jueves, 27 de marzo de 2014

La ascendente carrera de Salvador Moreno (9)


Era Rajoy el tercer ministro bajo cuyas órdenes servia Moreno. Y, a diferencia de Serrano y de Grande, el actual inquilino de la Moncloa militaba en las filas como las de esos que dejan hacer sin preocuparse de manera especial por los detalles. No cambiarían las personas ni tampoco las dinámicas en la acción seguida en esa área de trabajo. Lo que sin duda era una sensata decisión ya que las políticas seguidas por Grande habían resultado las idóneas. Es cierto que Aznar había caído -como todos los presidentes del Gobierno que antes y después había tenido España- en la tentación de negociar con la banda terrorista, lo cual producía no pocos trastornos al titular de Interior. Pero esa etapa había quedado felizmente superada, y los flamantes ministro y secretario podían dedicarse al ejercicio de sus tareas.

Digamos también que Moreno no había tampoco tomado parte en aquella descabellada reunión con ETA en Suiza, con lo que su natural prudencia no se había tenido que forzar en un encuentro de características tan inusuales.

Por todo eso, la acción de Moreno con Rajoy fue de la bilateral satisfacción de mandarte y mandado. El primero supo que jamás su ministro le haría más allá de las recomendaciones generales que son cuestión obligada y previa de las relaciones profesionales, en tanto que gustarían al segundo la habitual prudencia y comedimiento en el proceder de Moreno.

Una sensación de agradable buen gusto que seria muy conveniente para el futuro de su relación.

Deberían empero transcurrir 8 malhadados años hasta que el PP volviera por sus fueros y al poder. 8 años en los que Moreno había puesto sus plantas en la empresa privada -esta vez sí-, y como siempre por la intervención de Cayetana, en la que hacía del armamento su principal objeto de atención; y, como todo el mundo puede comprender, no existe defensa sin Estado -o sin gobierno, que no se debe nunca resultar en exceso mayúsculo, sobre todo si el caso al que nos referimos es el de España.

Decía que fue Cayetana la que defendía el acceso de su marido a la empresa militar. Estaba claro. Ella veía con nitidez que el futuro de su cónyuge se encontraba más en sus primeras tareas ministeriales que en las segundas. La historia de la negociación con ETA la ponía de los nervios y presumía que la conclusión de semejante invento nunca sería buena para sus protagonistas. No en vano, había observado la deriva personal del titular del Ministerio, Jacobo Grande, hacia la melancolía y la meditación trascendental, que no otra cosa era su actual concepto de la religión, y no quería para nada que eso ocurriera con su marido. Al fin y al cabo -se decía Cayetana para sí- una cosa es la entrega y otra el abandono telúrico.

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