jueves, 14 de agosto de 2014

Mis vacaciones con Aski (y 13)


Confieso también que en muchas ocasiones se nos había ocurrido pedir a sus amos que nos lo dejaran llevar a Madrid. Pero también debo decir que desechábamos enseguida esa posibilidad, Aski es un perro de campo y su hogar está en los prados de Arrechea, allí donde los jardines de los tres vecinos-incluido el de sus amos- se suceden sin solución de continuidad. Allí donde cada uno de los paseos le acercan rastros de piezas de caza, que perseguir nervioso y con una fortaleza que sorprende a quien observe su pequeño tamaño y sus cortas patas. En la ciudad,  y sólo durante  la mayor parte del día, Aski languidecería hasta el abatimiento.y no existe verdad más cierta que la que dice que el cariño -¿por qué no decirlo?- el amor solo quiere que el objeto del mismo sea lo más feliz que pueda resultar posible. Aski no había nacido ni vivido en una ciudad, y no sería feliz en una ciudad.

Vueltos todos a la normalidad de aquella noche de sábado, el teckel parecía tranquilo. El coche en su garaje, sus amigos en la casa y él -como siempre- controlando la situación.

También el desayuno resultaría tranquilo. Y hasta nuestra salida hacia la casa de sus dueños debió parecerle a Aski normal. No en vano, esa era la forma habitual de comportamiento en muchas ocasiones. La felicidad del perro era total y la desmemoria en que viven esos animales le había permitido seguramente olvidar el acarreo de bultos de la tarde anterior.

Pero llegados ya a la case de la que habría de ser su residencia definitiva del otoño-invierno, el teckel ya estaba más confuso. Abríamos la cancela, tocábamos el timbre... ¿Qué pasaba! ¿Qué nos proponíamos?

La entrega, Aski en mis brazos a los de su dueña no pudo resultar tan traumática para el perro como abandonarlo directamente en el jardín.  Además de habernos parecido un gesto sin alma por nuestra parte. Pero no sería menos triste. El perro se me quedó mirando con la tristeza pintada en sus ojos.

El gesto triste por el doble final -nadie termina tampoco alegre sus vacaciones- nos acompañaría durante todo nuestro recorrido. Al regreso a Madrid, Vic llamaba al número de sus nuevas -y antiguas- amigas: el perro -nos informaron- había pasado toda la tarde plantado en el porche de nuestra casa, esperando que volviéramos. Finalmente regresaba a la suya, donde le acogían con todo el cariño.

Esta es una historia que no debería tener conclusión, pero alguna debo ponerle. Justo dos semanas después volvíamos Vic y yo a Arrechea. Y tan pronto como ponía yo un pie en el jardín, la voz no excesiva y una cierta duda -por qué no decirlo- pintada en ella, dije:

- ¡Aski!

Y al cabo dueños segundos, el perro corría a nuestro encuentro con la alegría pintada en el movimiento de su rabo: esos dos días fueron tan alegres como lo habían sido los de finales de agosto.

Y Vic, encantada con el comportamiento del teckel, me decía muy contenta:

- Está visto que no es un perro rencoroso.

Y ciertamente que no lo es.




 

lunes, 11 de agosto de 2014

Mis vacaciones con Aski (12)


La cultura de los perros es algo que se adquiere por la experiencia. Incluso diría que sólo la tenemos quienes los hemos adaptado a nuestra vida doméstica. Los que poseen perros exclusivamente para la caza los tienen por lo general atados y se preocupan poco de ellos. Quizás así sufrirán poco si algún disparo en una partida o los empellones de un jabalí han hecho impacto en ellos. Los perros domésticos son diferentes. Forman parte de nuestra vida habitual, nos interpelan y nos acompañan, nos entienden y se alegran y sufren con nuestras alegrías y nuestras desgracias.
El que fuera alcalde de Madrid, José María Álvarez del Manzano, me dijo en una ocasión que los perros siempre te reciben con un cariño inusitado cuando vuelves a casa, incluso aunque te hayas tomado una copa de más, lo que no ocurre frecuentemente con tu mujer -siempre en opinión del ex alcalde, claro.

Fueron unos días encantadores. Movidos, pero encantadores. Porque la habitual rutina de las lecturas vespertinas se veía interrumpida siempre por los ladridos de Aski exigiendo su paseo de la tarde, lo que devenía en mejor forma física para mí aunque menor el tiempo dedicado a la literatura. Y a la escritura (si bien me ha proporcionado este nuevo asunto que comentar a mis pacientes lectores).

Pero llegarían a su fin. Y eso que retrasábamos nuestro regreso a Madrid díalr aquello de pasar hasta el ültimo momento posible.

Claro que había que preparar las maletas para la vuelta. Y las maletas del regreso son siempre más fáciles de organizar que las de la salida. Pero, en todo caso, tuvimos que montar un cierto jaleo de acarreo de bultos que viajaban desde la planta de arriba hasta el garaje. Gestión que Aski observaba con curiosidad no exenta de inquietud. Y toda vez que los enseres, ese sábado por la tarde, se introducían en el coche, el perro aprovechaba la distracción de una puerta que quedaba abierta para introducirse en el vehículo. Y no quería salir de allí por más que se lo pedía en todos los tonos -por supuesto, amables- que se me ocurrían. Al final tuve que sacarlo de allí.

