domingo, 9 de febrero de 2014

La Garúa de Bracacielo (30)


Y Federico Barrientos se mantuvo en sus trece.
Con seguridad, San Bonifacio tomaría aquella negativa como señal de desconfianza, aun más, como abandono  por parte de Barrientos, de la amistad que les había unido hasta entonces.
Tiempo después, para cuando firmaba su última novela, y recuperaban trato y buena relación, San Bonifacio le ponía al corriente de lo ocurrido hasta entonces.
La Fundación no se había constituido, de modo que varios años después, las cosas continuaban en el mismo punto en que las había dejado Barrientos.
Preocupado aún por el futuro de aquel proyecto, San Bonifacio había congregado alrededor de las piedras pintadas en la Garúa a diversos empresarios, alguno de ellos presentados al marqués por Barrientos. Se presentaron allí con sus coches de representación, conducidos por sus choferes. Y, siempre a decir de Ronnie, la visita no fue del todo mal. Así que pedía a Ibarra que le diera plenos poderes para el desarrollo del proyecto. En definitiva: la profesionalización del patronato. La respuesta que recibía del artista fue positiva.
Pero cuando Ronnie San Bonifacio se presentaba con su abogado en su casa para concretar la cuestión en los términos pactados verbalmente, fue su hijo quien llevaría la voz cantante.
- No nos interesa la Fundación -dijo este ante la silente presencia de su padre-. Ahora lo que queremos es una exposición que nos ha prometido el alcalde de Madrid, a mi padre y a mí, en la calle.
Y no concluiría con eso su tajante exposición: con gesto despectivo, dirigiéndose a su padres, diría Ibarra:
- Y tú te estás callado.
Una exposición, la de Madrid, que, por otra parte, nunca llegaría a ver la luz, así como tampoco lo haría el proyecto fundacional.
Según Ronnie, dos veces le había prometido Ibarra Sr., su conformidad con el proyecto. Y esa reacción le dejaba definitivamente descolorado. O casi.

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