domingo, 23 de febrero de 2014

La ascendente carrera de Salvador Moreno (2)


Cayetana, al contrario que su reciente novio, había heredado un cuantioso patrimonio procedente de su padre. Era este un hombre de aspecto frágil, poco dotado de ingenio, pero como en muchas ocasiones ocurre con las personas opulentas, con visión ágil para la conservación y mejora de su capital. Además había casado con una mujer hábil e inteligente -dos condiciones que raras veces confluyen en la misma persona- y seguramente de prestancia juvenil, según acreditaban los antiguos del lugar; aspectos estos que su hija recibía de ella. Cayetana, siempre la palabra justa y expresión simpática, el gesto adecuado y el ánimo dispuesto: Salvador había hecho el negocio de su vida.

Tuvieron su noviazgo guechotarra habitual, con sus cenitas en el Golf o el Marítimo, sus chocolates a la taza con sólidas tostadas en Zuricalday y sus pequeñas escapadas para desfogar sus instintos -de forma prudente, claro, que era esa la España de Franco y el puritanismo constituía asunto de no pequeña importancia-. Además que las expansiones debidas al instinto sexual no eran tampoco de buen tono en aquel Guecho, hecho de tradiciones y qué-dirán..

Casaron en esa reducida iglesia de los Agustinos de Neguri, como otros tantos antes y después, y su viaje de novios consistió en descansar la pesada organización de su enlace -cura, invitados, lista de bodas, menú y demás asuntos-, a todo lo cual deberían añadir los detalles, poco nimios, de la nueva casa y de su instalación definitiva.

Pasó tan rápida su luna de miel que casi podrían decir que no existió, o que duró apenas una semana, a pesar de que se extendería prácticamente hasta llegar al mes y a pesar de que el descanso se acercaba poco menos que al tedio, por la visión tan prolongada de la misma playa de arena blanquísima, del azul de las aguas de aquel mar, del buffet cotidiano del desayuno en aquel confortable hotel y de su limpia y espaciosa suite. "Todo se rompe, todo pasa, todo cansa", traducía de su francés colegial la madre de Cayetana a su hija, una vez que el joven matrimonio regresaba a Neguri. "Ahora, ya sabes. Tienes que ocuparte de tu marido", dijo muy práctica ella, como si estuviera pronunciando una maldición bíblica.

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