Si esa sola actitud del teckel nos producía una pena extraordinaria, ¿qué no ocurriría cuando la mañana siguiente tuviera,os que devolverlo con sus, sin embargo, amos?

Habíamos decidido la estrategia. No podía esta reducirse a salir en coche y abandonarlo en el jardín, donde su extrañeza y nuestra desazón, al verlo solo, sus ojitos tristes observando el automóvil de sus amigos escapando de manera ignominiosa de su compañía nos habría partido el corazón más aún de lo que podríamos imaginar,además de que nos comportaríamos tan mal como en aquel spot de televisión, un perro observa a sus amos que emprendían el camino de sus vacaciones, en tanto que el pobre animal no sabe muy bien qué es lo que ha pasado en realidad, a la vez que deambula por una gasolinera perdida o por cualquier carretera extraña. La frase del anuncio resonaba en nuestros oídos: Él no lo haría.

miércoles, 6 de agosto de 2014

Mis vacaciones con Aski (11)


Entonces le abres la puerta de la calle y el perro sale al jardín. Pero tampoco en eso es como los demás. Aski se da un corto paseo -no advertirás que levanta su pata para dejar su rastro concentrado de pis nocturno- y volverá al refugio del felpudo, en el calor de una mañana de verano que inunda todos los días esa parte de la casa. Y como está la puerta abierta, entrará de nuevo en diversas ocasiones para ver lo que pasa y para pedir alguna que otra cosa con la que él también pueda desayunar.

Nos habían dicho que Aski desayunaba todos los días en el hotel Erro, donde su cocinero le daba las sobras del día anterior y que constituían el principal, si no el único alimento del perro. Pero tampoco ocurría eso en los primeros días que pasaba Aski con nosotros. Y la comida que le dábamos se reducía a sobras de las nuestras, alguna galleta para perros y jamón de York, que comprábamos con inusitada frecuencia, dada la comprobada capacidad de ingesta por este perro de ese producto. Pero esa no era alimentación adecuada para el teckel, de modo que le compramos un saco de comida para perros. Aceptó la dieta en un primer momento, claro que cuando ya no le dábamos productos más apetitosos. Pero ya el siguiente día, desaparecía Aski de casa para volver al rato, casi despreciando hasta un buen pedazo de jamón: el hotel había vuelto a proveer al perro de su dieta acostumbrada.

Y así irían pasando los días finales de aquel mes de agosto. Un perro feliz y unos amos nuevos encantados con él. En el paseo y en casa. Y unos amos antiguos a quienes la situación no debía parecerles demasiado razonable, pero que se lo tomaban con filosofía, dado que observaban que el perro actuaba impulsado por sus propias convicciones.

- ¡Nunca nos había hecho esto! -exclamaban asombradas. Y era que Aski, perro social donde los haya, había seguido a peregrinos del Camino de Santiago, hasta más allá de 15 kilómetros a contar desde su casa, o se había introducido de manera inadvertida en el asiento trasero de unos turistas que metían sus maletas a la salida del hotel Erro. De modo que habían marcado sus amas un teléfono móvil en la correa del teckel. Pero nunca hasta ahora el cambio de morada se había producido de forma tan evidente.

Empezaría así el final de nuestras vacaciones en una contemplación de nuestra nueva mascota que analizaba cada uno de sus movimientos y actitudes, cuando Aski se encontraba presente, y las recordaba todas, cuando dormía. Tema recurrente de conversación y de preocupación ante la menor de sus circunstancias anómalas. Inquietud que era más habitual en Vic que en mi. Al fin y al cabo, mi mujer nunca había tenido perro y jamás lo volvería a tener, si no fuera este Aski.

domingo, 3 de agosto de 2014

Mis vacaciones con Aski (10)


Y sentía entonces una gran compasión por el perrito. Dormido, con la dificultad del ascenso por los altos escalones para su cuerpecito largo y sus cortas patitas. de modo que lo cogía en mis brazos y lo subía para depositarlo en mi butaca de las siestas -que ya él había convertido en suya.

Vic seguía puntualmente estas evoluciones, admirando el sosiego y la paz con la que Aski se comportaba en aquellos momentos.

Situado ya en su camita, el perro dormía casi toda la noche sin molestia alguna. Sólo quizás, en la primera de las noches que pasaba con nosotros, en ambiente desconocido, se decidía el teckel a despertarnos.

Todos los perros sueñan -diría yo lo mismo que Lawrence en su magistral introducción a su obra Los 7 pilares de la sabiduría-, pero no del mismo modo. Y cuando su sueño se resuelve en cacerías y reyertas contra sus congéneres, los perros ladran en medio de su descanso. Se trata, en general, de un ladrido quedo, casi callado, como cuando gritamos los hombres en sueños, en medio de una pesadilla. Pero Aski no es así, tampoco en eso es un perro más. Aski ladra on fuerza en medio de su profundo sueño. Te diriges hacia él y lo observas. Sigue dormido, concentrado en su cacería o en su reyerta.

Y tampoco te despierta a primera hora de la mañana para que le abras la puerta que da al jardín , para que pueda hacer sus necesidades. Duerme hasta que tú te despiertes o hasta que lo haya hecho tu mujer y haya él decidido que ya ha llegado la hora y que por lo tanto no tienes derecho de dar otra cabezada. Entonces se te queda mirando y se pone a ladrar. No podrás soportarlo. Sólo si te levantas el teckel quedará satisfecho.