viernes, 8 de noviembre de 2013

La Garúa de Bracacielo (9)


La "avis" política de Ávila era PP al 150%, si no más. Y era también "rara". Ocupaba el poder en la provincia desde que la memoria local recordaba hecho electoral alguno y, votación a votación, su resultado mejoraba, de forma que su estela se aproximaba peligrosamente a la de un partido único. Esa cualidad le había permitido incorporar en su ADN buena parte de los defectos que las situaciones endogámicas producen: recelos entre sus componentes que trocaban las más de las veces en envidias y mezquindades, creación de compartimentos estancos donde al menos debiera existir una cierta solidaridad intrapartidaria y un determinado odio al extranjero por el solo hecho de serlo -o parecerlo.
Y eso que Andrés Ibarra acreditaba un curriculum de luchador por la causa de las libertades civiles en terreno tan estimable para espectadores ajenos  como los recios castellanos que habitan esa tierra. Circunstancia como esta resultaba innegable y el aire despistado del artista le proporcionaba un aura que se diría inexpugnable.
No ocurría así con sus valedores.
Para empezar por el primero, Ronnie San Bonifacio no era desde luego el terrateniente y aristócrata clásico. Picado en su juventud por el anofeles de la disidencia con su adusto padre, Ronnie se escapaba sin pasaporte de España y -no se sabia cómo- amanecía un día en la Cuba de Fidel, en la que fue tan querido que el régimen le proporcionaría la que antes fuera lujosa residencia de Alejo Carpentier, cuando el escritor asumiera también las funciones de embajador de su país en París.
Más pronto que tarde, la critica mentalidad de San Bonifacio se impondría sobre el aburrido páramo en el que Fidel había convertido a su isla, poniendo ruta de regreso a Europa, donde le esperaban las agradables expectativas de las comunas italianas y el amor libre que en ellas se practicaba.
Cansado por el momento de sexo, Ronnie dedicaría entonces su atención a la causa palestina, en la que estuvo a punto de consumar sus días debido a una bala que a poco si le atraviesa.
Una vez que su romántico espíritu aristocrático se vio más que colmado, mudó San Bonifacio en burgués -eso sí, con titulo nobiliario-, Ronnie volvía al lugar que le vio nacer, observaría atento la transición española, se casaría -por segunda o tercera vez- y agregaría un par de hijos más a su prole.
Pero tampoco Ronnie llegaría a envejecer con ella. Al contrario, al cabo de un par de años, se dedicaba esta a descuartizar de modo sistemático el todavía cuantioso patrimonio del conde -como parece ser tónica habitual en los tiempos que corren-, aunque sin lograrlo absolutamente, por fortuna.
Disgustado por sus experiencias "para toda la vida" San Bonifacio dedicaría sus ardores a las relaciones efímeras, el cultivo de la cultura y la practica de la masonería -en uno de los ritos que dividían y empequeñecían la ya de por sí endeble organización española.
Y como nada de esto fuera ocultado por San Bonifacio en la provincia, no era de extrañar que hubiera quien pensara en una suerte de conde Dracula reducido, sátiro, promiscuo y poco menos que una suerte de adorador de Satán. De haber sido Margareth Thatcher la presidenta de la Diputación provincial no habría dicho del titulo: "He's one of us" (es uno de los nuestros).

No hay comentarios: