hoy en día, no seria capaz de formular de nuevo una promesa como esa. - Bueno. No vamos a ponernos así por unascuartillas. Si quiere, nos olvidamos de este poema y preparo otro. - ¡Ni hablar! No creo que haya que pasar la creación artística por el tamiz de las consideraciones particulares... Seguramente que no. Pero este poema era ya, decididamente, algo que estaba basado en él, que le decía lo que él ya intuía/: que Cecilia le quería.

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