lunes, 10 de marzo de 2014

La ascendente carrera de Salvasor Moreno (5)


Muy pronto pudo Cayetana ampliar su círculo de amistades, ayudada como lo estaba siendo por sus conocimientos sociales previos. Además que -no se puede olvidar- que Bilbao no había sido siempre una población aislada y endogámica, como en aquellos momentos se había convertido, junto con Barcelona era uno de los dos referentes industriales de España y, por este motivo y por la histórica tradición de disfrutar las vacaciones en el norte, hacia sus tierras viajaban a veranear muchas de las familias tradicionales de Madrid; de modo y manera que, sin necesidad de moverse de su Neguri natal, Cayetana ya había anudado algún que otro contacto con la aristocracia castellana.

Tenía en sus inicios profesionales, Salvador Moreno ciertas inquietudes de abogado maritimista, pero -todo hay que decirlo- un mayor deseo de hacerlo desde el secano y la empresa que desde el profundo conocimiento de los problemas de la mar. Quizás su carencia de especialización le había supuesto verse rechazado por algún bufete de los que ocupan su atención en esas materias. Pero la incesante actividad de su mujer, le reconciliaba con ese difícil mundo, a la vez que liberaba a Cayetana de la costosa tarea de financiar su despacho: ¡finalmente entraba Moreno en una prestigiosa firma!

Alcolea Abogados era un bufete de prestigio, pero de complicada promoción. Y Moreno se avenía bien con lo primero, aunque su ambición no podía esperar tanto para lo segundo.
Fue siempre hombre correcto y educado, pero nunca abogado peleón por los intereses de sus clientes. No quedaba mal, por lo tanto, pero tampoco muy bien. De modo que, pronto descubría Salvador que ese mundo le quedaba muy corto de recorrido y estrecho en cuanto a sus ambiciones.

Dispuesta, como siempre, a empujar la carrera de su marido, Cayetana entraba de nuevo en acción y conectaba a Salvador con la empresa pública, en este caso del sector de la construcción naval y en el terreno de la asesoría jurídica. Pero no en el servicio de los abogados de a pie, pues Moreno estaba predestinado a más altos designios. Y, por aquel entonces, su destino era la secretaria general de la empresa, lo que conllevaba la dirección de su servicio jurídico. Se parecía este ámbito de la firma pública a la administración como una gota de agua a otra, y todos sus integrantes creían adquirida la condición de funcionarios, de modo que un cierto halo de pereza circulaba por el ambiente como si los empleados no fueran capaces de respirar el aire más vivo de la empresa privada. Sin embargo, junto a verdaderos "zombies", había gente competente y abogados que cumplían con su trabajo en lugar de conformarse con acumular ristras de legajos y metros de papeles.

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