lunes, 3 de marzo de 2014

Iñigo Delclaux


Nuevamente me sorprenden las páginas de los periódicos anunciándome la nueva y definitiva ausencia de un amigo. Se llamaba Iñigo Delclaux.

Conocí a Iñigo después de mi regreso a Bilbao, cuando las balas de ETA acababan con la vida de Enrique Aresti y -con ellas- daban al traste con mi pretendida vocación de diplomático.

Iñigo no sería sólo compañero de cenas guechotarras, de excursión a Londres o a Marbella. Fue también -y de manera muy especial- quien acabaría presentándome, del modo equivoco e indirecto en que los vascos se presentan unos a otros, a mi primera mujer Anneli Lipperheide. Ella volvía de un concierto de Bruce Springsteen desde San Sebastián con su amiga Mónica, hermana de Iñigo, y la conversación vital y desordenada de aquella noche, nos llevaría a anudar otras tantas conversaciones hasta que, después de unos pocos años ¡ay- llegara la última y definitiva, la de la muerte.

Ahora es Iñigo el que ha seguido el camino de Anneli. Y tampoco el suyo ha sido un final fácil, precisamente. Y, aunque no sé muy bien cuales de estas ausencias se producen sin trastornos, la de los afectados por el cáncer creo que se cuentan entre las peores. El deterioro físico, la debilidad, la Asunción de la inevitabilidad del final, después de tanto sufrimiento físico, la sensación de estorbo respecto de tu familia....

Es humano, todos procuramos convencernos de que el mal tiene cura o nos agarramos a un clavo ardiendo, ese mismo clavo al que hacemos sujetarse al afectado por la enfermedad.

Era el caso de mi primo Iñigo y el de mi prima Alicia. Pero hay otros que han decidido, en lugar del tratamiento, darse una oportunidad a ellos mismos, y vivir en paz -la que puedan encontrar en esa angustiosa vela previa al adiós- el resto de su vida.

Una y otra opción es aceptable, a condición de respetar la voluntad del enfermo.

Pero yo quiero recordar a mi amigo Iñigo en su cordialidad habitual, su buen sentido, su inteligencia. Esas cualidades que el recuerdo -que es por suerte un valladar inflexible que mantiene vivos a nuestros seres queridos- nos devolverá siempre de él. Parafraseando a Borges, no hay muerte sin olvido, así que Iñigo seguirá mucho tiempo con nosotros, tanto como el tiempo que nosotros mismos aguantemos aquí.

Leonard Cohen escribió un día una canción que era más bien una plegaria, If it be your will, y que termina con este verso:

And end this night,
If it be your will

Esa noche, larga noche la de Iñigo, ha terminado ya. No lloremos por él entonces, sino por nosotros, que todavía la estamos atravesando.    

2 comentarios:

Bosco Delclaux dijo...

MUY BONITO ME HA ENCANTADO

Bosco Delclaux dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.