jueves, 6 de febrero de 2014

La Garúa de Bracacielo (29)


Federico Barrientos formaba parte de eso que se llaman personas de reacción lenta, de modo que a pesar de que la reunión no le había hecho feliz precisamente, no había dicho nada respecto a su impresión sobre el futuro del proyecto y su eventual contribución al mismo, pero estaba cada vez más claro que le disgustaba sobremanera la compañía con la que debería realizar semejante andadura. Solo dos de las personas que configuraban el proyecto le parecían merecedoras de su dedicación: Andrés Ibarra, persona desinteresada y generosa donde las hubiera, y Ronnie San Bonifacio que, revestido de la pátina que prestan los tiempos conservaba un cierto aura de noble medieval cuasi florentino dispuesto a la promoción de las artes.
El resto no lo componían sino una jauría de lobos cuyo objetivo era siempre el provecho propio, en el plazo que fuera.
Además que no corrían buenos tiempos para aquella clase de música. Si en España la cultura era oficial o no lo era en absoluto, los próximos presupuestos parecían sumirse en un marco de prolongados recortes; el concurso para-público se presentaba complicado, como se ponía en evidencia con el fracasado asalto a los recursos de la Caja de Ahorros abulense y el sector privado seguramente no aparecería en escena para rescatar el proyecto.
Total que así estaban las cosas cuando emigraban todos los componentes del equipo fundacional a sus respectivos lugares de.vacaciones. Nada hubo de particular que reseñar acerca de lo ocurrido durante estas.
Pero,, concluidas estas, regresaba Barrientos a Madrid donde le aguardaba el correspondiente encuentro con San Bonifacio.
Este le plantearía el asunto ahora desde un punto de vista muy personal:
- Te pido que confíes en mí, Federón -como le llamaba a veces.
Pero era precisamente de eso de lo que no se trataba. Barrientos nunca había dejado de confiar en San Bonifacio. Otra cosa ocurría con los restantes integrantes del grupo.

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