viernes, 8 de febrero de 2013

Cecilia entre dos mares (42). No comprendieron nuestro amor (IV)

Haría algo. No era posible que Miguel Iturregui, el hombre emprendedor, activo, capaz en los negocios... se resignara a convertirse en un jubilado prematuro, a los cuarenta y cinco. Una existencia a la que tantos, sin embargo, aspiran: levantarse no antes de las diez; desayunar tu zumo de frutas, con café, "croissant", mantequilla y mermelada, aperitivo a las doce -"verre de champagne" o "martini seco"; una buena comida; paseo vespertino por el "Bois de Boulogne" o las librerías de viejo pegadas al Sena o descubriendo -con Cecilia, naturalmente- las últimas "toilettes" en el Faubourg St. Honoré, después de una buena siesta... Era cierto, podía ensayar alguna actividad empresarial, algo que tuviera que ver con España, alguna cosa de representación de intereses comerciales españoles en Francia, algo así. Lo que tenía muy claro era ese nombre: París. La ciudad del mundo que integraba al artista y a la "cocotte", al empresario y al político, al pícaro y al adusto... Pero todo con grandes dosis de "savoir faire", de elegancia. París, ciudad libre, para vivir la libertad de un amor sin murmuraciones ni limites.

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