lunes, 18 de noviembre de 2013

La Garúa de Bracacielo (12)


De modo que, en tanto que Andrés Ibarra, a tiempo parcial, entre su caserío, las rocas del puerto de Avilés y otras intervenciones en parajes naturales, pintaba las piedras de Bracacielo, Federico Barrientos hablaba con un cineasta documentalista vasco para que preparara la película.
Eso motivaría un viaje de Iñaki Artola -así se llamaba el director de cine- a la Garúa. Una visita que seria poco menos que multitudinaria, pues coincidirían también las personalidades ya conectadas por los "mosqueteros" y amigos que se unían finalmente al evento.
Fue un radiante sábado de primavera el que les recibió en la espléndida Garúa de Bracacielo. Dirigidos por el indestructible afán de Andrés Ibarra que, a sus largamente cumplidos 70, trotaba y brincaba por los caminos de la finca y explicaba los motivos artísticos de sus pinturas a los allí congregados.
Fueron muchas las autoridades presentes, así como era también numerosa la cohorte de acompañantes, entre los cuales últimos cabria considerar a los periodistas, amigos, amigos de los amigos, artistas y curiosos en general.
Se sirvió a continuación un almuerzo, que aderezaría San Bonifacio, hombre de recursos e inventiva culinaria donde los hubiera. A los postres, y una vez que se hubieran marchado buena parte de los invitados, Andrés Ibarra daría cuenta de sus pretensiones creativas, consistentes en buena medida en asociar naturaleza y creación artística, en un regreso posible a los orígenes del arte. Así, Ibarra, como el pintor rupestre, evocaba lo que él había visto en sus dibujos sobre la piedra o en las cortezas de los árboles. Y donde los primitivos veían bisontes y cazadores, él veía ojos y líneas que se perdían en el horizonte.
Fue una maravillosa jornada.

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